ESPECTáCULOS › LILIANA HERRERO Y JUAN FALU Y SUS
VERSIONES DE EDUARDO FALU-JAIME DAVALOS

“Esto no se podría hacer por encargo”

Tras el excelente resultado del disco donde tomaban el repertorio de Leguizamón/Castilla, el guitarrista y la cantante están presentando canciones de un dúo que “dejó una obra, hizo escuela en el folklore”.

 Por Karina Micheletto

El dúo ya sabe de qué se trata esto de versionar a los fundamentales, de volver a hacer hablar a aquellas voces con otras voces que suenan hoy, reponiendo su esencia. Lo demostraron unos años atrás con su abordaje del repertorio de Leguizamón-Castilla. Ahora, Liliana Herrero y Juan Falú se largaron a versionar otro dúo, el de Eduardo Falú y Jaime Dávalos. El resultado fue un bello disco con clásicos como Vidala del nombrador o Tonada del viejo amor, y temas menos conocidos como Juanito Laguna se salva de la inundación. Hoy y mañana a las 22 mostrarán este trabajo en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575), con el trío tanguero Gorosito-Cataldi-De la Vega como invitado, después de una presentación oficial en el ND Ateneo.
“Después de Leguizamón-Castilla nos entusiasmamos con la idea de recorrer canciones hechas de a dos, y mencionamos a Falú-Dávalos ante medios y amigos. Se ve que registraron esa ilusión nuestra porque en el último tiempo casi era un reclamo: ‘¿Para cuándo Falú-Dávalos?’”, dice Juan Falú. A pesar de que los une una relación de parentesco, Juan y Eduardo Falú volvieron a verse tras la grabación de este disco, en un encuentro que Liliana Herrero describe como muy emocionante. “Eran dos Falú conmigo, y yo estaba ahí, entre adentro y afuera, mirándolos a los dos. Me di ese lujo. Me gustó acompañarlo a Juan, que es mi amigo, aparte de compañero de correrías musicales, en ese encuentro”, recuerda la cantante. “Yo no conocía personalmente a Eduardo Falú. Fue muy cordial, muy atento. Y me dijo algo que me emocionó, que yo tenía una lágrima en la garganta. El encontró eso en mi canto y a mí me gustó.”
–¿Qué significan Falú y Dávalos dentro de la música popular argentina?
Liliana Herrero: –Como tantos otros, son mojones en la cultura argentina, como abras, descansos donde uno encuentra un núcleo fuerte, un encuentro importante entre personas que quedó en una obra. Momentos de la vida cultural de este país donde algo se produjo. Por un lado son remansos que permiten mucho tiempo después volver a pensar estas canciones, y por otro un punto poderoso de gestación de una obra. Estos hombres, Leguizamón, Castilla, Falú, Dávalos o Los Núñez en Tucumán, o el Chivo Valladares, o Ramón Ayala, por nombrar algunos, se han encontrado, pudieron unir la canción con la música, dejaron una obra, han hecho escuela y han compartido movimientos artísticos con principios que los guiaban.
–Estos movimientos están ligados a determinados momentos históricos en el folklore. ¿Cómo lo interpretan?
Juan Falú: –Hay algo importante: Falú y Dávalos son casi fundadores de lo que sería la masificación del folklore o la irrupción del folklore en Buenos Aires y en los medios, que se produce en los ’40. Un poco antes de ellos están los Hermanos Abalos, que son hacedores de una suerte de nacionalización del folklore que trasciende sus áreas regionales, llega a Buenos Aires y se devuelve a toda la Nación. Pero además ellos representan el salteñismo más elevado, porque hay otra corriente del salteñismo que es la que funda los festivales folklóricos.
–¿Cómo es eso?
J.F.: –Cuando aparecen Los Chalchaleros, Los Fronterizos, el folklore se masifica mucho más. Con ellos surgen muchos grupos salteños, pero no sólo eso sino una forma de hacer folklore: aparece el bombo, la guitarra y los grupos vocales en los festivales folklóricos. Y Leguizamón, el Dúo Salteño, Eduardo Falú, representan otra manera de hacer folklore, un poco más cuidadosa de la creación estética en sí misma y no tanto del éxito inmediato.
–En la reconstrucción de la historia se suele decir que Salta alimentó el boom del folklore, pero se pone todo en una misma bolsa.
J.F.: –No es todo lo mismo, es cierto que ellos estaban muy encompinchados entre sí, pero artísticamente no fueron lo mismo, y no lo digo desvalorizando a nadie. No es casual, porque el salteñismo en el folklore ha sido muy fuerte, que Cosquín empezara llenándose de la estética salteña.
L.H.: –No fue la única provincia rica en músicos, por supuesto. Por ejemplo, no se pueden decir más que alabanzas de los Abalos, ellos crearon estilo, un modo de tocar con piano, bombo, guitarra y voces. Y después están las corrientes que vienen por otro lado, más de la Mesopotamia. Se me ocurre pensar en Ramón Ayala, un hombre que trajo la selva, el monte, el río; Ariel Ramírez, tantos... Hay mucho para raspar en el folklore argentino.
–Con tanta riqueza, ¿cómo seleccionan a quién se interpreta?
L.H.: –Cuando una obra es muy poderosa se impone por su propio peso. Yo debo confesar que conozco mucho más el repertorio de Leguizamón que el de Dávalos y Falú. Juan está empapado de los dos, pero por cercanía familiar conoce más la obra de Eduardo Falú. En esta obra me encontré con la sorpresa de que hicimos dos temas que uno podría llamar del litoral, Juanito Laguna se salva de la inundación y Oro verde. Son temas que traen, como especies de oleadas culturales, otros nombres. Eso es lo que me gusta: las voces culturales que uno toma siempre tienen detrás otras voces. Juanito Laguna... nos trae sordamente, y no tan sordamente sino ensordinadamente, el nombre de Berni. Oro verde trae una palabra clave para mí: la del mensú. Y la palabra del mensú, el mensual, el que va a un lugar y gana un sueldo miserable por el trabajo que hace, me lleva a Ramón Ayala. Estas antiguas voces de la Argentina siempre conducen a otros lugares culturales. Con esto quiero decir que en la vida cultural argentina hay un tejido, una trama, y aunque uno elija uno o dos personajes, siempre va a estar enredado con otras formas de la cultura fundamentales, decisivas y fundadoras en la construcción histórica de lo que uno llama la música folklórica argentina.
–A pesar de estar más familiarizado con el repertorio, ¿redescubrió algo nuevo cuando lo volvió a escuchar con la intención de interpretarlo?
J.F.: –No, ni siquiera lo miré diferente. Es que son canciones que tengo realmente incorporadas, son parte de mi estética, desde niño. Siempre las resguardé en las versiones que yo escuchaba de Eduardo, nunca me las imaginé de otra manera. Además de pariente, yo soy un fervoroso admirador suyo. Lo que sí intenté fue concebir una mezcla difícil entre mi interpretación y el respeto a esa idea que yo tenía incorporada. Es mucho más fácil romper para poner tu idea, y de alguna manera eso ocurrió en el disco de Leguizamón-Castilla. Con Falú-Dávalos, Liliana se sujetó a mi iniciativa, porque yo conocía más los temas, y yo me sujeté a esa mezcla entre respetar una estética de la guitarra y poner la mía propia. Esas fueron las condiciones en que se produjo este disco.
–¿Cómo fue el método de trabajo?
J.F.: –Yo llego, Liliana prepara un mate, se pone a hablar mucho, se hierve el agua y después se enfría, hay que volver a calentarla... (risas). Hablando en serio, el método es apoyarnos en la sensibilidad, ver qué nos pasa a nosotros con cada tema. Ver si surge una idea detrás de un acorde, una melodía o una letra que la enganche a Liliana. Siempre hay algún elemento que actúa como motivador. Si no hay una motivación, no sirve para nada. No podríamos hacer temas de Falú-Dávalos ni de nadie por encargo, por ejemplo. Los temas que hicimos son los que nos han brindado una motivación por algún lado, y ahí empezamos a tocar.
L.H.: –También nos pasó al revés: muchas veces intentábamos un tema en casa, buscábamos algo sobre ese tema y no aparecía. Por ejemplo, en mi disco anterior yo grabé Las golondrinas, y para este disco pensamos que ni siquiera iba a ser necesario pensarla mucho sino que más bien en el estudio algo se nos iba a ocurrir. Y no salió. Pero en vivo podemos hacer una gran versión de Las golondrinas.
–¿Conocieron a Jaime Dávalos?
J.F.: –Yo sí. La última vez que lo vi fue en la Casa de Salta de la calle Solís, un lugar de comidas criollas que tenía un lugar abajo para recitales, El Socavón. Ahí me di el gusto de hacer con él la Canción del jangadero. El se entusiasmó al punto de que sintió que podía revivir una dupla Falú-Davalos. Y yo estaba en un período de mi vida en que no podía asumir ningún compromiso artístico, estaba muy comprometido con mi militancia. Fue poco antes de que me fuera del país, en el ’75/’76. En esa oportunidad lo vi al Jaime escribir en la pared coplas que quería dedicarle a alguien. Fue un momento muy bello.
–¿Por qué decidieron incluir el recitado de Chito Zeballos del poema Temor del sábado?
J.F.: –Porque ese poema junta este disco con el anterior (Leguizamón-Castilla). Se hizo famoso porque Chito lo recitaba antes de Zamba de los mineros, de Leguizamón. Está grabado en vivo en un boliche de Neuquén, donde tuve encuentros apasionantes con él. Era lo más parecido a lo que hago con Liliana, el mismo esquema: la voz y la guitarra jugando y tratando de revisar los temas. Por entonces el Chito estaba retirado del canto, y me dijo: “Juan, para cantar como antes no me interesa; yo, si canto, quiero hacer algo que sea completamente diferente”. Fue un encuentro muy lindo, porque él es un cantor medular. Como Liliana. Lo más parecido a Chito y a Liliana son Chito y Liliana. Son cantores medulares que les dan protagonismo a las palabras que están entonando. Difícilmente sean intérpretes de cualquier letra. Y eso es muy bueno. Porque la canción gana una gravedad que es cada vez más necesaria.

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Falú y Herrero, dos artistas excepcionales en el panorama de la música argentina.
 
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