ESPECTáCULOS › “CHUMBALE”, DE ANIBAL DI SALVO, CON ENRIQUE PINTI

El grotesco se quedó en el ‘45

 Por Horacio Bernades

De acuerdo a lo que dejan ver películas como La fiaca, Esperando la carroza o El verso, el grotesco argentino es un género que parece haberse quedado en el ‘45, o más atrás. Tal vez porque es primo hermano del sainete, estas películas hacen de cuenta que Buenos Aires sigue siendo aquella ciudad de calles de adoquín, bares antiguos en los que para la barra de la esquina y sobrepobladas casas chorizo. En ese planeta improbable siempre se oye un tango, los hombres viven del rebusque, las mujeres llevan delantal a la cintura y el abuelo inmigrante habla en cocoliche. Basada en la obra teatral homónima que Oscar Viale escribió a fines de los 70 (entonces ya atrasaba), Chúmbale responde al pie de la letra a este modelo, que cuanto más pasa el tiempo, más perimido resulta. Quienes cada tanto lo reflotan parecen no enterarse.
En este caso, la sensación de apolillamiento se ve acentuada por el tono macilento de la fotografía, que da toda la sensación de deberse a la utilización de rollos vencidos, que son más baratos. La adaptación no se preocupa en lo más mínimo por “airear” la teatralidad del texto original. Tras la escena de títulos, que sigue a un vendedor de café en su recorrido callejero, el espacio queda reducido al de la casa chorizo que habitan don Roque y los suyos. Más precisamente, a tres ambientes (living, cocina y una habitación) y el patio. Allí viven don Roque, que se la pasa puteando (Enrique Pinti, que en algún momento se ve a sí mismo en la tele, y se ríe con sus propios chistes), su esposa (María Rosa Fugazot, en una clase magistral de sobreactuación sainetera), hijas, yernos y “el nono”. Y el perro, claro (¿qué otro nombre podría tener que no fuera Sultán?). Que no para de chumbar, de allí el título.
A diferencia de Los Campanelli, se trata de una familia muy peleadora. Como otra característica del grotesco nacional parecería ser que sus personajes gritan en lugar de hablar, sumado al encierro ambiente, la reiteración de las discusiones y el estiramiento de las escenas, el aire de Chúmbale se hace particularmente irrespirable. El detonante del despelote es mínimo y deliberadamente banal, y la desmesurada importancia que adquiere para sus protagonistas parecería una deuda de Viale para con el teatro del absurdo. Al Enzo, uno de los yernos de don Roque (Marcelo Mazzarello, que logra mantener la línea en medio de la gritería) se le ocurre comprar cuatro latas de pintura, pensando tal vez en repintar su habitación. Como el muchacho está de arriba en la casa, la iniciativa desatará la furia de don Roque, que de todos modos no necesita de esa excusa para chumbar más que Sultán. Y todo crecerá, en tamaño y decibeles.
Aunque se incluyen referencias a piqueteros y en la tele se habla del FMI (el recurso de “hacer entrar la realidad” a través de la televisión es particularmente remanido), los adaptadores conservaron un dato que en los 70 podía tener un sentido fuerte, pero hoy suena particularmente demodé: al Enzo se lo acusa de “zurdo”. Finalmente, la cosa no llegará a mayores, porque se supone que una de las cosas de las que la obra intenta hablar es de que los argentinos son más de ladrar que de morder. En el medio, se incrustó a un “ñoqui” de comité como otra forzada referencia a larealidad, el “nono” se tiró un pedo, y en una de las paredes de la habitación aparece colgada una foto de James Joyce. Tal vez quedó de alguna película anterior.

Compartir: 

Twitter

 
ESPECTáCULOS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.