ESPECTáCULOS
“En Once todo puede parecer feo, pero en el conjunto está la belleza”
Daniel Burman, el director de “Esperando al Mesías”, vuelve a tratar el tema de la identidad judía en su nueva película, “El abrazo partido”, que hace del barrio del Once un escenario cinematográfico por excelencia.
Por Mariano Blejman
Una mujer de peinado espumado intocable camina con rapidez entre la marea de gente, como si estuviera en el medio de un pogo rockero. Lleva varias bolsas de compras en cada mano, hace malabares para que no se le caigan y da vuelta el cuello para observar la presencia de una cámara, que no quiere ser vista. Un hombre de aspecto oriental acomoda una vidriera, por enésima vez se para en la puerta del negocio, está avisado de que no tiene que mirar, pero observa la cámara y sonríe. Un grupo de niños que acaba de salir de una escuela se acerca y –parece irresistible– miran, curiosos, cuando descubren que se trata de un rodaje. Quien está detrás de la cámara es Daniel Burman, el realizador de Un crisantemo estalla en Cincoesquinas, Esperando al Mesías y Todas las azafatas van al cielo.
Unos metros más adelante, en medio de la multitud, caminan los actores Daniel Hendler y Jorge D’Elía, mientras cientos de personas agitan la vereda de Corrientes y Castelli, en pleno corazón del barrio judío, coreano, peruano, boliviano, africano, argentino del Once. Están haciendo una escena de El abrazo partido, la cuarta película de Burman, que lleva un guión en coautoría con el escritor Marcelo Birmajer. Pero la idea es que no se note que están. Que la fiebre del Once pueda verse “natural” ante la efervescencia del contexto. “El Once es mi barrio”, confiesa Burman a Página/12. “Todo puede parecer feo, pero en el conjunto está la belleza, que puede ser extraordinaria.”
Burman decidió filmar la historia en su barrio después de haber vivido en él toda su vida. Pero la película existe gracias al premio que recibió del Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano (La Habana, Cuba), de un concurso organizado por Canal Plus (España) y SGAE (Sociedad General de Autores y Editores de España), donde le otorgaron el premio al Mejor Guión Inédito. El abrazo partido narra la historia de un reencuentro entre un padre y su hijo, a quien dejó de ver casi recién nacido. Ariel Makaroff (Daniel Hendler), de 27 años, posee algunos recuerdos de Elías (Jorge D’Elía), su padre, ausente casi desde su nacimiento. Por razones que Ariel desconoce, su padre partió a la guerra de Yom Kipur en Israel y nunca regresó al país. Elías mantiene con su esposa contactos telefónicos y pasa algún dinero, pero nunca volvió a sostener un vínculo con sus dos hijos varones. “El film narra la construcción de esa paternidad, y cómo la identidad se elabora a partir de las ideas o hipótesis que los hijos elaboran de su propia historia”, cuenta Burman. La identidad, justamente, es un tema de estudio para el barrio del Once, donde están filmando esta comedia desde hace un mes y todavía les quedan algunos días de captura de imágenes. “En el Once se pone en escena una serie de elementos que, en soledad, no parecen estéticos: la marea de gente, los fletes en tercera fila, la increíble cantidad de casas de telas, los mercaditos, las casas de importación. Es la unión que convierte a lo ordinario en algo especial”, dice Burman.
El protagonista, Daniel Hendler, ya había trabajado con el director en dos de sus películas anteriores. Además, el elenco está integrado por Adriana Aizenberg, en el rol de la madre, Sergio Boris, como su hermano, Diego Korol, su íntimo amigo; más Melina Petriella, Juan Minujín, el comediante Norman Erlich y la actuación especial de Rosita Londner, entre otros. Es una coproducción internacional integrada por BD Cine (Argentina), Wanda Vision (España), Paradis Films (Francia), Storie (Italia) y el apoyo del INCAA. El corazón de la historia transcurre en una galería del barrio que se viene abajo en cualquier momento. La galería, obviamente real, fue alquilada por la producción en alguna recóndita esquina del barrio, pero también se han hecho escenas en Tucumán y J. E. Uriburu (a la vuelta de la Amia), Lavalle y Junín, Corrientes y Castelli, y en el club Hacoaj, donde Burman pasó buena parte de su infancia. Aunque hoy el ingreso es más parecido a un bunker, que a un club de barrio. “La transformación que ha tenido este barrio es increíble. No sé si es el problema de que uno crece, pero siento que el Once cambió muchísimo. Y sigue cambiando día a día: un lugar que a uno le gustaba para ir a comer cuando vuelve, al mes siguiente, ya fue reemplazado por un lave-rap”, asegura.
También quedan en el Once vestigios del Banco Mayo y Banco Patricios, esos bancos que no sólo quebraron ellos mismos “sino que hicieron quebrar un sistema de confianza de las comunidades judías. Ese quiebre y los atentados a la embajada y la Amia modificaron la vida de estas instituciones y del barrio”, opina Burman. “Nos hizo replantear todo, como cuando hay una infidelidad en la pareja.” En ese contexto, Burman filma: en un ámbito documental, dice, en busca de una verdad absoluta “que bañe este pedazo de ficción”. Después de haber pasado por un casting de tres continentes: asiáticos, latinoamericanos, europeizados. “Fue una especie de Popstars del Once, sin la vanidad como filtro.”
El Once es un barrio de tensiones. Una especie de Soho porteño, donde nadie parece ser de aquí pero el barrio es de todos: “Se trata de pequeñas personas, con grandes historias”, define Burman. “Son seres precarios en un sistema precario de supervivencia.” Pero sobreviven cambiándole la cara al barrio, las veces que sea necesario. Durante la época de la convertibilidad el Once fue el centro de la chuchería. Tiempo después, decenas de negocios de “Todo por dos pesos” fueron evaporados de un plumazo, cuando la devaluación hizo inevitable el cambio. Pero sus habitantes quedan, resisten y ponen otra cosa.
“Me gusta filmar escenas entre la gente, tratando de que nadie mire a cámara: un viernes a las 6 de la tarde pueden pasar delante de la lente 600 personas por minuto. Ninguna toma es igual a otra. No habrá dos extras iguales.” Se trata de pura ficción, en un ámbito documental. Pero esta vez el hijo que parece no querer a su padre por haberlo abandonado “resignificará aquel abandono, cuando conozca la verdadera historia”, confiesa Burman. Afuera, al lado, la euforia por resistir un día más sigue permaneciendo intacta. Cuando Burman levante sus cosas de la calle, y ya no interfiera la vereda, un soplido borrará del entorno la memoria de haber estado presente. Porque el Once, parece, sólo tiene presente hasta que llega la noche y sus calles se vacían de olvido.