ESPECTáCULOS › EL MISTERIO GALINDEZ, DE GERARDO HERRERO
Un enigma demasiado oscuro
Por Luciano Monteagudo
El 12 de mayo de 1956, el escritor y académico Jesús de Galíndez, militante del Partido Nacionalista Vasco en el exilio, fue secuestrado en pleno centro de Nueva York y trasladado subrepticiamente a la República Dominicana, donde fue torturado y ejecutado, aunque su cadáver nunca apareció, lo que dio lugar a múltiples conjeturas. El caso es real, y a partir de ese enigma el escritor español Manuel Vázquez Montalbán imaginó su novela El misterio Galíndez, que está en la base de este thriller político producido y dirigido por el prolífico Gerardo Herrero, de quien en una semana más se estrenará en Buenos Aires otra de sus películas, El lugar donde estuvo el paraíso.
El film de Herrero trabaja en tres planos narrativos, que intentan comunicarse entre sí a través de sus respectivos protagonistas. Por una parte, en lo que constituye el tiempo presente de la película, ambientada en 1988, está Muriel (Saffron Burrows), una joven historiadora estadounidense que para su tesis sobre “la ética de la resistencia” ha decidido trabajar sobre la figura de Galíndez y no tarda en descubrir que nadie quiere siquiera escuchar su nombre, ni en España ni mucho menos en la República Dominicana, lo que no hace sino potenciar su interés. Paralelamente, en los Estados Unidos, un agente de los servicios secretos (Harvey Keitel) mueve todos los hilos que le parecen necesarios –extorsión incluida– para evitar que Muriel pueda continuar con su investigación. Y en una tercera instancia, la película se retrotrae a 1956, en el reino del terror del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, para dar cuenta de las últimas horas de Galíndez.
En su laborioso desarrollo, El misterio Galíndez va sugiriendo una enorme conspiración política en la que inmediatamente queda bien claro que los malos de la película son Trujillo y los servicios de Inteligencia estadounidenses, mientras que la historiadora encarna la nobleza de espíritu y el afán desinteresado por la verdad. La confusión está en el personaje de Galíndez, al que la película de Herrero le dispensa un tratamiento de héroe primero y de mártir después, al mismo tiempo que no puede dejar de señalar su rol de informante para el FBI y su colaboracionismo con el régimen de Trujillo, que se sintió traicionado cuando el académico vasco publicó un libro con indiscreciones sobre su familia.
Gran coproducción internacional, que involucra en sus créditos a compañías de cinco países, El misterio Galíndez parece el ejemplo perfecto de un cine que se creía extinguido: aparatoso, anquilosado, sin identidad, hablado en ese esperanto contemporáneo que es el inglés mal pronunciado, como sucede en los innecesarios interludios románticos de la historiadora con su novio español, propios de una telenovela o incluso de un radioteatro, como cuando les toca declararse su amor por teléfono. El guión se impone siempre sobre una puesta en escena sin vida, inexistente, con el agravante de que ese guión –machacón, reiterativo– no tiene tampoco demasiado para decir, salvo obviedades tales como la complicidadde los servicios secretos estadounidenses con las dictaduras latinoamericanas.