ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL ACTOR, DIRECTOR TEATRAL Y DOCENTE RUBEN SZUCHMACHER
“Somos una nación sin memoria histórica”
Como coordinador de la muestra Proyecto Historia (s), propone rescatar, desde el teatro y la danza, sucesos argentinos marcados por la violencia, aunque ajenos a “los grandes temas”. Quiere incentivar la reflexión para “superar nuestra relación neurótica con el pasado”.
Por Hilda Cabrera
¿Por qué no atreverse a indagar en la historia y la política con lenguajes no realistas ni convencionales? Creador de varios ciclos de arte escénico contemporáneo, como el denominado género Chico y los festivales del Rojas, el actor, director, régisseur y docente Rubén Szuchmacher coordina ahora Proyecto Historia (s) en las instalaciones del Centro Cultural Rojas, de Corrientes 2038. Curador también de esta muestra de teatro, danza y teatro musical que alude a hechos de la historia y la política nacionales, es acompañado en este emprendimiento por el actor, director y cantante Alejandro Tantanian y el bailarín y coreógrafo Miguel Robles. El precio de entrada a los espectáculos es de tres pesos, y gratuito el acceso a los debates de hoy en la Sala Batato Barea, a partir de las 19, con participación de estudiosos y artistas. Este ciclo, que se extenderá hasta el 31 de julio, pretende incentivar la reflexión.
Como apunta Szuchmacher en diálogo con Página/12, la historia argentina estuvo sobre todo presente en las disciplinas artísticas de la década de 1960, cuando no se dudaba ni demoraba en “tematizar la realidad”. Salvo excepciones, no hubo experiencia semejante durante el menemismo, una etapa de democracia despolitizada, en opinión de este director que se atarea a la vez con varios proyectos. Entre otros, la puesta de una pieza en el Paseo La Plaza (Pequeños crímenes conyugales, de Eric-Emmanuel Schmidt, con Mercedes Morán y Jorge Marrale) y una régie para Buenos Aires Lírica. Mientras tanto dirige su teatro Elkafka, antes Del Otro Lado. El cambio de nombre se debe no sólo a la admiración que siente por el escritor checo, sino a que hoy no le interesa alambrar espacios: “No queremos estar del otro lado de nada, no nos planteamos la marginalidad sino la competencia”, sostiene.
Califica la convocatoria de muy abierta, abarcando temas que van desde el virreinato hasta nuestros días. “Lo más reciente es la cantata sobre el reportero gráfico José Luis Cabezas (La voz que guarda silencio). Otras obras relacionan algunos hechos del pasado con la última dictadura militar. Más atrás en el tiempo se ubican No sé si Moreno y Rompecabezas, una historia de comienzos del siglo XIX.”
–¿La violencia es un tema central en las obras elegidas?
–De alguna manera sí, aunque no se trate de la violencia de la historia “con mayúscula”. En 59/60 se está contando el asesinato de un hombre por una mujer. Es un asunto personal, pero está inspirado en una noticia publicada en diciembre de 1959. En una villa, una mujer le prende fuego a la casilla del hombre que la abandonó y acaba incendiando el barrio. En Voto femenino el eje no es la violencia explícita sino la incertidumbre de una pareja de operarios de una fábrica respecto de su futuro. En cambio en El puente, una historia están presentes el secuestro y el asesinato. El punto de partida de esta obra es la desaparición, en 1938, de la niña Marta Ofelia Stutz.
–¿Se trataría de situaciones y tragedias personales que al trascender como noticia se convierten en sucesos históricos?
–Participan de esa doble condición. El espectáculo de danza teatro ideado y dirigido por Paula Etchbehere, Nunca estuve en otra parte, referido a mujeres guerrilleras, toma la historia de una abuela suya, Mika Etchebehere, esposa de un militante revolucionario durante la Guerra Civil Española, y es además una pregunta sobre “la repetición de los sacrificios”. En el momento de la curación, acordamos con Alejandro (Tantanian) y Miguel (Robles) que éstos eran los mejores trabajos, y ahora me doy cuenta de que tienen como denominador común a la muerte. No sé si Moreno refleja lo histórico, lo patriótico y utiliza como elemento dramático una guía de calles. La obra se convierte en un juego donde los llamados “valores históricos” son apenas nombres de calles. En un sector del barrio de Once, por ejemplo, están todos los miembros de la Primera Junta.
–Como si hubieran integrado un bloque político indiferenciado...
–Eso parece, aunque sepamos que se odiaban. Esos nombres así puestos no tienen otro significado que el de identificar calles. Son “restos” de la historia. Yo sostengo la idea de que Argentina es un país sin historia, y por lo tanto sin memoria histórica. Para que haya historia debe haber antes un cierre. Y en Argentina eso no ocurre. Todo queda abierto: rosistas y sarmientistas chocan todavía hoy con furia. Esta falta de cierre aparece en mi puesta de El siglo de oro del peronismo (espectáculo compuesto por dos obras que sigue en cartel en su teatro Elkafka, de Lambaré 866).
–¿De ahí su insistencia en reflexionar sobre la historia?
–Que es mucho más pródiga que la política. Conocerla ayuda a entender el presente. La política puede ser barrida. El estado en que se encuentra hoy la Argentina es en parte consecuencia de la profunda despolitización de la década de 1990, un hecho del que entonces no nos dimos cuenta, y del carácter faccioso de nuestra cultura: se está a favor de Rosas o de Sarmiento, de Alvear o de Yrigoyen. Se es peronista o antiperonista.
–¿Un antagonismo de ese tipo sería hoy el de piqueteros y antipiqueteros?
–El tema de los piqueteros es algo muy del presente, pero sobre este asunto la reacción de la nueva conducción de la CGT se parece, y mucho, a la que hubiéramos presenciado 50 años atrás. Uno tiene la sensación de que el paso del tiempo no significa nada para mucha gente. Por eso, en la medida en que seamos más los que nos hagamos cargo de la historia, desde la investigación o el arte, tendremos más posibilidades de enfrentar el retorno de esos “muertos vivientes” y superar nuestra relación neurótica con el pasado.