ESPECTáCULOS › “JUAN CALLE” ABORDA UNA PROBLEMATICA REALIDAD
La vida de un pibe cartonero
La pieza de María Inés Falconi, desde una mirada inteligente y entretenida, cuenta la historia de un chico obligado a sobrevivir.
Por Silvina Friera
La dramaturga María Inés Falconi, docente de una destacada trayectoria en el teatro infantil y autora de Paquetito, Pérez/Gil, Piratas, Chau, señor miedo y El nuevo, entre otras piezas, asumió un riesgo: escribir una obra para chicos que refleje el mundo de un niño cartonero, sin idealizarlo ni denigrarlo. Juan Calle nació bajo el imperativo de la urgencia y como consecuencia de la realidad política, económica y social de la década menemista que, con su brutal lógica capitalista, condicionó la infancia de millones de niños, transformados a los golpes en adultos que deben mendigar o –en el mejor de los casos– trabajar. La autora capta las inquietudes que registran los chicos en su entorno inmediato y las transforma en materia teatral. ¿Cuántos hijos les preguntan a sus padres por qué esos niños juntan cartones y se alimentan con lo que escarban de la basura? El mérito de este espectáculo reside en animarse a mirar lo que muchas veces los adultos no quieren ver. Sin embargo, el recurso de la risa le permite a la creadora representar una historia dolorosa pero digerible mediante la comicidad, la parodia y un registro caricaturesco para determinados personajes.
Juan (una comprometida interpretación de Julián Sierra) duerme en la calle, sobre el escalón de una casa lujosa. Su pantalón sucio y desgastado denota su condición de chico pobre, que recoge cartones y revuelve en las bolsas de basura en busca del papel y la comida que otros desecharon. Como su familia vive lejos y su madre necesita comprar medicamentos muy caros, Juan eligió el escalón de esa casa como precario e incierto refugio durante la semana, mientras se gana unas monedas vendiendo cartones y papeles. El dueño de la casa, Mister Smith, sólo quiere acumular dinero: comprar, vender, bajar, subir, son algunas de las lacónicas respuestas que da por teléfono a quienes lo llaman para consultarlo sobre cuestiones financieras. La parodia del hombre de negocios que atiende hasta tres llamados por vez resulta atractiva para los chicos que ven en ese individuo histriónico a un hombre perverso y socarrón, un malvado verosímil que sólo consigue sensibilizarse cuando escucha ópera. “Las monedas no se piden, se ganan trabajando”, le contesta a Juan. El chico sólo atina a dejar la mano suspendida en el aire.
Smith (interpretado por Carlos de Urquiza) comete los peores atropellos contra la dignidad humana sin inmutarse. Dispuesto a sacar provecho del más débil, busca en el niño una fuente de ingresos extra: le ofrece alquilarle el escalón de la casa por treinta monedas. La escenografía delimita acertadamente los dos planos: el mundo de la calle (los escalones), en el que prevalecen cajas y bolsas de basura, y el interior de la casa, distanciado por los efectos de una tela transparente y el manejo de luces que le dan una tonalidad violácea a las escenas entre Smith y su bufonesco mayordomo Ruperto (una lograda interpretación de Claudio Provenzano, que manipula también a tres títeres: la madre de Juan, El rulo y Cholo). Aunque Juan es consciente de que es una pieza prescindible de un engranaje que se ensaña en subrayar su marginalidad, no siente vergüenza de su condición: “Somos los chicos de la calle, somos los pibes de la basura, los pibes del cartón”, canta junto con sus amigos en una cumbia “cartonera”. El chico acepta el “préstamo” de Smith para pagar anticipadamente el alquiler porque cree que el escalón, su casa propia, le servirá para progresar en la vida, sin darse cuenta de los propósitos siniestros del dueño de casa y su fiel servidor. Sin embargo, los intereses se acumulan y la deuda se multiplica raudamente. Cuanto más trabaja el chico, su situación, ya de por sí vulnerable, empeora. Ninguna de las monedas que consigue a cambio de cartones y papeles le pertenece.
La madre de Juan (que aparece cuando el niño sueña), el hermano y un amigo son títeres que le añaden fantasía y magia al espectáculo. Cholo, un buscavidas simpático, es una criatura callejera de vital importancia en el desenlace de la historia. Recomendada para niños mayores de 6 años, Juan Calle teatraliza adecuadamente una realidad social, la de los chicos de la calle, los cartoneros, sin subestimar o sobreestimar a los espectadores. La propuesta, amena y entretenida, demuestra que se pueden tocar temas comprometidos sin abrumar o saturar el imaginario infantil.