ESPECTáCULOS › “EL OTRO LADO DE LA CAMA”, DE E. MARTINEZ LAZARO
Un lindo paquete, pero vacío
Por Horacio Bernades
Tal vez el gigantesco sex appeal de Paz Vega –que reaparece en El otro lado de la cama, tras haber dejado a todo el mundo clavado en sus asientos en Lucía y el sexo– sea la razón por la cual nada menos que seis millones de españoles fueron a ver esta película, que además recibió la friolera de siete nominaciones al premio Goya, incluida la de mejor película. En verdad, no hay otra explicación para el suceso de público y crítica de esta desabrida, cansada comedia sexual hispana. Que, como suele suceder en el cine de aquella península, está irreprochablemente filmada, fotografiada, musicalizada y actuada, dando la sensación de que el paquete está, con moño y todo. Pero se olvidaron de ponerle algo adentro, con perdón por la expresión.
Calificada de “divertidísima, inteligente, original e imperdible” por un jocoso crítico de su país, la propia escena de apertura de El otro lado de la cama ya hace sonar la alarma. Allí, sin decir agua va, las dos protagonistas femeninas (Vega y la argentina Natalia Verbeke, que en El hijo de la novia hacía de novia del hijo) se largan a cantar, con muchos mohínes y poses sexys, mientras sus respectivas parejas yacen a su lado en la(s) cama(s). Eso no tiene nada de malo. Conozco la canción, obra maestra de Alain Resnais, empezaba (y seguía) igual, con una pequeña diferencia: el que cantaba, o hacía que cantaba, era un general alemán de ocupación, poniéndole mímica a una agudísima voz femenina. Lo cual resultaba enormemente divertido, subversivo y disruptivo. A su turno y más allá de las eróticas contorsiones de las dos bellas, se hace difícil discernir si la escena introductoria de El otro lado de la cama es sosa o zonza. La mala noticia es que en las dos horas siguientes todo sigue en la misma tónica.
Con un elenco en el que aparece Ernesto Alterio (hijo de Héctor y casi una réplica de su padre, pero con la barba afeitada), El otro lado ... no cuenta nada que no se haya contado antes un millón de veces: las intrigas amorosas y los cruces de alcoba entre dos parejas. Una es la que integran Javier (Alterio) y Sonia (Vega); la otra la conforman Pedro (Guillermo Toledo) y Paula (Verbeke), los cuatro metidos en una ronda de cuernos, infidelidades, venganzas y despechos. Cada tanto viene una escena musical, que no se destaca por su gracia, brillos coreográficos o hallazgos musicales. Como si Hollywood no hubiera enseñado, hace ya 60 o 70 años, que un número musical debe hacer crecer, avanzar o contrapuntear la historia, el veterano Emilio Martínez Lázaro (cuya entera filmografía no muestra un solo título recordable) se empeña en usarlos de relleno.
Como ya sucedía en El hijo de la novia, Verbeke luce atractiva en una escena y ligeramente incómoda en la siguiente. Lo de Paz Vega es otra cosa, claro. Menos salvaje y más muñequita que en Lucía y el sexo, dueña de unos ojazos oscuros que son como imanes e igualmente predispuesta a mostrarlo todo, la chica es una película aparte. O es la clase de chica con la que es imposible no hacerse la película, para decirlo con más propiedad.