ESPECTáCULOS › UN MUSICO Y PERIODISTA QUE SE PASO AL BANDO DEL CINE

“Siempre quise hacer ficción”

 Por Martín Pérez

Un ladrón que le roba a otro ladrón, una familia totalmente desarmada que sin embargo sigue funcionando como tal y una escenografía costera e invernal que es tan oscura como la sociedad que acorrala a los protagonistas de su historia. Eso es lo que cuenta La cruz del sur, el primer largometraje de ficción de Pablo Reyero, una tragedia disfrazada de policial, deudora tanto de la novela negra francesa como de las películas de Cassavetes. Y, por supuesto, también de obras del Nuevo Cine Argentino como Pizza, birra, faso o Bolivia, según desliza su propio responsable. “La cruz del sur es una película que tiene que ver con los recuerdos de toda una infancia y una adolescencia pasada en Villa Gesell”, asegura Reyero. “Muchas de las historias, los personajes y los lugares que se presentan en la película son reales. Y lo que planteo es un tema durísimo: el de una familia disfuncional y estrellada, ubicada bien en la orilla de todo y atravesada por todos los conflictos que hemos vivido en los últimos años como sociedad.”
Con cinco años de producción, contando desde el primer borrador del guión original hasta su estreno comercial, La cruz del sur es una película oscura y difícil, en la que su responsable confiesa haber puesto en juego todos sus fantasmas personales. “Para mí fue un desafío mucho mayor hacer esta película que rodar Dársena Sur”, asegura, refiriéndose a su elogiado debut en el largometraje documental. “Aquel fue un paseo de tres años, si tengo que compararlo con lo que me costó hacer esta película.” Rodada en ocho duras semanas de filmación invernal en Chapadmadal, La cruz del sur está protagonizada por una mayoría de actores no profesionales, personajes que casi se diría que se encarnan a sí mismos. “Así como les tengo fe a los lugares, la naturaleza y las atmósferas que se logran al rodar incluso en una habitación cerrada, pero que del otro lado de la puerta sabés que está el mar, la misma fe le tenía a la gente de allá para encarnar a los personajes de la película. Porque necesitaba sus rostros marcados por esa vida, no por otra.”
Criado en Villa Gesell desde los dos y hasta los trece años, Reyero fue músico y periodista y estudió teatro y fotografía antes de encontrar en el cine “el lugar donde canalizar todas las inquietudes de la adolescencia”, según él mismo lo explica. Su nombre se hizo conocido en el medio a partir del estreno de Dársena Sur, un largometraje documental realizado en video y presentado en el Instituto Goethe, que por su repercusión tanto de público como de crítica bien puede ser considerado como un digno precursor de la camada actual de documentalistas que han encontrado en el Malba un lugar donde exhibir sus trabajos. “Como yo venía del periodismo, el documental fue casi un paso lógico dentro de mi carrera”, explica Pablo. “Pero desde que comencé en el cine como meritorio de dirección, a comienzos de los noventa, yo siempre quise hacer ficción. Aun cuando considere que como persona te enriquecés mucho más haciendo un documental que un trabajo de ficción.”
La cruz del sur tuvo diecisiete reescrituras y tres asesores de guión –Gustavo Fontán, Jorge Goldemberg y Mauricio Kartun– hasta llegar a su formato final. “Durante gran parte del rodaje, el guión era casi un secreto de Estado”, revela Reyero. “Porque teníamos miedo que la historia se hiciese conocida y nos parasen el rodaje. Porque en la película se cuenta desde cómo se mueve el tráfico de cocaína en Mar del Plata hasta cuál fue el destino final de los desaparecidos de la zona. Cosas que tal vez en los últimos años se han ido destapando, pero que cuando se realizó el rodaje aún no era cosa de todos los días.”
Después de tantas dificultades, Reyero asegura que no entendía nada cuando el año pasado recibió una invitación para ir a presentar la película en el Festival de Cannes. “Veníamos de atravesar todos los quilombos imaginables, así que cuando recibí la invitación me puse apensar en eso de que la vida siempre compensa por algún lado”, asegura el director, que tiene recuerdos entremezclados de aquella experiencia. “Me acuerdo de un irlandés que, después de verla, me dijo que le parecía estar viendo a los personajes y conflictos de su pueblo natal en Irlanda”, cuenta. “Pero también me di cuenta de que no hacía falta darse un paseo por la marginalidad para ver gente drogándose como en mi película. Porque allá en Cannes todos se estaban dando como acá en la década del ochenta. Por eso creo que mi película habla de un estado de cosas que, más allá de la marginalidad en que se mueven los personajes, es común en todos lados. Al menos en el mundo occidental.”

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