ESPECTáCULOS › “BONANZA”, UN EXCELENTE DOCUMENTAL DEL DIRECTOR ULISES ROSELL

Una Argentina en vías de extinción

En su primer largometraje en solitario, el correalizador de “El descanso” se interna en la cotidianidad de una familia muy particular, hegemonizada por un singular patriarca de suburbio, afecto a la chatarra y a las víboras. Por su parte, “A los trece” ofrece un cuadro particularmente alarmante de lo que puede llegar a ser la vida en pubertad.

 Por Luciano Monteagudo

A los hachazos. Así comienza Bonanza, el excelente documental de Ulises Rosell, que después de haber dado la vuelta al mundo, ganando premios y reconocimientos, llega por fin a su estreno en la Argentina, donde sólo se había conocido en el marco del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires 2001. A los hachazos. Así, a puro golpe de maza, desguazan los autos en lo de los Muchinsci, esa familia que vive al costado de una ruta suburbana, a 40 kilómetros de la Capital. El desarmadero parece apenas una de las tantas actividades de ese clan tan particular que gira alrededor del orbe obeso de “Bonanza” Muchinsci, indiscutido patriarca de ese paisaje hecho de chapa y barro. ¿Y quién es “Bonanza”? Es el Ben Cartright de la zona, el imponente padrino de esa Ponderosa del subdesarrollo, el hombre fuerte, capaz de imponerse por su sola presencia física, por la naturalidad con que se carga una enorme serpiente al cuello y la acaricia como si se tratara de lo que es: la más preciada de sus muchas mascotas.
La primera virtud del film de Rosell es la de dejar hacer, la de no tratar nunca de imponerse a su tema, ni de desarrollar una tesis. No se trata de un documental social ni político, o por lo menos la película nunca se plantea en esos términos, aunque deja esas lecturas bien abiertas. “Para retratar a un personaje, a veces es bueno incluir unos datos sociales –explicó Rosell el domingo pasado en un reportaje de Página/12–, pero otras veces lo ideal es prescindir de ellos, para escaparle al preconcepto.” La cámara (a cargo del ojo permanentemente alerta de Bill Nieto) parece estar siempre allí, en los momentos más íntimos o más banales, aquellos que en apariencia no tienen nada para decir. Y, sin embargo, o precisamente gracias a ello, el film va cobrando cuerpo, comienza a formar parte de ese mundo, se vuelve transparente y da cuenta magníficamente de esa tribu.
Una tribu que tiene un rey y un par de príncipes, herederos al trono de lata de “Bonanza”: sus hijos Norberto y La Vero. Ellos, como su padre (la figura de la madre está absolutamente ausente, se trata de un mundo masculino), también están familiarizados con las víboras peligrosas, con las escopetas, con los neumáticos quemados, con la chatarra. Y alrededor de esa aristocracia tan particular se mueve toda una corte de desclasados, que ronda junto a Bonanza y sus hijos, cebando unos mates, contando anécdotas, los chicos jugando a Tarzán, hamacándose con una soga, como si fuera una liana, por encima de una hoguera improvisada, en una de las imágenes más bellas del film.
Hay una rara energía pánica en la película. El fuego y la tierra tienen una presencia determinante e impera siempre un espíritu celebratorio, por momentos casi circense, que refuerza la banda de sonido, con el aporte de la música de Kevin Johansen (originalmente era la de Manu Chao, pero el autor de Clandestino finalmente no cedió los derechos de sus composiciones). Hay algo también de mundo post-apocalíptico en Bonanza, una imagen hecha de restos metálicos, de escombros, de desechos de alguna civilización, que recuerda un poco a las rutas áridas de Mad Max o a ese desierto poblado de piezas oxidadas que conformaba el paisaje de FataMorgana, de Werner Herzog. Por algo el film lleva como subtítulo “En vías de extinción”...
Para quienes busquen alguna conexión más cercana, la película de Rosell también la ofrece, sesgadamente. “Nosotros caminamos con la gente que nos necesita”, apunta como al pasar el pater familiae, mientras manda a sus muchachos a pegar afiches políticos. “Y cuando esa gente nos llama, bueno, vamos. Hay que ir a tocar el bombo, bueno, llevamos diez, doce bombos y vamos. Tal patota está hinchando las bolas. Está bien, esperá que te mando la gente, y agarro cuatro o cinco. Cuidamos esa gente, que es la que nos cuida a nosotros.”
El viejo “Bonanza” refiere también su participación en un robo legendario, que habría terminado con su huida en un helicóptero. No hay por qué creerle todo lo que cuenta, pero en esa capacidad narrativa que viene con el personaje está una de las claves de este documental tan singular, tan fuera de norma y a la vez tan inequívocamente argentino.

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La Vero, una de las herederas al trono de “Bonanza” (al fondo), juega con las mascotas del reino.
 
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