ESPECTáCULOS

“Lejana tierra mía”, la relación padre-hijo pintada en un lienzo

Osvaldo Santoro y el joven Paulo Brunetti protagonizan esta puesta de Oscar Barney Finn, en la que el taller de pintura es el punto de partida para un replanteo de las relaciones humanas.

 Por Hilda Cabrera

La brecha que separa a los dos personajes de esta obra (Padre e Hijo) está abierta hace tiempo, aun cuando se los vea empeñados en una tarea común. La acción se desarrolla en un taller de pintura, atravesado por un mural a realizar, representado por una tela transparente que permite al espectador observar en detalle los movimientos de los artistas en las secuencias en que éstos se ubican delante del lienzo, detrás del cual se extiende la platea. Si bien la obra no expone de entrada el propósito de acortar aquella brecha –que se supone generada por la edad y la falta de una comunicación plena–, la intención es evidente en el padre, sobre todo a partir del momento en que hace alusión al “viejo sueño de desaparecer”. Pero antes de llegar a esa instancia se habrán perfilado en toda su complejidad la personalidad de uno y otro. Estas se manifiestan a través de la acción (dinámica, dentro de lo que cabe en un taller) y de un lenguaje cotidiano afecto a los lugares comunes, aunque atravesado por líneas de intención poética.
La sospecha del padre de que dispone de un tiempo irremediablemente corto es suficiente para que estos personajes modifiquen sus expectativas frente al trabajo terminado, y las expresen en forma tajante. Mientras el mayor se recrimina por no haber hecho lo que debía (“lo único que hice fue pasarme la vida pintando lo que quería y no tenía o no me animaba a hacer”), el joven admite las limitaciones: “Vos necesitás saber para qué vivís... Yo no tengo la menor idea... A veces me angustio... ¿Qué querés que haga?... ¡No me jodas! ¿Qué sos? ¿Mi viejo o mi hijo?”.
Escrita en 1992, Lejana tierra mía convierte a una tarea conjunta en un medio para exorcizar los fantasmas del pasado y encauzar la ternura y el afecto reprimidos. En la puesta de Oscar Barney Finn se ha modificado en algo el texto original y la música que la ilustra y completa es otra, bien distinta de aquella sugerida por el autor. Aquí no se escucha la canción que da título a la obra, célebre en la versión de Carlos Gardel. Estos cambios y la creación de un diseño escenográfico neutro en varios aspectos amplían el marco temporal y geográfico de la historia que cuenta. Por otro lado, la búsqueda de un lugar donde vivir en plenitud no sólo se conecta con la nostalgia por la tierra natal, sino también con el deseo de ser libre. La ilusión pictórica es parte de esa sensación de libertad, puesto que permite plasmar en colores el propio delirio: en este caso, y como uno de los varios ejemplos que surgen de la obra, pintar el pasto de verde o de rojo, según se quiera y sin temor a que por ello se tilde a quien lo haga de loco o reblandecido. Algo semejante sucede respecto de la propia existencia: “Lo que podés lo vivís, y lo que no, lo pintás”, como dice el hijo a su progenitor.
En cuanto al montaje, si bien es cierto que éste atiende más a los conceptos vertidos en la obra que a los discursos (los melodramáticos parlamentos del padre, por ejemplo), tampoco se despega totalmente de éstos. De modo que, mientras el actor Paulo Brunetti le va poniendo alas al papel de un joven que no le exige a su padre ser importante para quererlo, Osvaldo Santoro se prodiga en gestos, a veces innecesariamente patéticos. Artista de variados registros, Santoro hace creíble su personaje en las escenas en que refleja la urgencia de este padre por recomponer la propia personalidad tan tardíamente desmembrada. El deseo decomprender y relacionarse con el hijo no es simple compulsión, sino consecuencia probable de la insatisfacción y el miedo a la soledad. De hecho, el momentáneo cambio de roles es una tregua en la siempre conflictiva relación padre-hijo. Este recurso utilizado por el autor no deriva aquí en ruptura de estilo ni quiebre poético, sino en liberación de emociones. El trabajo atrae por el cuidado puesto en los diferentes rubros (técnicos y artísticos), por el abordaje de la relación padre-hijo desde la intimidad de los sentimientos y la reflexión sobre la búsqueda de un lugar de pertenencia en el mundo que, según se dice en la obra, existe sólo si quien lo busca está dispuesto a recrearlo.

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“Lo que podés lo vivís, y lo que no, lo pintás”, le dice en un momento el hijo a su progenitor.
 
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