ESPECTáCULOS
Cómo hablar de la mujer... ladrando
Protagonizada por dos hombres que traducen todo al mundo de sus mascotas, “Perras” es una variación sobre las diferencias de género.
Por Cecilia Hopkins
Son muchos los espectáculos que a través del humor han puesto en escena reflexiones de hombres sobre mujeres. Tantos, que podría pensarse que ya no es posible encontrar una vía de acceso original sobre el tema. Sin embargo, Perras –escrita por Mauricio Kartun, sobre improvisaciones de los actores y el director– se arrima al pensamiento masculino sobre el género femenino de un modo peculiar. Los personajes –los dueños de un setter y un terrier hembras que se encuentran casualmente en una plaza– creen que sólo hablan de sus perras cuando, en realidad, no hacen más que explayarse acerca de su relación con el mundo femenino. Ellos, que se presentan uno al otro con los nombres de sus respectivas mascotas, tal es su grado de identificación, confiesan sus afectos más profundos mientras detallan cómo transcurre su cotidianidad junto a sus cachorras. Y hablan acerca de las novias y esposas que alguna vez tuvieron y hasta ponen de manifiesto la relación que mantendrán con sus hijas, si alguna vez llegan a tenerlas. Porque la soledad es una de las constantes de los dueños de Yanina y Coli, las movedizas perritas que el espectador adivina correteando a lo lejos.
Ambos personajes alaban mutuamente el pelaje o las habilidades de la perra del otro como si fuesen dos madres orgullosas que intercambian elogios sobre la hija de la otra a la salida de la escuela. Sin embargo, la pasión que sienten por sus animales es bien diferente. Uno de ellos (Néstor Caniglia) asume el papel del padre complaciente y meticuloso -casi maternal– que vive pendiente de todos los detalles atinentes al cuidado y la crianza de la mascota. Su carácter obsesivo queda en evidencia en el modo con que selecciona sus comidas, controla su higiene o vigila el comportamiento del veterinario. Su ocasional oyente (Claudio Martínez Bel) exhibe una posición mucho más liberal respecto de todos estos temas y no oculta alguna risita sarcástica que denota una crítica sobradora.
No obstante las diferencias con que cada uno se aboca a la crianza canina, los dueños se parecen en muchos aspectos, porque su rol los conecta con sensaciones íntimas de pérdida. Así, uno compara su vida antes y después de su separación, mientras que el otro revive el suicidio de la novia. A pesar de los amargos recuerdos, el clima amable y risible que instala el encuentro de los dos hombres no decae a lo largo de la obra. A lo sumo cambian las luces y se introduce algún paréntesis de carácter gestual –hay secuencias que tienen forma de danza enloquecida, otras veces, a través de muecas sostenidas– para dar cuenta del estado anímico de cada personaje. Pero, aun cuando el espectáculo ha sido concebido en un formato pequeño y está centrado exclusivamente en el trabajo de los actores (lo cual reclama la cercanía del espectador), podría ganar en elocuencia en caso de contar con un espacio que ofrezca una mayor profundidad, y así ganar en perspectiva.