ESPECTáCULOS › “BONIFACIO”, DE RODRIGO MAGALLANES
El miedo que no llega
Por Horacio Bernades
Auspiciada por la Secretaría de Cultura de Santa Cruz, Bonifacio está dirigida por Rodrigo Magallanes, quien a pesar de las resonancias sureñas de su apellido nació en Santa Fe y se radicó luego en la provincia del Presidente. Responsable del área de Realización Audiovisual de la Secretaría de Cultura de esa provincia, desde las primeras y muy cuidadas imágenes (muy bien fotografiadas por él mismo) se nota que Magallanes cuenta con una adecuada formación. El problema de Bonifacio reside en un guión escaso, confuso y disperso (lo cual es llamativo, teniendo en cuenta que se basa en material literario y que, además, la película dura solo una hora) así como en ciertas decisiones que desnudan aquellas carencias.
La gacetilla de prensa dice dos cosas: que el relato se basa en una leyenda y que la historia es verídica. Lo cual es como asegurar que Santa Cruz es una provincia norteña. Tal vez esa historia “real y verídica” sea la de un peón de campo, Bonifacio, que asesina a un compañero y es detenido. Sobre ese hecho se sobreimprime el componente legendario, consistente en el presunto influjo ejercido sobre el muchacho por una figura mítica y maléfica a la que el gauchaje de la zona llama “El Grandote”. Y que resulta ser un hombre no tan grandote, aunque sí muy sonriente y de ojos como tiznados en sangre. Así lo ve, al menos, un estanciero, que es el que narra los hechos y al que, siempre según la gente de la zona, “El Grandote” habría elegido para manifestarse.
Magallanes combina un tratamiento de cine fantástico (amenazantes fueras de campo, música inquietante, posposición de tiempos fuertes) con fragmentos propios de un documental etnográfico (los gauchos comen chivito recién carneado, juegan al truco y a los dados, manean a un potrillo). Como para dar el metraje mínimo, le suma largas escenas en las que lo único que sucede es la belleza del paisaje. De pronto, en el momento más inexplicable, introduce una escena de grotesco teatral, en medio de un entierro y cortando de cuajo con la solemnidad radial que un locutor impone en el relato en off. Como resultado de esto, Bonifacio debe ser la primera película de sólo una hora en la que por lo menos un tercio es relleno. Y lo que no lo es parece como si fuera, como consecuencia del infinito estiramiento al que el realizador somete a las escenas “de miedo”. O de preparación para el miedo, porque éste nunca llega.