ESPECTáCULOS › UNA TEMPORADA ESPECIALMENTE VALIOSA DE ESPECTACULOS INFANTILES
Los pibes tuvieron la suerte que merecen
El enorme esfuerzo de los responsables de espectáculos para chicos propició un año en el que campeó una notable diversidad estilística y
un alto nivel de calidad.
Por Silvina Friera
En un año crítico, los actores, directores, titiriteros y músicos pudieron sostener, con un empeño excepcional, una temporada infantil caracterizada por la diversidad de propuestas y la calidad de un puñado de obras de teatro de objetos, comedias musicales y recitales. A pesar de los malos augurios, la necesidad de que los niños conserven espacios para cultivar la imaginación y el juego operó como un catalizador contra el desánimo y la parálisis. Los artistas, tal vez inconscientemente, plantearon “puentes” temáticos entre las propuestas más representativas de los circuitos comerciales, oficiales y alternativos. Al margen de las diferencias estéticas, que siempre suelen ser las más difíciles de conciliar, El pájaro azul, El ruiseñor y Mi bello dragón, los tres espectáculos más importantes estrenados en 2002, cada uno –desde la singularidad de su lenguaje– aportó entretenimiento, humor y reflexión en dosis equilibradas para el imaginario del niño. La mentira, los enigmas de la existencia, la manipulación entre seres humanos y la búsqueda de la felicidad, aspectos que exceden el mundo infantil pero que lo comprenden, atraviesan el espíritu de estas obras, resignificadas por un contexto social y cultural que asimila con asombrosa rapidez clásicos como Maurice Maeterlinck (1862-1949) y Hans Christian Andersen (1805-1875) o un texto de los años 60 de Enrique Pinti.
Los personajes de Mi bello... (comedia musical escrita por Pinti en 1967) son emergentes de un mundo de apariencias, conspiraciones y engaños. Alejados de los arquetípicos héroes y villanos, los chicos celebraron a esas criaturas por momentos absurdas, que Pinti modeló con la experiencia de un artesano (el autor de Candombe Nacional escribió ocho espectáculos infantiles). En El ruiseñor, la titiritera Eva Halac ofreció una relectura gratificante de un cuento de Andersen, ambientado en una subyugante China imperial. La prepotencia del poder, un monarca ambicioso que captura al ruiseñor y lo exhibe en una jaula como trofeo y la belleza de la naturaleza, permitieron recrear una conexión singular con el público infantil: las mandíbulas caídas por el asombro, las pupilas dilatadas, fijadas en la escenografía y el movimiento de los títeres, expresaban la fascinación que los chicos sentían por la historia. Los cuentos clásicos, depositarios de anhelos y miedos ancestrales, resisten el paso del tiempo porque bucean en el corazón del ser humano. Esto sucedió con otro pájaro, el que concibió Maeterlinck en 1909. El grupo de titiriteros del teatro San Martín, dirigidos por Adelaida Mangani, puso de relieve en El pájaro azul el viaje iniciático de Tyltyl y Myltyl, hijos de un leñador pobre, que buscan al ave para salvar a una vecina enferma. Una atmósfera de ensoñación, potenciada por una cautivante escenografía y una adecuada manipulación de los muñecos.
No es casual que entre los mejores espectáculos de la temporada, los títeres se impongan con comodidad (entre los 10 mejores trabajos, cinco son de títeres, tres comedias musicales y dos de música). Con la autoridad que le confiere una vida dedicada al arte titiritero (nada menos que 55 años), Sarah Bianchi recibió este año el premio María Guerrero por su trayectoria. “Los títeres son muy invasores, se comen todo”, dijo a Página/12 esta esmirriada mujer de 80, creadora del Museo del títere (Piedras 905), un espacio único en América latina que alberga a más de 400 títeres. En un país donde se escamotea la memoria y los proyectos se pulverizan en cuestión de horas, días o meses, la permanencia del grupo de titiriteros del San Martín –en octubre festejaron 25 años de continuidad-, constituye un acontecimiento cultural de envergadura. La fuerza e identidad de estos titiriteros la imprimió Ariel Bufano (1931-1992), creador del grupo, otro de los notables divulgadores de ese arte. En este rubro también se destacaron Mitos griegos a la criolla, dirigida porHéctor Malamud, una armoniosa recreación del mito de Teseo, Ariadna y el Minotauro, y Mundus trucus, con autoría y dirección de Pepe Márquez, que creó un monstruito irreverente, mentiroso y estrafalario, que invita a una niña a viajar a su planeta. Aunque Calidoscopio, un delicioso trabajo del grupo Kukla, dirigido por Antoaneta Madjarova, utilizó muñecos y elementos escenográficos, con técnicas de manipulación e iluminación propias del teatro de títeres y objetos, el grupo incorporó la técnica del teatro negro para generar un efecto cinematográfico en el espacio escénico, y música de Saint Saëns, Franz Liszt y Claude Debussy, ente otros.
Si bien Hugo Midón no estrenó ninguna comedia musical, afortunadamente los chicos pudieron disfrutarlo por partida doble: Huesito Caracú, el remolino de las pampas (premio ACE al mejor espectáculo infantil y premio Teatro del Mundo del C. C. Ricardo Rojas) y Vivitos y Coleando, un clásico de su repertorio que se repuso a doce años de su estreno. Tampoco podía faltar el universo de María Elena Walsh en el menú de opciones. A cuarenta años de su estreno, Canciones para mirar, con dirección de Rubén Pires y Manuel González Gil, y las actuaciones de Fabián Gianola y Claribel Medina, demostró que la obra de Walsh se asemeja a un poliedro que adquiere unidad en la diversidad y espesor en la sencillez, con temas inmortales. Alicia Maravilla, una versión pop del relato de Lewis Carroll dirigida por José María Muscari, con un elenco encabezado por Florencia Peña (productora de la obra) y Sandokán, de Emilio Salgari, con Daniel Kuzniecka, fueron otras propuestas de clásicos universales, recreadas con la intención de que los chicos conozcan a personajes entrañables, que conformaron el patrimonio infantil de varias generaciones.
El movimiento de música para niños (Momusi), integrado por grupos de la talla de Sonsonando, Los Musiqueros, Mariana y los Pandiya y Caracachumba, consolidaron un espacio en el C. C. San Martín, con recitales gratuitos los domingos a las 11, un rito pagano celebrado con los distintos grupos de todo el país que se fueron presentando en la sala A-B de ese centro cultural. Con funciones cercanas a los 1000 espectadores, se dieron el gusto de comprobar una frase que suele repetir María Teresa del Corral, cantautora de Mambrú se fue a la guerra y La gata peluda: “La oreja del chico puede escuchar la Novena de Beethoven y un quinteto de Mozart desde que nace”. Además, en agosto realizaron el Tercer Encuentro de la Canción Infantil que permitió que el público conociera grupos como La chicharra, Tinguiritas (ambos de Córdoba), La banda del grillo (La Plata), La Payana (Neuquén) y a la brasileña Rosy Greca, invitada especial en esta edición. Acostumbrados a difundir las sutilezas musicales rioplatenses, Caracachumba presentó su último CD Me río de la plata con la presencia de Roque, un muñeco aventurero que le gusta viajar, y que le permite al grupo incorporar melodías típicas de Bolivia, Arabia y Australia.
En Barcos y mariposas, Mariana Baggio entregó la frescura de un espacio sonoro original y transportó a los niños, con su voz y sus excelentes músicos, hacia los territorios de América latina, de sus historias y sus gentes. Inolvidable, para los chicos y los padres que presenciaron las funciones, la “Chacarera de la lata”, construida a partir del juego escénico con latas de gaseosas y cervezas. Entre las curiosidades, la meca del rock fue copada por los bajitos, ya que el director Carlos Palacios presentó en Obras su propia versión de la ópera Hansel y Gretel, basada en el cuento infantil de los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm, con la participación de más de 40 artistas, coro y ballet. Otro lugar que cedió su espacio al bullicio y el descontrol de los chicos fue el Hard Rock Café, donde Papando Moscas presentó el CD Mi primer rock.
El circuito comercial fue el que más sintió el impacto de la crisis, en términos de convocatoria de espectadores, porque la entrada promedio, entre 10 y 12 pesos, se transformó en un lujo inaccesible para muchas familias, que optaron por espectáculos de teatros oficiales, conlocalidades que oscilaban entre los 3 y los 5 pesos (El pájaro..., La tempestad, Paso a paso, en el complejo teatral de la ciudad; El soldadito de plomo, en el Cervantes) o de salas alternativas, cercanas a sus barrios. Dos de estas salas, la UPB de Belgrano y La Galera Encantada, en Palermo, hace años que luchan por consolidar estos espacios, prácticamente destinados en su totalidad a los espectáculos infantiles. María Inés Falconi y Carlos de Urquiza (en la UPB) presentaron, entre otras, Belinda lava lindo, Sobre ruedas y Pérez Gil-Piratas, mientras que Héctor Presa ofreció en La Galera Hola Panza, Blancanieves y los 8 enanitos, Todo por dos besos y Pido Gancho. Más allá de los aciertos o los equívocos, los artistas pusieron el hombro (muchos, incluso, lo que les quedaba de sus ahorros o lo que pudieron sacar del corralito) y bajaron las entradas para que los chicos pudieran al menos sonreír, soñar y esperar que las tensiones que perciben en su entorno social se disipen.