ESPECTáCULOS › “JUSTO EN LO MEJOR DE MI VIDA”, EN EL TEATRO MAIPO
Cuando uno se queda sin pila
La obra de Alicia Muñoz, interpretada por Luis Brandoni y Alejandro Awada, entre otros, plantea una revisión del pasado de personajes que se han quedado como pájaros sin luz.
Por Hilda Cabrera
Algo “re-terrible” sucedió, según grita la joven que aparece en escena intentando comunicarse telefónicamente con su novio Rolo. Con esta primera secuencia, se alerta al público sobre lo que descubrirá sin que medien demasiados prolegómenos. Justo en lo mejor de mi vida es una de esas piezas que no necesitan apartarse de lo cotidiano para radiografiar el deseo de trascender y reconciliarse con el tiempo vivido, sobre todo cuando al final del camino se descubre que no fue fácil encauzar afectos e ilusiones. La dramaturga Alicia Muñoz –quien participó en Teatro Abierto 1982 con Despedida en el lugar, y desde hace dos temporadas estrena con frecuencia obras de su autoría– demuestra conocer en profundidad el lenguaje de sus personajes, complaciéndose en la utilización de un humor sencillo, salpicado de “misterios” que ponen a la obra a salvo de tropiezos, sobre todo cuando intenta ofrecer una toma panorámica de su relato (la pieza transcurre en diferentes dimensiones de espacio y tiempo).
La emotividad y los contrapuntos reflexivos, así como algunos elementos tomados del absurdo y el grotesco, conforman el marco en el que estos personajes van develando sus contradicciones. En el contexto de una clase media en decadencia, los individuos que aparecen en esta pieza montada en el mítico Teatro Maipo (que, inaugurado en 1919, sufrió incendios y necesitó restauraciones) evidencian, cada uno a su modo, los cambios que impone lo imprevisible. El personaje central, Enzo (un excelente Luis Brandoni), es un bandoneonista frustrado, y Piguyi, un ex compañero de la “típica” que alguna vez integraron. Se los ve como “almas en pena”, sólo que, en lugar de deambular por un bosque o una casa fantasmales, dialogan, recordando viejos tiempos, en el ámbito de una cocina de clase media.
La palidez de Enzo es subrayada por lo que dice: “Me quedé sin pila”. El hombre se desploma sobre una silla mientras Piguyi se desplaza con vivacidad y adoptando poses de compadrito. Su intención es llevarse al amigo a alguna parte. Apareció en la cocina de improviso, “como si fuera un chorro”. Lo cierto es que ninguno de ellos es percibido por quienes ingresan al lugar: la esposa, la hija y el hermano de Enzo, seres que a su vez delatan las deformaciones que produce vivir mirándose el propio ombligo. Esos cambios en los personajes no afectan al entorno: de modo que la cocina luce tan ordenada como al iniciarse la acción. La transmutación se produce sólo cuando la intensidad musical de Responso, el tango de Aníbal Troilo, se adueña de la sala en la versión del autor.
No lograr lo que se desea ni ser lo que otros imaginan de uno se constituyen en planteos en esta pieza de Muñoz, que disfrutarán particularmente los espectadores que gusten de algunos arquetipos de la sociedad porteña. La autora recurre aquí a un lenguaje coloquial matizado por asuntos en apariencia intrascendentes. La trama se desanuda de modo ágil, en parte por el buen desempeño del elenco que conduce Julio Baccaro, y en el que se destacan, además de Brandoni, y bordeando siempre el costumbrismo, Alejandro Awada y María Fiorentino. Entre esas “intrascendencias” se dice, por ejemplo, que “la amistad es un viaje de ida y vuelta”, que los sueños son absurdos y los presentimientos existen; que es difícil aceptar sin resentimiento ni dolor que “se cruzó el disco” y se ha tomado por verdad lo que era mentira. “No me preparé para vegetar como un nabo”, dirá en su recuento el frustrado bandoneonista, después de haber descubierto dobleces y desencuentros, rescatando sólo de ese derrumbe al amigo que le ofrece emprender sin miedo un viaje que no sabe si es de ida o de vuelta.