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En el reality, hasta se puede casar a la madre

El lunes, uno de cada tres espectadores de EE. UU. clavó sus ojos en el final de “Joe Millionaire”. El fenómeno no se agota, las variantes brotan como hongos y hasta algunos críticos se dan vuelta.

Por Andy Goldberg
Desde Los Angeles

Cuando los historiadores revisen los momentos decisivos de la cultura contemporánea, identificarán claramente la noche del 17 de febrero de 2003 como merecedora de un estudio especial. El mundo estaba ante las puertas de una controvertida guerra. Días antes, millones de personas habían salido a la calle en todo el mundo para protestar contra un ataque a Irak. Pero el lunes por la noche, los medios de la mayor superpotencia del mundo estaban dominados por otros temas: dos de las mayores cadenas de televisión de Estados Unidos —ABC y NBC— decidieron emitir especiales de dos horas acerca de un antiguo astro del pop llamado Michael Jackson, mientras que CBS presentó la habitual combinación de sitcoms y programas policiales. Sin embargo, una de cada tres personas que miraron la TV en el horario de máximo encendido tenía sus ojos puestos en Fox. La cadena del poderoso empresario periodístico Rupert Murdoch emitía “Joe Millionaire”, la enésima variante sobre el género dominante en estos tiempos: el reality show.
La serie de siete episodios está basada en una premisa extrema incluso para los estándares del reality. Las reglas del género son simples: coloque a personas aparentemente normales en una situación desafiante y deje que millones de personas vean cómo se humillan a sí mismas. En esta categoría entran programas como “Survivor”, concursos de talentos como “American Idol”, programas de interacción social como “Gran Hermano” o “The real world”, shows de famosos como “Celebrity Boxing” o los especiales de Michael Jackson, deformidades como “The Osbournes” y programas de búsqueda de pareja como “The Bachelor” o “Joe Millionaire”.
La puesta en escena de este último fue tan insidiosa que mucha gente especuló sobre la posibilidad de que estuviera concebido como una parodia del género. “Joe Millionaire” reunió a una serie de jóvenes ingenuas para competir por el corazón de un hombre que se suponía acababa de heredar 50 millones de dólares. Evan Marriot montó a caballo aristocráticamente, fue servido por mayordomos apropiadamente vestidos, llevó a las mujeres a caros viajes a París y vivió en lujosas mansiones. La trampa era que en realidad se trataba de un humilde trabajador de la construcción y se basaba en la generosidad de los productores de Fox para sus excesos. El lunes, la elección de Marriot recayó en Zora Andrich, una maestra de escuela cuya desilusión al descubrir el modesto estado de las finanzas de Marriot fue compensada con un premio de 500.000 dólares.
El éxito del programa puede llevar a la creación de “reality shows” aún más extravagantes, si es que eso es posible teniendo en cuenta lo que ya se puede ver en televisión. Actualmente, los adictos al género —que se cuentan por millones— pueden sintonizar “Are you hot”, en la que las personas desfilan semidesnudas delante de “expertos” que juzgan su sex appeal. Otra serie es “Meet my folks”, en la que padres son torturados por los intereses amorosos de sus hijos. También está “Who wants to marry my mom?”, que presenta a jóvenes eligiendo a potenciales candidatos para sus madres. Si todo eso no satisface la necesidad voyeurista del público, allí están los ya consagrados “American Idol”, “Survivor” y muchos otros como “Fear factor”, en el que las personas y a veces algún famoso se enfrentan a sus demonios internos comiendo gusanos o cumpliendo otros desafíos temerarios.
Hasta hace poco, los críticos se pronunciaban en contra de este tipo de programas y lamentaban la pérdida de popularidad de géneros tradicionales como las series dramáticas y las sitcoms. Pero recientemente, más de uno recordó que esas categorías muchas veces eran aún más tontas que los reality shows que las reemplazan. De pronto, los reality no sólo son un “entretenimiento popular que marca el fin de la televisión creativa”, sino un “fenómeno cultural con derechos propios”. Según James Poniewozik, de la revista Time, “es hora de que dejen de llorar por cómo el género más popular está destruyendo todo y disfruten de algunos momentos de grantelevisión”. No conforme con ello, remató: “El reality es lo mejor que le pasó al medio en muchos años”.

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“Generación pop”, integrante de la oleada “artística” local.
 
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