ESPECTáCULOS › OSVALDO SANTORO Y EL ESTRENO DE “LA PRUEBA”
“Esta obra me recuerda a los científicos argentinos”
La pieza dirigida por Carlos Rivas es, en palabras del actor, “una indagación sobre la genialidad y la insania”. Allí, Santoro es un matemático que establece delicados vínculos con sus dos hijas, en una historia que plantea la poca importancia que se le da a la investigación.
Por Cecilia Hopkins
Al actor Osvaldo Santoro le sienta bien el personaje de padre de familia: es el rol que debió cumplir durante toda la temporada 2002 tanto en televisión (en la reposición de Cachorra, junto a Natalia Oreiro) como en teatro (en Lejana tierra mía, de Eduardo Rovner), en tanto que actualmente continúa ejerciendo el mismo rol en Costumbres argentinas, en Telefé. Desde este martes, bajo la dirección de Carlos Rivas, en una de las salas del complejo Multiteatro, el actor formará parte del elenco de La prueba (Proof), obra por la cual el estadounidense David Auburn recibió el Premio Pulitzer 2001. Allí interpretará a Robert, un matemático que establece un delicado vínculo con sus dos hijas, junto a Gabriela Toscano, Carola Reyna y Pablo Rago. Y aunque ya lleva estrenadas una cincuentena de obras desde que comenzó su carrera, el actor no disimula en la entrevista con Página/12 cierta inquietud ante el debut, por más que considera que el texto de Auburn (del cual ya se está rodando su versión cinematográfica bajo la dirección de John Madden, con Anthony Hopkins en el personaje que hará el propio Santoro) “es de una perfección admirable”. El actor, quien es también autor de textos narrativos (ver recuadro), considera que “es muy difícil trasladar al escenario la verdad de la vida: una obra o tiene contundencia y sabe poner en palabras lo que les sucede a los personajes o no sirve”. La opinión tiene que ver con su experiencia como parte del jurado responsable de seleccionar las obras que integraron el ciclo 2002 de Teatro X la Identidad: “Leí 260 obras, de las que sólo fueron elegidas 12, y en esa oportunidad advertí lo difícil que es llevar una historia al teatro”, concluye sin dejar de reconocer “el valor de tanta gente que se ha volcado a la dramaturgia, a la par de tantos autores nuevos que escriben humedecidos por la realidad del país”.
“Una de las cosas que más me atrae de mi profesión –detalla Santoro– es la relación que se establece entre la vida y la ficción, entre las cosas que le pasan a uno en la vida y los roles que le toca interpretar. A veces me da la impresión de que los personajes me llegan en el momento justo, cuando estoy en condiciones de enriquecerlos con mi propia experiencia. Hace tiempo, luego de un largo período de análisis, me llamaron para interpretar a Freud en La boca lastimada, lo cual me sirvió para trabajar sobre el personaje. Y ahora, cuando había retomado las lecturas sobre astronomía –un tema que me interesó desde siempre– me toca interpretar a un científico.”
–¿Cuáles son los temas que desarrolla la obra?
–Por un lado, La prueba trata acerca de la relación entre padre e hija, por otro toca el tema del particular equilibrio que puede existir entre lo instintivo e irracional y lo racional. La obra también se refiere a la poca importancia que en general se le da a la investigación científica. Y se percibe en ella la discriminación, en función de que a una mujer se le hace muy difícil avanzar en ese campo. Creo que el autor hizo una obra inteligente, pero sin dejar de lado a la emoción. Sus diálogos, por otra parte, son tan efectivos que uno no puede dejar de escucharlos, tantas son las cosas sorprendentes que pasan, tal es el halo de misterio que crean las palabras. Por eso creo que hacer esta obra es un desafío muy grande para un actor: o dice bien esos textos o se arruina un trabajo dramatúrgico brillante.
–¿Cómo son los personajes?
–El que me toca a mí es un matemático que en la cumbre de sus posibilidades intelectuales, a los 25 años, empieza a hundirse en un lento retroceso que finalmente lo lleva a la locura. La obra comienza en el momento de su entierro y, de un modo muy cinematográfico, va y viene en el tiempo. Mi personaje se contacta con la realidad y se aísla, alternativamente. Hay allí una indagación acerca de la genialidad y la insania, la abstracción matemática y el aislamiento respecto del mundo de lo real. En ese punto me recuerda a otro personaje que hice, el poeta Jacobo Fijman (nacido en Rusia en 1898, instalado con sus padres en la Argentina, fallecido en 1970), protagonista de Molino Rojo, una obra de Alejandro Finzi que dirigió Víctor Mayol, en la que se lo mostraba entrando y saliendo del Borda. Aquí también hay dos mundos contrapuestos. Uno se relaciona con la genialidad y el aislamiento y está representado por el matemático y su hija (interpretada por Gabriela Toscano) que dejó de lado su propia carrera científica por cuidarlo. El otro es el mundo de la cordura, el de la otra hija (Carola Reyna), que no es tan inteligente, pero que a través de su trabajo en Nueva York puede disponer del dinero suficiente como para mantener a estos dos locos en su casa. Por último, el genio en ciernes está representado por el hombre enamorado de la hija parecida al padre (Pablo Rago).
–La obra se desarrolla en Chicago, los personajes se llaman Robert, Claire, Hal y Catherine, como en el original. ¿Esto no contribuye a alejar la obra del espectador?
–Los nombres pueden sonar distantes, es cierto, pero en esta obra los conflictos son tan universales que pueden trasladarse sin problemas a cualquier parte. A mí, incluso, me recuerda el tema del Conicet y de los científicos argentinos: en la obra se habla de investigadores que están trabajando con poquísimo presupuesto, que no tienen otra salida que dar clases. Diferente es el caso de los que desarrollan su actividad en una multinacional, como es el caso de una de las hijas del matemático, Claire, que trabaja en Wall Street.