ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A CARLOS BELLOSO, EL ANTIHEROE DE “TUMBEROS”
“A mí me gusta estar en la cárcel”
El actor le da vida a Willy, uno de los personajes televisivos más impactantes del año. Pasa doce horas diarias en Caseros, un lugar que -dice– “aunque haya olor a mierda, me genera una felicidad total”. Sin embargo, advierte sobre lo “siniestro” del sistema.
Por Julián Gorodischer
Cinco días por semana, doce horas de grabación, celda de castigo o pabellón común: es lógico que ahora se sienta “un poco encerrado”, como dice cuando apura la entrevista para disfrutar, por fin, el sábado con sus hijos. “Un poco encerrado”, repite, en su living de tres por dos, y recuerda los últimos días en el “buzón”, al que –en la ficción– lo enviaron por mala conducta. A la reclusión que ya le es habitual, al sentimiento de estar preso, se sumó un nuevo estado corporal: inmóvil entre dos muros. El sacrificio compensa: con “Tumberos”, Carlos Belloso dio el salto. La máscara de su Willy se ganó un lugar en el panteón de los villanos. Hereda lo mejor de sus freaks, desde los tiempos de la dupla teatral Los Melli hasta el personaje del Vasquito en “Campeones”, pero agrega nuevos rasgos que dan vida al monstruo: máscara tensa, cuerpo acelerado, “un verdadero líder mogólico –dice–, un tarado que ni siquiera puede ponerse a pensar en cómo salir dignamente de ahí”.
La ex cárcel de Caseros (donde se graba “Tumberos”, que se emite los lunes a las 23 por América) agobia, impresiona, llena el olfato de “olor a mierda”, impone las viejas voces de los presos, las actualiza en las leyendas talladas en el muro. “Quiero salir”, se lee en la piedra. El actor huele, mira, recorre, se sumerge en las ruinas, escucha gritos, cierra los ojos; el actor no deja de pensar desde hace tiempo en ese límite frágil que separa el encierro de la libertad. En la calle, ex presidiarios lo felicitan o repiten: “No es tan así”. Hay gente empeñada en comprobar cuán fiel es “Tumberos” a la realidad de la prisión, como si a mayor realismo correspondiera mayor mérito. “En verdad, la sociedad no quiere ver a sus presos –dice Belloso–, no quiere ver lo que realmente pasa dentro de las cárceles porque, si lo hiciera, la compasión sería uno de los sentimientos primeros que surgiría, y sería enorme.”
–¿Cómo es la vida en Caseros, grabando todo el día para el programa?
–Es la pesadilla de pensar cómo sería terminar en la cárcel, muy mal, en todo sentido. Hay varias fantasías: la cárcel podría ser buena para estar solo, pero en realidad es más sanguinaria de lo que uno se imagina. Sobre todo me lleva a pensar en el sistema perverso: en cualquier momento se derrama, estalla, y contamina todo. Si uno no forma ámbitos menos siniestros, cada cárcel del país es una bomba de tiempo.
–¿Qué cosas le sorprenden, qué detalles le llaman la atención al recorrer la prisión?
–Aunque haya olor a mierda, el lugar me provoca una felicidad total; me gusta estar ahí. Lo relaciono con una cosa épica, lo veo como el escenario ideal para contar una historia. Tenemos acceso a todos los rincones, se ven los detalles de la cárcel: es escalofriante, se leen los mensajes de los presos, las súplicas por querer irse. Las voces me llegan desde las paredes y me meto en la historia. Pero lo que más me llama la atención es la cantidad de ex presos que me paran por la calle: hay más gente que cumplió condena de la que uno se imagina.
–¿Cuál es su mirada sobre Willy, su personaje?
–Tiene una forma de pensar que lidera, pero es un líder tarado en el que prevalece pensar en el negocio de la merca a pensar en la salida. Es un líder sin nada, sin ninguna aspiración, excepto salvarse en este momento. No tiene solidaridad, sólo piensa en él mismo, y es absolutamente temible. Pero los otros presos se van a dar cuenta, ojalá; yo aspiro a que se den cuenta de eso.
–En la elección de Willy, que podría salir y sin embargo decide quedarse en la cárcel, ¿”Tumberos” habla del país?
–Mi personaje está feliz de estar ahí, algo de eso lo excita mucho, él se podría ir en cualquier momento, y se queda porque quiere hacer plata con el negocio de la merca, pero también porque tiene el poder. Afuera es un boludo, y por eso se evade en el encierro. Además, es cierto, el afuera siempre puede ser peor en este país. Afuera, Willy sería todo lo contrarioal líder que es en la cárcel. Y, por otro lado, es el representante de esas morales traicioneras que se adaptan al momento y la coyuntura del poder, ésas que se ven tanto en la calle: hoy te dicen una cosa, mañana la exactamente opuesta, y se justifican. Maneja un discurso muy contradictorio porque su moral es muy contradictoria: piensa que un tipo tiene que ir a la silla eléctrica, y al mismo tiempo mata.
–¿Cómo logra salirse de los lugares comunes del mito carcelario, las imágenes enlatadas que abundan sobre los presos?
–Las ficciones me gustan por los contrastes y las contradicciones que puedan generar porque, si no, es una novela de Alberto Migré o una mexicana de malos y buenos. La cárcel es un micromundo y a mí me gusta describirla en detalle. Salgo del lugar común con el quiebre de discurso del personaje, que se da todo el tiempo y fácilmente. Por ejemplo: mi personaje no tiene ningún tatuaje. A los puntos los lleva en la cabeza. Es muy caprichoso, y dice lo que quiere porque manda. Todos los presos tienen tatuajes, y él dice: “Son todos putos”.
–¿Qué llamado de atención le gustaría que hiciera “Tumberos”?
–No me gusta pensar en un llamado de atención: cada uno sabrá. Yo lo hago porque no me cabe otra, y que los demás se arreglen con eso que vieron. Si me ven, pienso que eso genera reflexión y curiosidad, y ese punto me interesa. Yo me propongo jugar y cuanto más juego, más me la creo. A mí me gusta que algo se debata, y que lo que se cuente sea sincero, como pasa en las películas de Adrián Caetano.