ESPECTáCULOS › CARLOS SORIN ESTRENA UN FILM PARA TV EN EL CICLO “ENSAYO”

“Las historias no cuestan plata”

El director, que acaba de sumar ocho Cóndores a la lista de premios para “Historias mínimas”, cuenta qué cosas le interesan a la hora de filmar para TV y por qué el cine argentino de hoy se alimenta de la crisis.

 Por Emanuel Respighi

El octubre de 1987, en el ciclo “Ciencia y conciencia”, Canal 13 emitió un documental que causó revuelo. Bajo el título “La era del ñandú”, el especial contaba en formato documental la historia de la droga BIO-K-2, a la que personalidades y especialistas le atribuían poder rejuvenecedor. Aunque nadie había escuchado hablar de la droga, el hecho de que el ciclo fuera auspiciado por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación, bastó para que los televidentes aceptaran la revelación. Era un documental apócrifo: tal droga no existía. “Tomó desprevenido a la gente porque se pasó en un horario importante en el 13, presentado por Magdalena Ruiz Guiñazú”, recuerda Carlos Sorín, director de aquel programa. “La gente creía que iba a ver un programa serio. En ese momento, la TV tenía una credibilidad enorme: lo que decía era verdad. No había ciclos como `CQC’ o `Videomotach’. Como el ciclo apeló a una forma documental en blanco y negro, la gente le otorgó veracidad. Pero era una historia de ficción delirante”, admite el cineasta a Página/12.
A 16 años de aquella incursión, el director de la galardonada Historias mínimas –el lunes se adjudicó ocho Cóndor de Plata, entre ellos a la mejor película, dirección y guión–, vuelve a trabajar en la TV con un trabajo realizado para “Ensayo”, producido por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa). Cómo hacer un programa en TV y no morir en el intento se podrá ver hoy a las 22, por Canal 7. “No siento que vuelvo a la TV porque nunca estuve. No es mi oficio ni tengo ganas que lo sea. Soy un bicho de cine. Hice ‘La era del ñandú’, que fue una humorada. Y ahora hago esto, que es otra humorada. Mi vida parece estar condenada a cada 16 años hacer un chiste en TV”, bromea Sorín.
–¿Ni siquiera cuando no podía rodar por falta de presupuesto pensó en explotar el medio?
–No, porque soy un ortodoxo del cine. Y lo más interesante de la TV no es hacer cine grabado en vez de filmado, son los formatos que no tienen que ver con la ficción o son ambiguos, como los talk shows, los realities, las transmisiones en directo. La cosa simultánea y en vivo es el específico de la TV. El del cine es el lenguaje de imágenes, el montaje.
–¿En su concepción el cine nunca podrá llegar a la TV?
–El cine no puede ser “Gran hermano”. No puede llegar a que se tenga ocho canales con distintas cámaras de una casa. Hay que distinguir lo que es TV como sistema de difusión a lo que es como lenguaje. Como sistema de difusión es impresionante, una fuente de recursos y espectadores para el cine. Pero el específico es “Gran hermano” o la transmisión de la tragedia de Ramallo. Ninguna otra expresión artística puede llegar a ese dramatismo porque lo que se cuenta es la realidad.
–¿Por eso cuando trabaja en la TV plasma un experimento entre lo imaginario y lo real?
–En TV no podría hacer una cosa en serio. Me parece que propuestas como la que dio origen a La era del ñandú, o ésta del Incaa, que no tienen un objetivo competitivo y comercial, se deben tomar para hacer un buen chiste. Libertad que no tengo cuando hago cine ni se tiene cuando se hace TV comercial. Como “Ensayo” es un experimento libre se me ocurrió tomar un poco en solfa la propuesta, a través de un making of falso de un programa que no pudo ser y terminó de forma accidentada. Es como “Gran hermano”: uno no sabe qué es verdadero y qué falso. Me interesa mucho más ser espectador que director de TV. No me interesa hacer cine en TV.
–Quienes vieron sus películas, ¿se van a sorprender con esto?
–Sí, porque no tiene nada que ver. Es una especie de humorada tomando tics de programas periodísticos. Sólo hay cierto contacto con el humor de Historias..., llevado al absurdo. La TV es bastante absurda.
–Historias mínimas cosechó un aluvión de distinciones y fue muy bien recibida por el público. ¿Cómo se siente al quebrar el karma de triunfar en los festivales pero no atraer al público?
–Tuve suerte porque salió bárbaro, pero estoy tranquilo. Este éxito es peligroso porque uno no se la debe creer: la próxima es otra historia, no se puede entrar con demasiada confianza. Es conveniente empezar cada film con prudencia, sin llegar a que te inmovilice pero que te ponga al resguardo de no estar concentrado en cada detalle. Cada film es un universo. Pensar una ficción del mismo modo que la anterior no funciona.
–¿Cómo juega a futuro el éxito de Historias mínimas?
–Estoy trabajando en El perro, parecida en diseño y espíritu a Historias... Me pregunté si era bueno repetir, pero no me censuré porque tengo muchas ganas de hacerla, las mismas que tuve con Historias... En este cine de bajo presupuesto es conveniente hacer lo que uno quiere, con el menor condicionamiento posible. Puede que me repita, pero no lo hago especulativamente.
–Su cine cuenta historias ficcionales pero con arraigo en lo real.
–Buena parte del cine independiente trabaja en esa zona difusa entre lo documental y la ficción. Es una zona muy estimulante para trabajar. La TV sigue el mismo camino que el cine, como los talk shows: son historias de verdad, pero no es exactamente la verdad.
–¿A qué adjudica esta búsqueda de contar “lo nuestro” por medio de la ficción?
–Surge como reacción al gran cine, que cada vez es más avasallante. Hollywood llegó a un grado de sofisticación y efectos inaudito. Esto es la reacción, un cine realista a ultranza donde valen los personajes y sus historias. El nuevo cine argentino está teniendo una buena acogida no sólo en festivales sino también en público. Aunque es variado, creo que llega a un área donde el cine europeo no puede acceder, al desparpajo que da la crisis. No hay una unidad temática, como la identificación étnica en el iraní, pero sí cierto desparpajo que llama la atención. Se ha vuelto a contar historias. Cuando no hay recursos, lo único que no cuesta plata es una buena historia. Ese es el alma del cine. Hasta Matrix necesita una historia que la sostenga. Las historias son el alma del cine.
–¿Cuánto influyó la crisis en esta especie de vuelta a las fuentes?
–Mucho. Nos permitió sacar lo superfluo y quedarnos con el alma. Este cine no es a pesar de la crisis, sino por la crisis. La crisis te vuelve más repulsivo. En un momento, además, donde la tecnología dio un paso gigantesco, que permite filmar con una pequeña camarita. Todo es más fácil y viable. La crisis es una gran responsable del cine que tenemos.

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Para “Ensayo”, Sorín eligió un tono de documental apócrifo similar al de “La era del ñandú”, de 1987.
 
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