ESPECTáCULOS › “EN DEFENSA DEL HONOR”, DE G. HOBLIT
Que vivan los soldados
Por Luciano Monteagudo
Honor, coraje, deber, sacrificio son algunas de las palabras que más se repiten en esta película protagonizada por Bruce Willis, que se retrotrae a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial para agregar un capítulo más a esa forja de valientes en la que parece haberse convertido últimamente el cine de Hollywood. La información de prensa lo expresa muy bien, en un muy mal castellano: “En defensa del honor es un increíble ejemplo del honor, el valor y los sacrificios realizados por soldados durante la guerra para defender el estilo de vida estadounidense”.
Sucede que Bruce es aquí el coronel William McNamara, el oficial de mayor rango en un campamento de prisioneros de guerra regido con mano de hierro por un kapo nazi de veleidades aristocráticas (Werner Visser), que se regodea humillando a los Untermenschen que tiene bajo su custodia, pero a quienes no puede dejar de admirar, por su temple, entereza y hombría. Bajo la mirada severa pero paternal de McNamara, los soldados planean una fuga, pero entre ellos mismos hay sospechas de un posible traidor. Lo que en un principio parece una mala copia de aquel clásico de Billy Wilder que fue Stalag 17 (1953), que le valió a William Holden el Oscar al mejor actor, se convierte de pronto en lo que la industria de Hollywood llama a courtroom drama, una película de esas cuyo eje dramático es un juicio oral. Claro que si En defensa del honor no es Stalag 17 tampoco consigue acercarse a la sombra siquiera del paradigma del género, Anatomía de un asesinato (1959), de Otto Preminger. La parodia de corte marcial que se lleva a cabo en ese Lager alemán revela, sin embargo, algo sorprendente: que el trato que le dispensaban los nazis a los soldados estadounidenses era muy superior al que los estadounidenses le aplican ahora a los prisioneros afganos en el campo de concentración de Guantánamo.