ESPECTáCULOS
Evocaciones de un pasado que se empeña en volver
La nueva película de Adolfo Aristarain, que tiene elementos autobiográficos, gira alrededor del personaje compuesto por Susú Pecoraro, una madre que aparece en los recuerdos del protagonista.
Por Leonardo Moledo
Hay dos películas en Roma, la nueva, ambiciosa realización de Adolfo Aristarain, que tiene bastantes elementos autobiográficos, según ha sugerido en distintas entrevistas el propio director. La primera de estas películas es la menos interesante y tiene a José Sacristán como protagonista. Recluido en una casona fría y solitaria, alejada de la gran ciudad, el veterano escritor argentino Joaquín Góñez (Sacristán) recibe de mala gana a Manuel (Juan Diego Botto), un joven empleado de la editorial madrileña, que llega con la consigna de apurar la autobiografía del autor. Según se despacha Góñez, él no tiene ningún deseo de recordar, pero necesita dinero y con el jugoso adelanto que le garantiza el contrato puede tirar unos años más y luego perderse en el horizonte, sin más. “Ese cabrón no quiere a nadie salvo a sí mismo”, lo definen en la editorial. Pero más allá de un cierto temor reverencial, Manuel le irá tomando cariño a Góñez, que llegó a España en 1967 (lo que justificaría el obvio acento castizo de Sacristán) y que comienza a desgranar las memorias de su infancia y de su juventud en Buenos Aires con una pasión que quizás él mismo desconocía.
Plagado de apotegmas y sentencias, que Góñez le va tirando por la cabeza no sólo a su joven escriba sino también al espectador, esta suerte de gran prólogo parece funcionar también como un decálogo de los gustos y disgustos del propio Aristarain, un enorme listado de todo aquello que hay que hacer, leer y escuchar en la vida y de por qué valen mucho más Kipling, Conrad y Dumas que cualquier escritor contemporáneo, que por otra parte Góñez no está dispuesto a leer. Más allá de que la presencia de Sacristán como escritor argentino no parece tener otra fundamento que el de justificar la coproducción con España, lo que puede llegar a resultar irritante de este tramo del film es esa idea de preceptiva que lo rige, ese autoritarismo de salón que va más allá del personaje para intentar imponer por la fuerza una visión del mundo. Una visión del mundo, por otra parte, en la que predomina una única, melancólica idea: que todo tiempo pasado fue mejor.
Quizá por esta misma razón, cuando el film se interna finalmente en los prolongados flashbacks que constituyen su núcleo, en los recuerdos de Góñez que Manuel va reconstruyendo en su imaginación a medida que copia el texto del escritor, aparece lo mejor de Roma y de Aristarain, su excelente pulso como narrador, su capacidad de emocionar con nobleza y legítimamente, sin apelar a trucos de guión o golpes bajos de puesta en escena. Allí está la segunda película, la mejor.
Roma no se refiere a la capital italiana sino al nombre de la madre de Góñez (y de la del propio Aristarain). Alrededor de esa mujer fuerte, inteligente, sensible, sensata, que compone magníficamente Susú Pecoraro en su regreso al cine (y en la que quizá sea la mejor interpretación de su carrera), giran entonces las evocaciones del film, que abarcan distintas épocas. Primero la infancia del protagonista, a comienzos de los años ’50, cuando la vida parecía sencilla y luminosa. Luego los ’60, en los que Góñez (ahora interpretado por Botto, que se ve materializado como el escritor en su juventud) descubre el jazz, la literatura, el sexo, la libertad, su primera dictadura y también su primer y quizás único amor. Y finalmente los ’70, con su carga de violencia política, decepción y desarraigo. En todas estas etapas, ya sea por presencia o por ausencia, la figura de Roma es fundamental y el film todo parece dedicado a ella, como un homenaje.
Con una estructura coral que suma temerariamente personajes y situaciones, la película (que dura dos horas y media) no siempre parece poder sostener el mismo nivel de interés, de tensión narrativa o de compromiso emocional. Pero llama la atención el grado de verdad que en general consigue el film, una verdad que va más allá de la cuidada reconstrucción de época y que parece provenir del interior profundo de Roma, la auténtica protagonista de la película, su objeto de adoración, su razón de ser.