ESPECTáCULOS › LINA AVELLANEDA ANALIZA LOS NEXOS ENTRE LA REALIDAD Y EL TANGO

“Yo no encajo con las lentejuelas”

La intérprete, que está presentando su CD “Silueta porteña”, advierte que ahora la realidad es demasiado dura para contarla en un tango, pero que eso no debe impedir la renovación del género.

 Por Karina Micheletto

“Con cada cosa que hago siento que me enfrento a molinos de viento, y a veces pienso que yo no nací para Quijote”, se ríe Lina Avellaneda. Se refiere, entre otras cosas, al disco que acaba de editar, Silueta porteña, y al ciclo que está presentado todos los jueves en La Revuelta (Alvarez Thomas 1368). Pero también a la forma independiente con la que encaró su carrera, dando cada paso a pulmón, muchas veces, cuenta, subvencionando esos pasos con su actividad docente en el Conservatorio Centro de la Voz de Don Bosco. “A cualquiera que quiera encarar una carrera seriamente, en cualquier género, se le hace cuesta arriba. Es lógico: si no hay trabajo, la gente no puede ir a los shows o comprar discos”, razona en la entrevista con Página/12.
En Silueta porteña, como en sus discos anteriores, la cantante incluye tangos propios, con letras que retratan situaciones y personajes actuales, acompañada por Nicolás Ledesma en piano y dirección musical, Horacio Romo en bandoneón y Enrique Guerra en contrabajo. Durante el ciclo en La Revuelta, que se extenderá hasta noviembre, se sumarán invitados como Julio Pane (con quien hace poco descubrieron que son primos), Walter Ríos, Pablo Mainetti, Guadalupe Farías Gómez, Julio Lacarra y Chany Suárez. Recién llegada de España, donde se presentó en Galicia en el festival Argotango 2003 como única representante femenina, la cantante dejó en claro cuál es su posición en el tango de hoy.
–Usted suele decir que no encaja en el tango que se consume afuera. ¿Cree que el panorama se está ampliando?
–Puede ser, pero muy despacito y con gente especial que lleva a cabo emprendimientos del tipo de Argotango. Lo de La Coruña no fue un Cosquín Tango, fue de Piazzolla para adelante, con músicos que aportan una visión propia y renovada del tango. En lo otro, en los shows con lentejuelas, en la pollerita con tajo, yo sigo sin encajar.
–¿Hasta qué punto contribuyó a la renovación del género la explosión de popularidad que tuvo en el exterior?
–La explosión vino por el lado de la danza. En la música, todavía estoy esperando esa famosa explosión. Para mí, hoy el tango está agazapado. Está aguardando para poder salir. Porque está esperando que la gente tenga trabajo. El tango necesita hablar del barrio, del café con los amigos. Y si hay miseria, eso desaparece. Ahora la realidad es demasiado dura para contarla en un tango.
–Pero usted lo hace...
–Sí, escribo tangos sociales, pero siento que la gente lo recibe como un mensaje triste, y quisiera escribir otras cosas. Me gustaría escribir un “Silueta porteña” para un muchacho que esté fuerte, o un “Cafetín de Buenos Aires”, pero no puedo, si ya ni salimos de casa. Y ojo que hablo sobre todo desde el sur de la provincia, desde Quilmes, donde vivo, donde la situación es muy diferente a la de la Capital Federal. No puedo escaparle a esa realidad, y tengo que escribir tangos que hablen de lo que está pasando, pero quisiera no tener que hacerlo. Lamentablemente, tampoco puedo escribir el tango “Efecto K”, porque todavía no compré ese slogan. Pero me gustaría poder hacerlo.
–Sin embargo, muchos tangos clásicos retratan situaciones duras o marginales, sobre todo los del ‘20 y el ‘30...
–Pero era distinto. Se estaba mal pero todavía se podía proyectar. La crisis del ‘30 fue otra, me la contaba mi abuela: casi no había para comer, pero ella seguía alargando la casa chorizo, seguía teniendo hijos. Porque tenía la seguridad de que la crisis iba a pasar, y el futuro iba a ser mejor. Eso no ocurre ahora. Hay una diferencia entre la humildad y la denigración. Por eso se me hace difícil escribir. En el tango no pega la palabra cartonero, es demasiado dura. Y lo duro no es decir que hay cartoneros: lo duro es tener que decir que van a seguir estando, y por mucho tiempo.
–¿Por qué cree que hay tan pocos cantantes de tango que se animen a interpretar letras nuevas?
–Porque no hay espacios para hacerlo, la industria cultural está parada hace años. Entonces, los dueños de los boliches no salen de “Caminito”, que es lo que saben que vende. Y a los intérpretes los encierra este círculo. Lo mismo pasa con la forma de interpretar: lamentablemente, el setenta por ciento de lo que se escucha está contaminado de clichés. Yo no puedo hacer tango como lo hacía Azucena Maizani, tengo que ponerle un sonido y una forma de decir actual. En ese sentido, me quedo con la frase de Gobello: “Para que el tango viva, hay que caer en la fatalidad de no bañarse dos veces en el mismo tango”.

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Lina Avellaneda incluye en su repertorio “tangos sociales”.
 
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