EL PAíS › KIRCHNER CONVIRTIO LA ESMA EN MUSEO Y
UN CHICO RECUPERADO DEFINIO EL DIA
“La verdad es la libertad absoluta”
En un emocionante acto, donde participaron decenas de miles de personas, el predio de la ESMA fue cedido a la Nación para convertirse en Museo de la Memoria. El Presidente recordó a los ausentes y pidió perdón en nombre del Estado. Heredia, Gieco y Serrat cerraron la ceremonia con sus himnos.
Por Victoria Ginzberg
El presidente Néstor Kirchner pidió perdón de parte del Estado nacional “por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia por tantas atrocidades”. Lo hizo luego de concretar con el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, el convenio que convertirá lo que fue el mayor centro clandestino de detención de la Marina en “un espacio para la memoria y promoción de los derechos humanos”. Después de la firma de ese documento, las rejas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) se abrieron y el público, que esperaba afuera, fue accediendo al predio. Los HIJOS llevaban claveles rojos que dejaron en el piso junto a la puerta de madera del edifico principal. Sobre las flores, las fotos de los desaparecidos Mirta Alonso y Oscar Hueravillo devolvían las miradas en blanco y negro. Su hijo, Emiliano, nació en la ESMA y ayer fue uno de los oradores del acto. Un cincuentón, de rulos y barba canosa dejó colgada de la manija una hoja blanca en la que había escrito con marcador negro: “Seguimos adelante compañeros”.
Las Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora), las Abuelas, los Familiares y miembros de otros organismos de derechos humanos llegaron a la ESMA temprano, para poner en las rejas que rodean el predio una gran bandera con las fotos y los nombres de cientos de desaparecidos. Como el viernes pasado, cuando los sobrevivientes entraron a lo que fueron sus celdas y salas de torturas para reconocer el sitio, las víctimas que nunca salieron de allí estaban presentes.
Antes de la llegada del Presidente y su gabinete, Mabel Gutiérrez, de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, leyó un documento firmado por doce agrupaciones. “La ESMA, a partir de hoy, será patrimonio del pueblo argentino. La decisión política del presidente de la Nación lo ha hecho factible. Esto es el fruto de que en estos 28 años los organismos de derechos humanos, los familiares, los sobrevivientes, los exiliados y el pueblo hemos mantenido nuestras banderas de verdad y justicia y preservado la memoria para que nunca más se repitan los crímenes del terrorismo de Estado”, afirmó.
El sol pegaba fuerte cuando Ibarra y Kirchner se aproximaron al palco cubierto por una alfombra roja en el que habían colocado dos sillas de respaldo alto y una mesa. Los funcionarios no se sentaron. La firma del acuerdo de creación del Museo de la Memoria duró unos pocos minutos.
Con la llegada del Presidente se abrieron las rejas de entrada de la ESMA. Los organismos de derechos humanos habían consensuado no ingresar al predio. La decisión obedecía en parte a que querían estar afuera con la gente. Pero muchos de los miles que habían ido a presenciar el hecho (el Gobierno los estimó en 40 mil) querían entrar, atravesar la barrera militar. Los HIJOS, además, tenían 500 claveles rojos que querían dejar dentro del lugar.
Hombres y mujeres de todas las edades caminaron lento. Bordearon el palco y se dirigieron a la entrada del edificio principal, cuya fachada se convirtió en el símbolo de la ESMA. Las flores quedaron bajo la puerta de madera junto con carteles y fotos de desaparecidos. Una pancarta amarilla, del estilo de una señal de tránsito, señalaba “aquí muchas desaparecidas dieron a luz y sus bebés fueron robados por los genocidas”. Jóvenes y mayores no pudieron contenerse, lloraban abrazados. Una Madre pequeña levantaba todo lo alto que podía su cartel en el que explicaba que Carlos Alberto Rizzo Molina era un civil de la ESMA y recordaba en voz alta cómo durante la dictadura había entrado a ese mismo sitio para hablar con el director de la escuela, Rubén “Delfín” Chamorro, y preguntarle qué había pasado con Carlos.
En medio del dolor, los chicos del grupo de arte Etcétera aportaron algo de humor. Uno de sus miembros se había disfrazado de Jorge Rafael Videla y sostenía un marco a través del cual se veía su cara. “Devuelvan el óleo”, gritaba, en alusión al cuadro del dictador que fue robado del Colegio Militar.
Terminada la ceremonia frente a la ESMA llegó el momento de los discursos, que se hicieron en un escenario colocado en una calle lateral. Antes se escuchó el Himno Nacional, en versión de Charly García. Se vieron algunos puños en alto y muchos dedos en ve. Kirchner y su mujer, Cristina Fernández, se emocionaron y tuvieron que limpiarse las lágrimas. El Presidente lo señaló en su discurso: “Cuando recién veía las manos, cuando cantaban el Himno, veía los brazos de mis compañeros, de la generación que creyó y que sigue creyendo en los que quedamos que este país se puede cambiar”. Kirchner habló como militante de la década del ‘70, pero también como Presidente. Y señaló explícitamente esa diferenciación. “Las cosas hay que llamarlas por su nombre y acá, si ustedes me permiten, ya no como compañero y hermano de tantos compañeros y hermanos que compartimos aquel tiempo, sino como Presidente de la Nación Argentina vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia por tantas atrocidades. Hablemos claro: no es rencor ni odio lo que nos guía, me guía la justicia y lucha contra la impunidad. Los que hicieron este hecho tenebroso y macabro de tantos campos de concentración, como fue la ESMA, tienen un solo nombre: son asesinos repudiados por el pueblo argentino”, dijo.
Antes de Kirchner hablaron Ibarra y tres jóvenes que nacieron en la ESMA. La actriz Soledad Silveyra leyó un poema que la desaparecida Ana María Ponce –compañera de militancia del Presidente– escribió mientras estaba secuestrada en ese centro clandestino de detención: “Entonces vuelvo a mirarme/los pies/ y están atados/las manos (...) el cuerpo/ y está preso/ pero el alma/¡ay! el alma, no puede/ quedarse así/ la dejo correr/ buscar lo que aún/queda de mí misma/ hacer un mundo con retazos/ y entonces río/ porque aún puedo/ sentirme viva”.
Ibarra tuvo que remontar los chiflidos que se escucharon cuando comenzó su discurso en el que señaló que “se terminó la época del país cuartel, en el que se les daban hectáreas y hectáreas a las instituciones militares”. Conseguida la atención de los presentes, recordó a su compañera del colegio secundario, Franca Jarach, que también estuvo secuestrada en la ESMA.
Emiliano Hueravillo, María Isabel Prigione y Juan Cabandié representaron sobre el escenario a los niños nacidos en la ESMA y a todos los hoy jóvenes que fueron apropiados por la última dictadura. Prigione, de la agrupación HIJOS (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), leyó un discurso en el que destacó el reclamo para que “vayan presos a una cárcel común, con cadena perpetua, cada uno de los secuestradores, torturadores y apropiadores de bebés”. Como habían hecho los organismos de derechos humanos, solicitaron que otros sitios en los que funcionaron centros de detención sean utilizados para recordar y explicar lo que ocurrió durante la dictadura. Pidieron que el Estado recupere los archivos que sobre la represión ilegal que estén en manos de las fuerzas represivas y que se comprometa a encontrar a los jóvenes que fueron secuestrados y aún no conocen su identidad. “Sepan que los estamos buscando”, les dijo. Kirchner sólo se abstuvo de aplaudir cuando la joven mencionó que reclamaba que no se pagara la deuda externa.
Cabandié habló desde su experiencia. Hace sólo dos meses vivía sin saber que era hijo de desaparecidos. Buscó, hasta que encontró, con ayuda de las Abuelas de Plaza de Mayo, su verdadera identidad biológica. “Soy el nieto 77”, se definió y relató que “bastaron los quince días que me amamantó mi mamá para que yo les diga a mis amigos que me quería llamar Juan”. Con mirada clara, nervioso pero con la voz firme, Juan aseguró que “la verdad es la libertad absoluta” y que hoy podía decir que él era “Damián y Alicia”, sus papás desaparecidos. Después llegaron León Gieco, Víctor Heredia y Joan Manuel Serrat; llegaron La memoria, Para la libertad, Todavía cantamos y, como si fuera otro himno, Sólo le pido a Dios. Después, la desconcentración. Los manifestantes volvieron a entrar a la ESMA, recorrieron el parque, entraron al Casino de Oficiales, cantaron el himno en el salón central del edificio principal, tiraron papelitos e hicieron algunas pintadas. Fue un momento de descarga dentro del lugar que, hasta no hace mucho, fue el campo de concentración más grande de Sudamérica.