ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL ESCRITOR CARLOS GOROSTIZA

“El humor es un muro que construimos para soportar esta realidad, tan cruel”

El dramaturgo explica qué lugar ocupa “Toque de queda”, que se estrenará el año que viene en el San Martín, dentro de su vasta obra, y cuenta por qué a los 82 años, se siente parte de una generación desalentada.

 Por Silvina Friera

La belleza panorámica del paisaje, desde el piso catorce, frente al Jardín Botánico, parece una atmósfera soñada para un escritor. Hace más de 30 años que el dramaturgo, novelista y director Carlos Gorostiza eligió ese departamento del barrio de Palermo para vivir y escribir, enamorado de un horizonte tan vasto como empequeñecido por la perspectiva de la altura. Autor de obras míticas como El puente, Los prójimos, El pan de la locura, El acompañamiento, Aeroplanos y la reciente Toque de queda, que se estrenará en el 2003 en el San Martín, Gorostiza cree que aún en una época de crisis económica como la actual “el teatro es una explosión vital de una fuerza avasallante”. Le gusta pensarse como un artesano, cuenta. “Prolífico es una palabra que no me gusta porque la asocio con la producción en cantidad. Me importa que mis obras sean buenas hijas”, define.
A los 82 años, su inspiración teatral continúa intacta y su condición de patriarca de la escena argentina desentona con su apariencia descansada y jovial. El estreno de su última obra en el San Martín no es para él un paso menor, si se tiene en cuenta que ninguna pieza suya había sido puesta en un teatro de la Calle Corrientes, aunque parezca increíble. “Hace un tiempo –cuenta sobre el proceso que desembocó en el estreno que viene-había resuelto abandonar la dirección porque soy más escritor que director. Cuando volví a leer Toque..., descubrí el deseo de dirigirla, y pensé que la tenía que estrenar en la sala Casacuberta. Kive Staiff quería ver alguna de mis piezas en ese teatro, porque le parecía que el San Martín tenía una deuda artística conmigo. Su intención era reestrenar El pan de la locura, pero le comenté que acababa de terminar una obra, se la mandé y, a los dos días, me confirmó que la hacíamos. No se estrenó este año por razones de presupuesto”, explica Gorostiza, mientras Faruk, un perro simpático que se olvidó del accidente que le cortó la cola, se lanza sobre su dueño y le reclama las golosinas que le corresponde.
–¿Cuál fue el disparador de Toque de queda?
–El dolor por lo que ocurre en el país, mezclado con chispazos de humor. El humor es un muro de defensa que construimos para soportar esta realidad, tan cruel. En la obra, hay un juego con los tiempos y la imaginación. Comienza en 1945, el día en que se festeja el final de la Segunda Guerra Mundial, en Buenos Aires.
–¿Cuáles son los personajes?
–Uno muy curioso, Pericles (Ulises Dumont), que tiene la capacidad de adivinar el futuro; un matrimonio (Lucrecia Capello y Roly Serrano) y dos personajes jóvenes (Micaela Iglesias y Nicolás Mateo). Toque de queda significa imposibilidad de salir, de entregarse a la libertad, que es lo que se festeja, curiosamente, ese día. Con los años me di cuenta de que cuando estoy montando una obra de mi autoría descubro que esos personajes son los que deseché en el pasado, en otra pieza.
–Su planteo suena bastante pirandelliano.
–Es cierto. En el año ‘68 escribí A qué jugamos y los personajes eran dos intelectuales, Federico y Leonor (interpretados por Juan Carlos Gené y Norma Aleandro). En el ‘70, con Lugar..., dos personajes, también intelectuales, se refugian en un baño y son los únicos que, aparentemente, se salvan. En el ‘74 escribo Juana y Pedro, que no pude estrenar aquí por la prohibición, pero que se representó en Venezuela. Los dos personajes, que aparecen en escena como animales, son víctimas de la dictadura y la represión. No fueron capaces de darle albergue a un compañero, y el miedo los aterrorizó y los deshumanizó. Cuando estaba trabajando esta obra me di cuenta de que Juana y Pedro eran Federico y Leonor, aquellos que estaban en A qué jugamos, descubrimiento que me llevó años. El teatro es un gran misterio: no sabemos por qué nace y se proyecta a través de los años. El teatro es inmortal, es un juego y no por casualidad actuar se dice “play”en inglés. Existe una conexión física entre lo que sucede en el escenario y el público. El aliento humano, que va del escenario hacia la platea y viceversa, no se puede suplantar.
–El puente (1948) marcó un antes y un después en la dramaturgia argentina. ¿Cómo ve al conjunto de su obra, en perspectiva?
–Después de tres años en Venezuela, regresé a Buenos Aires en 1962 y dije que nos creíamos uno de los hijos ricos de Europa, cuando éramos uno de los hermanitos pobres de América. Recién ahora nos damos cuenta de esto. Como el mundo cambia –si uno no cambia con el mundo se muere–, hoy no podría escribir El puente y tengo que escribir Toque de queda. El teatro de mi generación está imbricado con el de la llamada Nueva Dramaturgia, las diferencias que apunta cierta crítica son sólo formales. Nosotros vivimos la esperanza de la revolución social, soñamos con el hombre nuevo, admiramos al Che. Ahora el Che se usa en las remeras. El teatro de mi generación está inspirado por la desesperanza, el desengaño y el fracaso. Cuando éramos jóvenes, pensábamos que un mundo mejor estaba por venir y ese mundo desapareció.
–Del hombre nuevo pasamos a la degradación social, dice.
–En 1939, cuando tenía 19, escribí un artículo para una revista que hablaba de la Argentina escondida, de los chicos que tenían hambre y la panza hinchada en el norte del país. En aquel momento, hablar de eso resultaba tremendamente sedicioso. Hoy vemos a los chicos desnutridos, pero un cura, un empresario y un escritor que hablan sobre la miseria ya no son calificados de comunistas. Más allá de lo que sostenía Lenin sobre la economía, los dos pasos adelante y uno atrás, pienso que esto se da en la historia de la sociedad. No sólo la Argentina sino que el mundo está un paso atrás. Ya vendrán los dos pasos adelante y esto no es un optimismo vano, históricamente es así. Esto no impide que me sienta triste, porque no he vivido lo que soñaba a los 20. Pericles, en Toque..., dice que “la esperanza es traidora”.
–En este contexto, ¿se planteó cuál es el sentido de escribir teatro?
–El desaliento es un tema para el teatro. Nunca supe explicar por qué se escribe. Podría decir que por necesidad, pero también porque busco comunicarme con el otro, transferirle mis sentimientos. Hace tres días se murió el último amigo que me quedaba de la infancia y se lo conté a mis otros amigos, no lo podía silenciar. Cuando tenía siete años quería ser músico, me gustaba cantar y expresarme...
–¿Entonces el teatro fue para usted “un error del destino”?
–En realidad de mi padre (risas). Le pedí que me regalara una guitarra de verdad y me compró una de juguete, con cuerdas de alambre. Aunque nací en Güemes y Agüero, conseguía libros y revistas en la esquina de Santa Fe y Anchorena. Pasé de leer los cuentos de terror a los policiales, hasta que aparecieron en mis manos Alejandro Dumas y Victor Hugo. A los 14, unos muchachos de un club de barrio, de Laprida y Charcas, que habían inaugurado una biblioteca, le pidieron libros al escritor Ricardo Rojas, que vivía a media cuadra. Me acuerdo de que Rojas donó varios libros y me preguntó si yo quería alguno. Me regaló los poemas de Campoamor y Siripo, (tragedia indio-americana), de Manuel José de Labardén. Fue el puntapié inicial de mi vocación. En esa época, además, conseguía entradas para el teatro y estuve en el estreno, en mayo de 1934, de Así es la vida, protagonizada por (Enrique) Muiño y (Elías) Alippi. Escribir siempre estuvo asociado a una necesidad de compartir. Mi hermano, que me llevaba seis años, despreciaba mis inclinaciones porque le gustaba jugar al fútbol. Cuando tenía 17, mandé un poema a una revista literaria de Lanús, que se llamaba Juventud, y lo publicaron. Desde ese momento, mi hermano y mi madre empezaron a respetarme porque había publicado un poema en una revista.
–¿Considera que la escritura es un acto de rebelión?
–Al principio era una necesidad de comunicación, pero al mismo tiempo quería expresar mi indignación y eso es rebelión. A pesar de que actué, nunca me sentí un actor porque siempre me importó la creación de los personajes desde la escritura. Mis personajes no tienen una base intelectual o teatral, son seres que nacen de la observación de la realidad. El artista, inconscientemente, sale en busca de la verdad. aunque nunca la consiga, porque la verdad es inalcanzable. En Rimbaud y en los grandes poetas, en la mayoría de los escritores, se percibe esa búsqueda desesperada de la verdad.

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