ESPECTáCULOS › “BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA”
En guerra contra Mao
Por L. M.
Es curiosa la parábola de Dai Sijie (Fujian, 1954). Cuando todavía no había cumplido los 18 años fue enviado a un pueblo perdido cerca de la frontera con el Tibet, a “reeducarse” según las directivas que había establecido para millones de sus compatriotas el presidente Mao, “el Gran Timonel” de la Revolución Cultural. Luego de la muerte de Mao, en 1976, Dai Sijie concluyó ese exilio interior y tuvo la oportunidad de inscribirse en la escuela de cine de Pekín, donde ganó un concurso para proseguir sus estudios en el extranjero. En París, cursó en el prestigioso Idhec (Instituto de Altos Estudios Cinematográficos) y filmó tres películas, pero la fama le llegaría recién como autor de su primera novela, Balzac y la joven costurera china (2000), que vendió para Gallimard más de 250 mil ejemplares en Francia y fue traducido a múltiples idiomas (hay versión española editada por Salamandra, Barcelona). Allí, Dai Sijie narra con nostalgia ciertos episodios relacionados con aquel momento tan especial de su adolescencia en las montañas, un material que luego le sirvió también para la película del mismo título, que estrenó el año pasado en el Festival de Cannes, fuera de concurso, en la sección “Un certain regard”.
Producida con recursos franceses, pero realizada en China continental con actores y técnicos chinos, Balzac... cuenta la experiencia de dos jóvenes amigos que sufren las inclemencias de la Revolución Cultural, en tiempos en que tocar en el violín una sonata de Mozart o leer cualquier obra que no fuera el Libro Rojo de Mao podía acarrear el más duro de los castigos. Pues eso precisamente hacen Luo y Ma, con el arrebato propio de la adolescencia. Una valija con clásicos prohibidos de Balzac, Stendhal y Flaubert los redime por las noches de su pesada tarea diurna en el campo. Ambos se han enamorado también de la nieta del sastre del pueblo y los tres –en un relamido homenaje al Jules et Jim de François Truffaut– comparten momentos de felicidad, leyendo en voz alta pasajes de esos autores lejanos, que les abren nuevos horizontes.
La historia podría tener su belleza si no fuera por la impostación y el amaneramiento que le impone Dai Sijie a su película. Poco a poco, Balzac... se convierte en una suerte de eterna tarjeta postal con paisajes de montaña, adornada por una untuosa, obsecuente celebración de la “alta cultura” francesa que va de la mano de una mirada entre condescendiente y paternalista sobre los campesinos de la región, para quienes el director hoy sólo parece guardar desprecio y rencor.