ESPECTáCULOS › “EL GUARDIAN”, CON CHOW YUN-FAT DEVALUADO

Un transplante problemático

 Por Horacio Bernades

El título original (Monje a prueba de balas), el disparate inherente a una historia que combina lamas tibetanos, artes marciales y nazis en busca de vida eterna, la presencia de Chow Yun-Fat (protagonista de El killer y El tigre y el dragón) y los nombres de John Woo y su brazo derecho Terence Chang en la producción daban para esperar buenas dosis de loca hiperkinesis hongkonesa, trasplantada a Hollywood. Pero, como suele ocurrir en estas operaciones, aquí el organismo recipiente (Hollywood) termina absorbiendo el órgano trasplantado. Y eso no es bueno, cuando la dieta con la que el organismo se alimenta está confeccionada a base de bebidas cola y hamburguesas cinematográficas, recocinadas en serie.
Cada día más rechoncho, Chow Yun-Fat es el monje del título original. Como el personaje de Clint Eastwood en los spaghetti westerns de Sergio Leone, el monje no tiene nombre y recibe de su maestro un pergamino sagrado, que le da vida eterna a su poseedor. Corre el año 1943. Como suele ocurrir en estos casos, antes de delegar el preciado talismán el lama advierte que, de caer en manos inapropiadas, la suerte del mundo estaría en peligro. Esas manos son las de Struker, oficial nazi tan desalmado como los de los comics. Lo cual no tiene nada de raro, ya que El guardián está basada en una historieta. Sesenta años más tarde, el monje (para quien el tiempo parece no pasó, gracias al pergamino) necesita encontrar a su sucesor y pasarle la posta, tal como prescribe la tradición. El elegido resulta ser un joven punguista, quien deberá demostrar que tiene la estatura moral para recibir el legado. Y como es posible que Struker haya sobrevivido a una muerte segura, el muchacho ya tiene contra quién medirse.
No hay que dejarse engañar por las peleas a pura trompada y patada: películas como El guardián no tienen nada que ver con el cine de artes marciales, donde la adrenalina circula con tracción a sangre. Aquí, la habilidad física y las acrobacias son efectos especiales, y en lugar de la ingenuidad hongkonesa lo que hay es mera fórmula hollywoodense, con personajes de cartón, actores de madera y explosiones de trinitron. Algunas puntas potencialmente interesantes (el hecho de que el punga haya aprendido kung fu de las películas berretas que proyecta en un sucucho o la fundación ecologista que sirve de tapadera para un nazi) quedan sepultadas por la repetida mecánica del cine-para-adolescentes que se fabrica hoy en día.

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