ESPECTáCULOS
Kevin Johansen encontró su hogar
El trotamundos norteamericano-argentino-uruguayo reunió a 4000 fans en Palermo que escucharon su hit y disfrutaron de sus otros temas.
Por Roque Casciero
“Ay, ¡qué bonito!”, suspira a varios metros del escenario una cincuentona que sueña con una dieta fácil que la libre de esos (varios) kilitos de más. La voz grave de Kevin Johansen entona Down with my baby, la canción que durante 2003 sonó cada vez que Pablo Echarri y Celeste Cid calentaban la pantalla en Resistiré. La señora se imagina que puede mandar el tiempo (y la balanza) hacia atrás y ser una Julia Malaguer a la que un recio Diego Moreno le muerda el bretel del vestido. El ensueño de la dama no es el único milagro de la televisión: Johansen, que hace tres años era un desconocido y hace dos un artista de culto, goza hoy de una popularidad insospechada. Por eso, pese al frío y a unos nubarrones amenazantes, hay cuatro mil personas para verlo cantar en los bosques de Palermo, como parte del ciclo de Recitales Solidarios organizados por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. “Nosotros lo descubrimos por Resistiré, pero nos gustó todo el disco”, explica al cronista el marido de la señora del principio. Ella no lo escucha, claro: sigue perdida en las notas y las palabras. “I’m gonna get down with my baby/ and I’m gonna get down with her soon...”
La historia de Johansen es material jugoso para la prensa. Y eso lo benefició cuando volvió a Buenos Aires, a principios de 2000. En ese momento era un desconocido con un rostro que recordaba al del Piojo López y un disco bajo el brazo. Pero su vida de trotamundos llamó la atención, sobre todo porque era la explicación para sus canciones mestizas. Johansen nació en Alaska, donde su padre norteamericano había sido confinado por negarse a matar en Vietnam, y vivió en ese paisaje “blancuzco” con días de veintidós horas hasta que cumplió cinco años. Su madre, argentina, regresó a Buenos Aires con el pequeño Kevin, pero enseguida ambos se radicaron en Montevideo. El nuevo cruce del charco fue cuando el cantante era adolescente: Johansen formó parte de Instrucción Cívica, una banda olvidada y con fama de invento –en un mercado que no toleraba los inventos–, pero que tuvo éxito en Perú. A principios de los ‘90, otro viaje: radicado en Nueva York, consiguió un lugar en el espacio acústico del legendario CBGB, de donde salieron los Ramones, Talking Heads y Blondie. Tras diez años en esa ciudad, Johansen comenzó a sentir que era el momento de partir otra vez. Y otra vez el destino era Buenos Aires.
The Nada, su primer disco solista, era como un collage en el que se superponían los sellos de su trajinado pasaporte. La canción Guacamole fue un modesto hit y Johansen se ganó un lugar como cantautor alternativo (por no decir raro) seguido por un público de clase media alta. Su segundo trabajo, Sur o no sur, es el que tiene Down with my baby. “Está buenísimo que la gente me relacione con este tema, o con otro totalmente diferente, porque los artistas no debemos ser unidimensionales”, se atajó Johansen hace poco. “Lo que me gusta de Kevin es que sus canciones son diferentes entre sí, aunque él tiene personalidad. Lo descubrí por la novela, pero ya me compré los dos discos y me encantan. ¿Cómo hacés para no bailar con En mi cabeza?”, se pregunta Mariela, de 20 años, mientras en Palermo suena precisamente esa canción.
La bien ganada notoriedad de Johansen tiene costados tan graciosos que bien podrían ocupar algún espacio en las viñetas humorísticas que son algunas de sus canciones. Por ejemplo, el año pasado el cantante salió en las páginas de The New York Times, en una nota que describía la curiosidad de un norteamericano desconocido en su país y que triunfa en el sur del mundo. Pero Johansen se siente cada vez más argentino. En Palermo, apenas pisó el escenario le mostró a la multitud el saco made in Alaska que luce en la tapa de Sur o no sur. Sin embargo, la sensación que transmitió su ida y vuelta con el público es que el trotamundos encontró, por fin, su lugar en el mundo.