ECONOMíA › OPINION
Cuestiones de Fondo
Por Washington Uranga
Todavía en voz baja, algunos exegetas que recorren despachos oficiales comentan los últimos gestos del Gobierno respecto del FMI y sus inagotables exigencias, como si nos colocaran en una etapa de firmeza y dignidad de características inéditas. Casi como ocurrió con la bravuconada de Rodríguez Saá al anunciar el no pago de la deuda a comienzos del año, parece que, finalmente, los argentinos nos habríamos calzado ahora los pantalones y estaríamos, de una vez por todas, poniendo los puntos sobre las íes. Todo ello dicho como si esta misma dirigencia política, estos mismos técnicos y este mismo Gobierno no hubieran dedicado todas sus energías a encontrar fórmulas para acordar con el Fondo, para acceder a las exigencias de los poderosos internacionales, para hacer “buena letra”. No habría que perder de vista que los mayores “méritos” para llegar a una situación de tensión como la actual fueron aportados por la inflexibilidad de la dupla “K-K” en su afán por decidir la vida y la muerte de seres humanos y pueblos enteros. A ello hay que agregar la fragilidad económica argentina como resultado de políticas acordadas por nuestros dirigentes con el propio FMI. Muchos comentarios interrogan acerca de las razones que tienen el Fondo y los centros de poder financiero internacional para, una y otra vez, ajustar cuentas con la Argentina. ¿Qué hicimos? ¿Por qué nos castigan? Asumir la actitud de víctima hace menos pesada la carga y, sobre todo, la asunción de responsabilidades. Porque, en realidad, de esto último se trata. No se puede analizar una situación apenas por los datos que arroja la coyuntura. Es preciso mirar la historia, las medidas que estos mismos dirigentes –o quienes pertenecen y pertenecieron a la misma camada dirigencial, partido y/o escuela de pensamiento– tomaron hace no tanto tiempo. Es necesario reparar en las actitudes genuflexas de no hace mucho tiempo, en los discursos de agradecimiento por las bondades del modelo, la generosidad de quienes nos prestaron plata y nos dieron la oportunidad de “acceder al Primer Mundo”. Sería injusto decir que son todos los mismos y que son todos iguales. Pero es absolutamente ingenuo no reparar en que muchos de los discursos antiimperialistas y antiorganismos internacionales que hoy se enuncian, no tienen sustento en la historia, en pronunciamientos y actitudes anteriores. La coherencia es base de la credibilidad. Y si bien es cierto –y legítimo– que todos podemos cambiar de opiniones y regresar de nuestros errores, en ese caso es necesario reconocer públicamente la equivocación anterior para darle paso al cambio. Porque no se pasa sin transiciones de la genuflexión a la protesta, a la contestación y, mucho menos, a un cambio sustancial del rumbo y del modelo.