ESPECTáCULOS
Un film hecho de sangre y esperma
La película está filmada en una única toma de 90 minutos, pero su verdadera virtud descansa en el retrato de 300 años de historia rusa. A su vez, en “Trouble Every Day” la directora francesa Claire Denis invierte los términos del clásico film de terror.
Por L. M.
Si en Bella tarea (1999), la directora francesa Claire Denis había logrado convertir las maniobras de un pelotón de soldados de la Legión Extranjera en un extraño, inquietante ballet abstracto, no es menos audaz lo que consigue en Trouble Every Day, su film inmediatamente posterior (en abril pasado, en el marco del Festival de Buenos Aires se conoció a su vez su film más reciente, Vendredi soir). Casi en las antípodas de lo que había logrado en Beau Travail, donde el azul intenso del mar y el sol abrazador del desierto invitaban a la evocación de un mundo luminoso y natural, en Trouble Every Day se trata en cambio de un film claustrofóbico, cerrado en sí mismo, que por momentos parece hecho de sangre y esperma.
Empujado por el susurro hipnótico de la música del grupo británico Tindersticks (a quien ya venía convocando desde los tiempos de Nenette et Boni, en 1996), Denis se sumerge en un universo oscuro, de pesadilla. Una casa misteriosa, en las afueras de París, alberga, como a una prisionera, a una mujer (Beatrice Dalle) que –a la manera de la recordada protagonista de Cat People (1942), de Jacques Tourner– no puede dar rienda suelta a su líbido sin convertirse en un animal feroz, sediento de sangre humana. Quien la ha recluido en esa casa que semeja una jaula es nada menos que su marido, el Dr. Semeneau (apellido por demás significativo), un médico que ha desaparecido enigmáticamente, dejando tras de sí una inquietante investigación inconclusa.
Detrás de la pista de ese hombre y de su trabajo está otro científico, un tal Shane Browne (otro nombre deliberadamente ficticio, como proveniente de un western), interpretado con la morosidad que le es característica por el estadounidense Vincent Gallo. El doctor Browne aterriza en París de la mano de su flamante esposa (Tricia Vessey) pero, lejos de preocuparse por su luna de miel, toda su energía está puesta en perseguir las huellas que va dejando a su paso ese matrimonio unido por una pasión literalmente fatal.
La inversión brillante que hace Claire Denis del cine clásico de terror estriba en una lectura casi programática del género. Si en el Hollywood de los años 40 y 50 se hacía cine fantástico para poder hablar de sexo, ella ahora –ya muy lejos de los condicionamientos morales de aquella época– tiene la posibilidad de hacer un film de sexo que se convierta en una película de terror. Al fin y al cabo, parece decir muy explícitamente el film de Denis, las pulsiones sexuales tienen en sí mismas potencialidades de violencia animal que le van muy bien al género fantástico.
Con la colaboración, como siempre, de su notable directora de fotografía, Agnès Godard, Denis hace de algunos de los momentos más salvajes y sangrientos del film –cuando Dalle, por ejemplo, queda agotada al borde de una silla, bañada en rojo después de haber satisfecho sus instintos– una suerte de relectura en movimiento de la pintura expresionista de Francis Bacon.