ESPECTáCULOS › GONZALO BONADEO Y LOS DIEZ AÑOS DE TYC SPORTS
El señor de todos los Juegos
Recién llegado de Atenas, el periodista hace un balance de su primera década en el canal y expone sus diferencias con el “ambiente”: “No tiene sentido ser exitista en el deporte”.
Por Julián Gorodischer
Los productores lo recuerdan en trance: metido en la pecera frente a dos monitores y dos teclados, encargado de “ponchar” la transmisión de los Juegos Olímpicos. Casi un mes estuvo en Atenas sin salir a ver el mundo, relatando la escena deportiva de los más variados rubros y tentando al espectador novato por su don para divulgar jerga y técnica del hockey, el tenis o el tiro. Gonzalo Bonadeo fue el traductor olímpico, aquel que –en la pantalla de TyC Sports– generó una masividad infrecuente para la gimnasia rítmica. Y fue también la cara más visible de estos diez primeros años de TyC Sports, el canal que nació hace una década (el 3 de septiembre de 1994) con un programa a su cargo. En el viejo Campañas trazó genealogías de equipos de fútbol e intentó ser informal, como ahora. “Nunca llego a superar los límites de la prudencia”, dice. “Sería fantástico expresarme de manera abierta, tener otra coloquialidad. El lenguaje es central.”
¿Qué diría por fuera de los límites de esa prudencia? Los que lo vieron en Atenas recuerdan su odio dirigido hacia Roberto Giordano, el peluquero colado en las finales del básquet y el fútbol, el que interrumpió la premiación para colgarle una pañoleta en el cuello a Emanuel Ginóbili, el mismo que sermoneaba la mala actuación del técnico de la Selección. Bonadeo vio en la figura de Giordano, sentado a la mesa de la diva de los almuerzos, a un porteño piola que se cuelga del triunfo ajeno, que opina y siempre exige una medalla sin contemplar excusas. “No quiero formar parte de ese juego –dice–. De esa euforia estúpida que, cuando la ves, te revuelve el estómago.” ¿Qué más diría? En estos diez años en TyC inauguró las transmisiones olímpicas, en 1996, para ayudar a salir de la obsesión futbolera, para promover un cupo polideportivo. “El mercado periodístico impide desarrollar otras inquietudes –se queja Bonadeo–. Cuando empieza un pibe a trabajar, lo vuelven especialista en ‘Vestuario de River’; lo dejan encerrado en la nada. Y, por la falta de trabajo, hay poca rebeldía. Yo luché por espacios para otros deportes, traté de darles una dimensión exacta a las cosas, peleé por extravagancias para el mercado argentino, como haber transmitido un maratón de Nueva York o un mundial de hockey.”
–En sus coberturas, además, trata de evitar la exaltación de la camiseta, la bandera, el himno...
–No tiene sentido ser exitista: es muy difícil ganar medallas. Yo no logro entender por qué la gente se engancha con los Juegos Olímpicos, cuando después ignora esos mismos deportes en un mundial de atletismo. Yo no tengo un gran quilombo con la bandera y el himno, pero noto esa sensación de euforia que estalla por alegrías que no tenemos en otros rubros.
Su cobertura de los Juegos podría leerse como una síntesis de estos diez años en el canal deportivo. El fanatismo no estuvo guiado por una lógica chauvinista y adquirió direcciones subjetivas: se enamoró de la performance del nadador Michael Phelps y defendió un espacio para sus carreras más allá de la prioridad por atletas nacionales; insistió cuando le pedían más y más remeros, tenistas, nadadores locales. En la pecera de los monitores y los teclados, encargado de enviar la señal desde Grecia, entendió la trampa. “Tenemos delegaciones desmesuradamente grandes”, dice. “Y se crea una falsa expectativa. Si nosotros ignoramos a Michael Phelps en una final, metemos la pata. Hay que explicarle a la gente que si no están los argentinos, igualmente van a ver lo mejor de lo mejor.” En cualquier caso, la misma euforia que otros depositan en la camiseta, la medalla y el podio, él la dirige a los deportistas. Frente a una pantalla, consigue estados parecidos a un nirvana cuando algún corredor bate el record olímpico. “Si se repasa la historia de los Juegos, los mundiales, las finales del tenis, hay mucha miseria, pero nunca del lado de los deportistas”, señala. “Atenas era desmesura en la seguridad, dudas por el contexto mundial, pero en el momento en que empiezan a competir se diluye todo. Los mejores atletas, como Michael Phelps, tienen más que ver con un desarrollo técnico, que con un físico o una genética.”
–¿Cómo se hace para contar esa fascinación?
–La clave es no meterse en demasiadas honduras. Lo más pintoresco es la biografía de los deportistas: tomar el antecedente concreto en lo deportivo, marcas mínimas, resaltar la importancia del logro deportivo más allá de la medalla.
–O quedarse callado, como suele pasar en sus transmisiones...
–Yo no puedo decirle a una persona: “El mexicano saltó mal”. En cambio, le acerco a la gente lo que a mí me divierte de estar viendo eso. Cuando se impone la estética del cuerpo humano, para qué carajo me voy a meter a juzgar.
–¿Qué queda después de una transmisión olímpica?
–Lo lamentable es no poder aprovechar esta energía deportiva, ni poder hacer algo con esta corriente de euforia en los pibes. No hay cómo canalizarlo: ni con el hockey ni con el básquet. ¿Dónde mando a mi nena a hacer gimnasia artística?
–¿Cómo recuerda esas 16 horas seguidas encerrado en “la pecera”?
–Como un solo largo día con baches en el medio, en el cual el único tema posible era el deporte. Una sensación de alegría, aunque con mucho frío por el aire acondicionado. O como una larga carrera encima de una moto que no se detendría hasta el final. Ahora que paré, no volvería a subirme.