ESPECTáCULOS › “MI NOMBRE ES SAM”, CON UN GRAN SEAN PENN

Lucy en el cielo con diamantes

 Por Martín Pérez

Azúcar, sacarina y azúcar negro. Tres son las opciones que ofrece la megacadena Starbucks para endulzar el café, y Sam –además de servir las mesas– dedica gran parte de su tiempo laboral a poner juntos los sobrecitos blancos, rosas y marrones en cada mesa. En eso está cuando alguien le recuerda que debe irse, y entonces Sam corre hacia donde debe ir, hacia el nacimiento de su hija. Sam es un encantador retardado mental con el coeficiente de un niño de siete años y la madre de su hija es una sin techo que nunca quiso una hija sino un lugar donde dormir. Así es como Sam rápidamente se queda solo, pero esta vez con una niña en sus brazos. Una niña que, dado el fanatismo que Sam profesa por las canciones de Los Beatles, se llama como una de ellas: “Lucy en el cielo con diamantes”. Es decir: Lucy Diamond. La hija por la que Sam peleará durante el resto de la película.
Hay una regla de oro para cualquier escéptico del cine de Hollywood. Esa regla dice que cuando un actor interpreta el personaje de un deficiente mental, sólo está yendo detrás de su Rain Man. Lo que es lo mismo que decir que va detrás de su Oscar. Pero no es éste el caso de Sean Penn, un actor que se sienta cómodamente en la primera fila de los escépticos de Hollywood. “No soy el tipo ideal para acompañarte si querés ir a ver una película de Hollywood. Te amargaría la noche”, confesó Penn en una entrevista ¿promocional? de sus películas. Semejante lugar queda totalmente claro al verlo interpretar el papel de Sam en el film de Jessie Nelson. Si actrices como Michelle Pfeiffer o Laura Dern, incluidas en el reparto, terminan encarnando tarde o temprano las opciones narrativas del Hollywood más funcional, Penn y su Sam estarán siempre claramente del otro lado.
Viendo de esta manera, Mi nombre es Sam es un film que sorprende, no sólo por la actuación descollante de Penn sino también por su primera mitad, en la que la presentación de la historia y su desarrollo hasta apenas poco antes de su primer clímax dramático es casi perfecta. Lo es precisamente porque la historia que ha elegido contar está demasiado cerca del cliché. Pero, a la hora de narrarla, Nelson elige mirar las cosas de frente, y no dar nada por sentado. Lejos de la vergüenza que hace que el ocasional paseante quite la vista de encima de cualquier discapacitado en la calle, el film no esconde su curiosidad. Mira de frente lo que existe.
A este dúo de padre e hija hay que sumarle una mujer para que un film/producto funcione como tal. Así es como se suma al reparto Michelle Pfeiffer, que hace las veces de abogada implacable y carísima. La historia que cuenta Mi nombre es Sam es la de un padre retrasado mental al que el Estado le quiere sacar la custodia de su hija, ya que considera que no es capaz de encargarse de su educación. El papel que el personaje de Pfeiffer tiene en esta historia es el de la abogada que acepta defender a Sam sólo para cuidar su reputación, pero terminará creyendo en su verdad. Todo un clásico de Hollywood, al que el film de Nelson le hará justicia escapando de las soluciones/trampasnarrativas. Al menos durante la primera mitad, hasta el final de la primera parte de la lucha de Sam en los tribunales.
Hasta entonces, Nelson narra un drama rutinario con ojos nuevos, incluso a la hora de presentar el punto de vista legalista del Estado que quiere arrebatarle su hija a Sam. Que, pese a la crueldad de su fría lógica, no deja de ser comprensible. Pero el film tiene un quiebre luego de su primera mitad, a partir de la cual casi se puede oler la presencia de los doctores de guiones. Es entonces cuando la sobredosis de emoción le gana a la puesta en escena, y Mi nombre... cae en las lágrimas, confesiones y mohínes profesionales de los personajes interpretados por actrices como Pfeiffer y Dern, que parecen preocuparse más por los fines antes que por los medios. Algo que nunca le sucede a Penn, por suerte.

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