ESPECTáCULOS › OPINION

¿Un debate sobre qué?

 Por Luciano Monteagudo

¿Por qué alguien querría ver La pasión de Cristo? ¿Cuáles son los potenciales espectadores de la película de Mel Gibson? Se supone que una buena parte de su público irá empujado por su enorme, artero aparato publicitario, que ha incluido la deliberada instalación de una polémica de la que los principales representantes de la Iglesia Católica, desde el Vaticano para abajo, se han hecho eco, convirtiéndose en los mejores, más eficaces agentes de prensa del actor y director. Pero, más allá de la lógica curiosidad ante un acontecimiento mediático, ¿hay realmente algo para polemizar con la superproducción de Gibson? Su abierto, desembozado antisemitismo, ya denunciado por todo el arco del judaísmo, ¿acaso es algo que deba ser debatido? ¿El antisemitismo es materia de debate?
Aquellos films que, por el contrario, se prestaban para una controversia legítima, para una profunda discusión religiosa, artística o filosófica, como Yo te saludo, María, de Jean-Luc Godard, y La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, nunca tuvieron la oportunidad de esa polémica. Los mismos que ahora promocionan de manera entusiasta la película de Gibson fueron los que en su momento lograron impedir, con presiones y amenazas, el estreno de dos films que, al día de hoy, siguen sin poder verse en la Argentina, a no ser en copias piratas y subrepticias. Hasta la edición local en DVD del film de Scorsese (por otra parte, un católico practicante) fue rápidamente retirada de circulación y hoy es casi inhallable, mientras un fallo judicial clausuró de manera definitiva la posibilidad de su exhibición por un canal de cable, en un grave caso de censura que nunca mereció el espacio en los medios que ahora ocupa el producto de Gibson.
La historia del cine (para no abundar en la historia del arte) registra muchas películas de inspiración cristiana, algunas de ellas reconocidas obras maestras, como Ordet, del danés Carl Theodor Dreyer, El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini, o Diario de un cura rural y Proceso a Juana de Arco, de Robert Bresson. En estos films, la materia espiritual era capaz de trascender la especificidad de una religión en particular para conmover a todos, creyentes y agnósticos, con el idioma universal del arte. La película de Gibson parece seguir el camino exactamente contrario: hacer del Via Crucis de Cristo una excusa para provocar la división, regodearse con la violencia y fomentar el odio.

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