ESPECTáCULOS
“Al empezar en periodismo, todos éramos unos escritores frustrados”
Este lunes en “La página en blanco”, de Canal (á), Tomás Eloy Martínez analiza a fondo la relación entre literatura y periodismo.
Por Emanuel Respighi
La difusa frontera que, en principio, separa al periodismo de la literatura propiamente dicha fue, es y será por mucho tiempo una eterna discusión en el ámbito cultural. Trivial para algunos, esencial para otros. La tensión entre realidad y ficción fue superada con dignidad por trascendentales autores latinoamericanos, tal el caso de Roberto Arlt, Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Carlos Onetti, Octavio Paz, Julio Cortázar o Carlos Fuentes. Uno de los escritores actuales que mejor logra conjugar periodismo con literatura es Tomás Eloy Martínez, autor de varias novelas que poseen un fuerte arraigo en la realidad (La pasión según Trelew, La novela de Perón, Santa Evita) y de numerosos escritos periodísticos. Bajo el título La realidad en la ficción, el envío de este lunes de “La página en blanco” busca desanudar el contrapunto realidad-ficción a partir de las palabras del reconocido escritor argentino. El ciclo, conducido por Silvia Hopenhayn, se podrá ver a las 14 y a las 20, por Canal (á).
El autor argentino radicado en Nueva Jersey abre el programa marcando una diferencia central e inevitable a la hora de indagar el complejo tema de la realidad en la ficción. “La escritura de la realidad en el periodismo es una escritura obligatoria, que se hace por imposición: la realidad te lo impone. En tanto, la escritura de la ficción es una escritura de la libertad, por una imposición interna, por un movimiento del deseo”, remarca Martínez. “En un caso –continúa– es un oficio de goce, de deseo, de libertad, de expresar lo que uno lleva por dentro y no puede seguir llevándolo. En el caso de la narración de la realidad alude la obligación de contar para ganarse el pan –el caso de Arlt–, por necesidad de exposición pública o porque se necesita tener una profesión y se elige la de escribir en un periódico.”
Sin embargo, el autor cree que tal distinción no necesariamente plantea una frontera excluyente entre uno y otro oficio. Un ejemplo de su complementariedad es que varios literatos de su generación desarrollaron sus primeros pasos en el periodismo. “Cuando comenzamos en el periodismo –narra– todos éramos escritores frustrados. García Márquez comienza como periodista, Vargas Llosa era corresponsal de Primera Plana en París, Borges dirigía la revista multicolor de Crítica... Eran escritores que no podían manifestarse porque la industria editorial era muy precaria. Nadie podía vivir de lo que escribía y obviamente el camino más fácil para la profesionalización era la escritura en el periodismo. El grueso de la cultura latinoamericana de los años 40 a 60 se funda en el periodismo.”
En su última novela, El vuelo de la reina, Martínez narra una historia de ficción pero a la que no le faltan elementos reales, fiel a su estilo.
“Hay una corriente muy fuerte en la novela contemporánea en la cual una novela es un acto de libertad”, señala. “En tanto acto de libertad, la novela se permite absorber todos los géneros: se impregnan de cine, de poesía, ensayos, reflexiones, todos esos elementos a la vez (...) Se trabaja con la libertad de sumar todos los géneros y no restar, liberar al género de las presiones o preceptivas que le imponían los códigos del siglo XIX.”
Sobre el final, Martínez se refiere al ineludible valor del intelectual en un mundo devastado por la miseria, el hambre, la guerra y la desocupación. “Como muchos otros escritores, yo escribo columnas sobre política más que de literatura –que preferiría hacerlas–, porque la realidad de América latina se ha vuelto en estos momentos muy convulsa, muy inquietante e impredecible. Y aunque nadie nos oiga, creo que los intelectuales tenemos la obligación de hablar. No hay oídos porque el poder se ha vuelto iletrado, analfabeto. Aun en los casos de presidentes más letrados, como fue Fernando Enrique Cardoso. Sin embargo, la cultura tiene muy poca atención en Brasil. Entonces, creo que ahora se intensifica la obligación del intelectual por tratar de escudriñar en la realidad, para saber cuáles son los caminos posibles dentro de este mundo que se nos está oscureciendo”, concluye, con un atisbo de esperanza.