ESPECTáCULOS › SHIFRA LERER, LA VOZ EN OFF DEL DOCUMENTAL “LEGADO”
“El idish es mi lugar y mi hogar”
La actriz argentina, que supo trabajar con Woody Allen, cuenta de qué modo llegó al film que se exhibe en el Festival de Cine Judío.
Por Ana Bianco
Radicada desde 1943 en Nueva York, la actriz argentina Shifra Lerer es la voz idish en off del documental Legado, dirigido por Vivian Imar y Marcelo Trotta, producido por la Fundación Internacional Raoul Wallenberg y el Centro de Investigación Cinematográfica. El film, que se exhibe en el Primer Festival de Cine Judío, relata la llegada a la Argentina de cien familias judías que, en agosto de 1889, escaparon en el vapor “Wesser” del zarismo, los pogroms y las persecuciones. Se trata, en definitiva, de un relato sobre ochenta años vividos en una colonia judía. Lerer, coqueta por demás, no revela su edad y en la entrevista con Página/12 evoca sus raíces, cuenta cómo les puso voz a esos textos en idish (el relato en off en español es de Cristina Murta) tan melodiosos, y da cuenta de su trabajo con Woody Allen.
–¿Qué la decidió a ponerle voz al film?
–Baruch Tenembaum, mentor de este proyecto, me conocía por mi actuación en el teatro idish y me contó la idea del documental, que venía patrocinada por el barón Hirsch. Me atrajo participar porque mi padre vino en uno de esos barcos. Colaborar con este proyecto histórico era importante. Nací en Santa Catalina, cerca de Médanos, en La Pampa. En esos años había solamente tres familias judías. Hace cinco años estuve en Buenos Aires y al conocer personalmente a Imar, me llevé la impresión de una mujer seria, digna, interesada en estudiar e investigar. Cuando volví a Nueva York le transmití mis ganas de integrarme. El proyecto se demoró bastante, hasta que finalmente Vivian y Marcelo fueron a Nueva York e hicimos la narración en idish. Cuando vi la película sentí que está hecha con mucho amor.
–¿Cómo trabajó los textos de la narración?
–Mi papá era un enamorado del idish, y me forzaba a hablar en esa lengua. Cuando yo era una niña y hablaba mis primeras palabras en español, él se hacía el que no me entendía. En Europa, por mi acento idish, me preguntan de qué parte de ese continente provengo. Los argentinos, cuando hablamos en idish, lo hacemos con una cierta inflexión, cierta música que se reconoce. Cuando nos mudamos a Médanos, mi padre, que era un hombre muy instruido, fue nombrado secretario de la biblioteca. Mi hermana mayor era muy bonita y le gustaba el teatro, y cuando iba una compañía al pueblo, al no haber hoteles, se hospedaban en mi casa; incluso algunos artistas venían con los hijos de pecho. A mi padre, José, lo llamaban “el moreno”. Por su tez y su bigote negro parecía español, no tenía ningún rasgo judío. El preparaba el asado y mi madre un inmenso caldo de choclos. Era un apuntador, no profesional, porque en aquella época no se aprendía de memoria la letra y además se escribían obras cada dos semanas.
–¿Cómo fueron sus comienzos en las tablas?
–Estudié en el Teatro Lavardén. Alfonsina Storni fue una de mis maestras. Empecé en esto a los 15 años. Después estudié en el Colón, durante dos años, y tiempo después vinieron las giras con Santiago Gómez Cou, con obras de Roberto Tálice y de Samuel Eichelbaum. Ya vivíamos en Buenos Aires y mi hermana, que era actriz del teatro idish, me pidió, cuando yo volví de una gira, que reemplazara a una actriz. Yo cantaba, bailaba y hacía de todo. Al actuar en castellano, me sentía medio ajena; cuando entré de lleno en el teatro idish percibí que era mi lugar, mi hogar. En 1943 me contrataron para hacer una obra en Nueva York y nunca más volví.
–¿Cómo se sintió trabajando en Los secretos de Harry con Woody Allen?
–Hice mi carrera artística en el teatro idish. Mi primer esposo era actor y compositor del teatro idish. Mi papel de madre en Avalon con Barry Levenson fue por casualidad y a través de la Asociación de Actores Judíos en Nueva York. Me presenté en audiciones y quedé. No tengo agente, pero estoy anotada en ciertas agencias de casting y una es la de Juliet Taylor,que trabaja con Allen. Leí la letra y mi personaje era una amiga de una vecina. Al día siguiente me llaman y me transmiten que Allen quería hablar conmigo. Primero leí. El estaba sentado lejos, como estudiándome. Luego me dijo: “Tú eres del teatro idish y estás acostumbrada a proyectar con fuerza tu voz en un teatro, con gestos más amplios. El cine es distinto. Acá tienes un micrófono en la cabeza, otro de costado y los gestos no deben ser ampulosos, sino más medidos. ¿Crees que lo podrás hacer?”. Le respondí que iba a tratar. A los tres días me llama Taylor y me dice: “Congratulations, el papel es tuyo”.