ESPECTáCULOS

Una historia emocional de los comienzos de la tele

“La televisión y yo” es un curioso documental frustrado en el que Andrés Di Tella termina reflejando las sensaciones de un tiempo sepultado, en las que se mezcla su propia historia familiar.

Por M.P.

Una vida paralela. Así define uno de los entrevistados por la cámara de Andrés Di Tella a esa vida que todo el mundo parece llevar, en solitario, frente a una pantalla de TV. Por eso no parece aventurado imaginar que, en algún lugar del cerebro de la gente, tal vez esté almacenada toda la teleque vieron durante su vida. A ese curioso archivo es al que Di Tella deberá recurrir cuando quiera reproducir la primera década de la televisión en la Argentina, de la que (casi) no hay ningún archivo. Así es como escuchará a sus amigos de la infancia tararear la música de más de un programa perdido. “Quería hacer una película con todo lo que significa la televisión en una persona, pero todo lo que quedó son anotaciones en una libreta”, se le escucha decir a su realizador al comienzo de La televisión y yo, un curioso documental frustrado, que a partir de todas sus hipótesis inconclusas termina construyendo un melancólico ensayo interruptus sobre las relaciones entre el medio y su público.
Un abuelo que hizo todo, un hijo que no pudo y un nieto que se quedó mirando desde afuera todo lo que ha sido y ya no es. Metáfora argentina si las hay, la historia de aquellos triunfadores de un país irremediablemente perdido es el verdadero eje del tercer documental de Andrés Di Tella, luego de Montoneros, una historia (1995) y Prohibido (1997). Poniéndose en el centro de su historia, los recuerdos de Di Tella alrededor de la televisión esbozan sin embargo primero el documental que no fue, el de la TV en la Argentina. Aquí y allá aparecen tanto los comienzos de la tele en vivo, como su prehistoria y también la biografía de su pionero, don Jaime Yankelevich. Pero ese recorrido siempre lo termina llevando a Di Tella hacia lo personal, y el perfil de aquel probable Citizen Kane local lo hace mirar la historia de su abuelo Torcuato, el fundador de la fábrica Siam. Y la aparición del personaje de un desheredado nieto de Yankelevich no hace más que reflejar la figura del propio Andrés, que de aquel imperio sólo le quedaron viejas fotos para revolver y una inmensa fábrica vacía que recorrer.
“En la Argentina no se puede hablar de nada sin hablar de política, y no se puede hablar de política sin hablar de Perón”, se le escuchará decir a Di Tella, y la frase servirá de prólogo para que ingrese Juan Domingo a la historia de la televisión en la Argentina, de la mano de Eva y con don Jaime en el medio. Si bien se podría completar aquella máxima diciendo que tampoco se puede hablar de Perón sin dejar todas las historias a medio contar, tantas idas y vueltas sobre una misma historia –que en realidad son varias: los recuerdos colectivos alrededor de un aparato de TV, la historia del medio y su creador, la comparación con la historia del abuelo del narrador y la frustración por el súbito ocaso de ambos proyectos– terminan construyendo una reflexiva película sobre una Historia repasada con minúscula, narrada con lo personal en primer plano.
En el centro de los pliegues del trabajo de Di Tella está él y su vida, y la relación con su padre sociólogo, secretario de Cultura de la Nación, que es interpelado sobre el fracaso del proyecto familiar. Es allí donde aparecen los mejores momentos de una película que parece moverse cadenciosamente, al ritmo de la banda de sonido a cargo de Axel Krygier. Desde aquel primer recuerdo del niño Andrés frente a un televisor –Onganía anunciando su golpe de Estado– hasta las por momentos tragicómicas confesiones de papá Torcuato ante su hijo Andrés, allí late el corazón de un trabajo intrigante y personal, que no deja de viajar todo el tiempo de lo público a lo privado. “Algún crítico me dijo que le parecía un poco temerario exponer de ese modo mi historia personal y familiar. Yo lo interpreté como una variante invertida de ¿éste quién se ha creído?”, escribe el director en la gacetilla de prensa. Una pregunta que se responde en el film, cuando Andrés reconoce que él y Sebastián Yankelevich son “gente hechizada por el pasado, por lo que perdió, medio patética”. Y es su relato –y esa confesión– lo que le da valor a un film que recorre como un fantasma las vacías e inútiles ruinas de un pasado demasiado cercano y lejano a la vez.

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Este es el tercer film de Di tella, tras “Montoneros” y “Prohibido”.
 
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