ESPECTáCULOS
“Tenemos una asombrosa capacidad de indiferencia frente al horror”
El escritor español Antonio Muñoz Molina, cuyo último libro "Sefarad" cuenta historias de exilios, reflexiona en esta entrevista sobre los gobiernos totalitarios del siglo pasado y sus
devastadores efectos en la cultura y la vida cotidiana.
Por Arcadí Espada *
Desde Madrid
Antonio Muñoz Molina (Ubeda, Jaén, 1956) ya cumplió la totalidad de las expectativas que se le adjudican a un brillante porvenir. Escritor de referencia de la generación de la transición, respetuoso y brillante heredero del progresismo español y además novelista de crédito y articulista sostenido, Muñoz Molina es, entre otras cosas, el miembro más joven de la Real Academia Española. Por si esto fuera poco, su mujer, la escritora Elvira Lindo, lo ha convertido desde hace unos años, y sin necesidad de nombrarlo, en un personaje literario, ironizando con amabilidad redentora sobre algunos rasgos de su carácter, aunque exponiéndole, con creciente peligro, a que el público acabe considerándolo más bueno aún de lo que es. En cualquier caso, semejante lugar en el mundo fue consecuencia de un trabajo literario largo y concienzudo que empieza a concretarse con Beatus Ille, sigue con El invierno en Lisboa y El jinete polaco, y culmina, por el momento, con Ardor guerrero, Plenilunio o Sefarad, libros vendidos, leídos y apreciados.
–Este tiempo, intelectualmente hablando, ¿le provoca aburrimiento, ganas de trabajar o ganas de partirse la cara?
–Vamos a ver. A veces, cuando hablamos de lo que tenemos, olvidamos destacar la normalidad democrática como antítesis de lo que se vivía en España en los años ‘40, ‘50 o ‘60 o en la Argentina en los años ‘70. El poder trabajar con libertad, la posibilidad de viajar, de recibir libros, la posibilidad de que el trabajo de bastantes de nosotros se pueda leer afuera y suscite interés es una ventaja inmensa respecto de dónde veníamos. Sobre todo, teniendo en cuenta los límites de nuestra cultura, que es una cultura muy menor y que no forma parte de los grandes repertorios o circuitos internacionales. Yo me impongo no olvidar nunca eso, tenerlo en la conciencia, porque las libertades, la democracia es muy importante y muy valiosa, y siempre se corre el riesgo de minusvalorarla. Al fin y al cabo, en los orígenes intelectuales y políticos de muchos de nosotros hay una ideología que no valoraba en absoluto las libertades. Mi generación no creía que la democracia fuera una cosa necesaria ni interesante.
–Sí, la prueba era ese adjetivo...
–Exacto. Formal era el adjetivo. Democracia formal la llamábamos.
–Usted quizá pertenezca a la primera generación moderna de intelectuales y escritores españoles que ha podido trabajar sin restricciones.
–En efecto, la libertad, 25 años seguidos de libertad suponen una novedad importantísima. Y deben servir, sobre todo, para que pensemos que se trata sólo de 25 años, que ésta es la historia de España y éste el lugar de donde venimos.
–De todos modos, la anomalía española aún subsiste en el País Vasco.
–Hay un modo positivo de utilizar esta tragedia. Es como tener la comparación a mano, en carne viva. Para saber lo que supone la libertad, para la cultura y para la vida, sólo hay que mirar al Norte. Allí tenemos el ejemplo, la desgracia de un lugar en el mismo territorio español donde la libertad no existe. Creo que eso es la clave de todo. No me parece que el problema sea el nacionalismo o el independentismo.
–¿La cultura española se ha alzado como debería contra el terrorismo?
–Precisamente quien se ha alzado contra el terrorismo ha sido la gente de la cultura. El discurso político ha ido perfectamente a la zaga. En realidad, el discurso político no ha estado a la altura del envite. Quien dio el primer salto para defender las libertades, quien dijo primero que esto no era un problema ideológico, fueron escritores con nombres y apellidos, Savater, Juaristi o Azúa, gentes que obligaron al discurso político a encararse con el tema, y quienes, a partir de una concienciacívica ilustrada, pusieron los términos del debate en su sitio. Y los términos del debate no son otros que saber si todo el mundo tiene derecho a la vida o no. Yo creo que los partidos políticos que han reaccionado, aunque tarde, a esta pregunta, lo han hecho siguiendo el discurso de la gente de la cultura.
–Tarde, dice usted. ¿A qué atribuye la larga indiferencia?
–Una de las lecciones a sacar del horror es la asombrosa capacidad de indiferencia que tenemos frente al horror, cuando no te afecta personalmente. Ahora estoy leyendo el diario de Albert Speer, el arquitecto de Hitler, un hombre civilizado que se pregunta: “¿Cómo no me di cuenta?”. Para reconocer, acto seguido, que no saber, no le disculpaba, porque él eligió no saber. A mucha otra gente le pasó eso. Luego ha habido, y hay, una gran confusión ideológica. Hay el residuo de una especie de progresismo. En la actitud tibia ante el terror se da un fondo leninista de falta de compasión y de falta de respeto por la vida humana. Y la intención de no valorar las personas concretas y de dejarse llevar por abstracciones. Muchos no quieren correr el menor peligro de dejar de ser progres. Hay gente en la izquierda que prefiere seguir pensando en términos de pueblo, de masas, porque no saben qué hacer con las personas concretas.
–¿En qué medida tiene que ver con esta actitud el franquismo y el antifranquismo?
–En bastante medida. La dictadura franquista duró muchísimo y eso hizo que se perdiera cualquier clase de contacto con lo que había habido antes. Me acuerdo de un libro de Savater que leí de joven, y que al principio me escandalizó, donde decía que uno de los productos más repugnantes del franquismo eran algunas formas de antifranquismo. Volviendo al principio: yo creo que la España de ahora es el resultado de un cataclismo, entre otras cosas cultural, que ya no se puede recuperar. Igual que lo que sucedió con la cultura centroeuropea después de la II Guerra Mundial.
–¿Igual?
–Sí... Igual.
–Humm... No, no lo creo.
–Bueno, la magnitud es distinta. Pero cuando uno pierde un brazo se pierde para siempre. El tejido que se perdió, se perdió para siempre. La primera fila española se perdió en todos los campos. Han desaparecido los mejores, porque están muertos, porque están afuera o porque están en silencio. Y se produce una penuria general.
–Más de una vez se ha puesto en duda la calidad literaria e intelectual de los exiliados españoles. Usted escribió no hace mucho un artículo contra esa tesis.
–Lo terrible del exilio no es sólo que las grandes obras no formen parte de la tradición normal sino que muchas veces esas obras ni siquiera lleguen a producirse. Porque, como decía Claudio Guillén, el exiliado no sólo está en el destierro sino que está en el destiempo. El primero es remediable, el segundo no. Recuerdo la primera vez que fui a la Argentina, hace ya mucho en el año 1989. Tenía contactos con gente que había estado afuera durante la dictadura militar y describían su desolación por haber estado afuera, y eso que esa dictadura duró "sólo" seis años. Pero lo más terrible es que no se reconocían en los que se habían quedado y los que se habían quedado no les reconocían a ellos. Era una relación que el destiempo hacía imposible.
* De El País, de Madrid, exclusivo para Página/12.