ESPECTáCULOS › “CORTO MALTES, LA PELICULA”, UNA JOYITA EN LA SEÑAL HBO
Desde Siberia a la Patagonia
El largometraje animado aún no fue estrenado en los cines del mundo, pero aquí puede verse por televisión. Producido en Francia, resulta un notorio retrato del universo imaginado por Hugo Pratt.
Por Pablo Plotkin
El Corto Maltés es sinónimo de movimiento. Aun cuando respiraba tinta china en las páginas de las revistas de los años ‘70, el Corto era un ser condenado al movimiento (y condenado a una forma no siempre grata del éxito). Alumbrado por Hugo Pratt (1927-1995) como una suerte de sublimación de su ser aventurero, el maltés concilió el vértigo y un aplomo casi zen para darle aliento a una saga de exquisita narrativa fantástica. El trazo austero de Pratt modeló su personalidad: ¿cuántos héroes de la historia y la historieta tienen una única expresión facial y a la vez tal poder de seducción y misterio? ¿Cuántos aventureros, en la acepción clásica del término, sobreviven al mundo moderno? No era fácil, entonces, darle movimiento digital a este ser que ya vibraba en el papel. Pascal Morelli lo intentó. Y le salió muy bien.
En estos días, HBO emite la flamante Corto Maltés, la película, meses antes de su estreno mundial. Hoy después de la medianoche (a la 1.45) y el lunes 26 a las 2.45 se la puede ver por última vez. El primer largometraje del Corto (hablado en francés, producido por la compañía parisina Ellipse Animation) adapta el álbum que en castellano se publicó bajo el título Corto Maltés en Siberia, un relato ambientado en los meses posteriores a la Primera Guerra Mundial. Para ese entonces, si se atiende a la biografía oficial del personaje, el Corto Maltés debía tener unos 32, 33 años, aunque su aspecto (y su semblante, claro) siempre fue más o menos el mismo. El Corto nació en La Valeta (Malta) en 1887, hijo de un marinero británico y una gitana sevillana conocida como “La Niña de Gibraltar”. El italiano Pratt, que creció en Etiopía junto a un criado que le enseñó el abisinio y el swahili, pergeñó a este héroe multicultural antes de que las sociedades “periféricas” excedieran el rango de material antropológico. El mundo del Corto, aun sin fibra óptica, ya era globalizado, no sólo porque el tipo podía llegar a todas partes, sino porque era capaz de entenderse con cualquiera. Por las buenas o por las malas.
El Corto Maltés es pragmático y poético. Puede citar a Rimbaud y al segundo siguiente organizar un motín y vaciar su revólver en las tripas de una tripulación de forajidos. Tiene amigos que no son de fiar. El tampoco es de fiar, pero es capaz de convencer a cualquiera de que lo siga hasta el fin del mundo. Su primera aventura publicada, La balada del mar salado, es narrada por el mar. El destino (o más bien, el no-destino) del maltés se sugiere en ese primer relato: Amalia, una gitana, pretende leer el porvenir en la línea de la vida de su mano. Pero el Corto no tiene tal línea, por lo que decide trazar su destino con la navaja de afeitar de su padre. Ese rito de iniciación –rústico y metafórico– inaugura una existencia desbordada de guerras, viajes, amores y traiciones. A los trece años lleva a cabo su primera acción bélica en China, en un episodio deducido por sus lectores (y avalado por Pratt) pero nunca llevado al papel. Participa también en la guerra entre el Japón y Rusia (1904–1905), donde se hace amigo de Jack London, entonces corresponsal.
Después conoce a Rasputín, su ambiguo aliado en la aventura en Siberia. Pero en 1905 la acción está en otra parte. Rasputín deserta de la Armada zarista y se embarca con el Corto rumbo a Africa, en busca de las minas de oro de Etiopía. Se produce un motín a bordo y la nave deriva a la Argentina. El ruso y el maltés recorren la Patagonia y allí se encuentran con Butch Cassidy, Sundance Kid y Etta Place, tres celebridades del far west que por entonces correteaban por el desierto austral. La saga del Corto se sitúa en escenarios reales, a partir de acontecimientos históricos documentados, pero sólo para generar un paisaje, un territorio común sobre el que esparcir los componentes de narraciones fantásticas.
Después de pasar por Italia y conocer a Stalin, el Corto vuelve a Argentina, en 1908, y se reencuentra con London. Buenas compañías las del Corto en estas tierras. La siguiente visita al país (no es casual esacierta argentinidad del personaje: Pratt vivió aquí un tiempo y definió parte del Corto Maltés en Buenos Aires, mientras ilustraba guiones de Oesterheld como Ernie Pike) es en 1923, en la aventura publicada bajo el título Tango Corto, en la que investiga la desaparición de Louise Brookzowyc. Antes de abandonar Buenos Aires, el Corto descubre que el responsable de la muerte de Brookzowyc es Estévez, jefe de la policía. El maltés ya había visto demasiado, y había hecho casi todo. Momento de irse a otra parte, desaparecer en la bruma o en una tormenta de nieve, y reaparecer en otro lugar del planeta.