ESPECTáCULOS
Mr. Vértigo en la ciudad indicada
El escritor estadounidense Paul Auster, que es la gran figura internacional de la Feria, llegó ayer a Buenos Aires, usando un bastón.
Por Silvina Friera
El sueño se cumplió, más vale tarde que nunca: Paul Auster llegó ayer a Buenos Aires, después de algunas demoras con el vuelo, para participar de una serie de actividades en el Museo de Arte Latinoamericano (Malba) y de la presentación en la Feria del Libro de su último libro: Pensé que mi padre era Dios. A pesar del bastón que lo ayudaba a movilizarse por un coágulo que se le formó en una de sus piernas, el escritor estadounidense estaba de buen humor, ayer por la tarde. “Es por viajar demasiado en avión, un síntoma de la vejez. Lamento no poder caminar muy bien y recorrer la ciudad como quisiera, pero pienso tener los ojos bien abiertos”, bromeó sobre su renguera el autor de la Trilogía de Nueva York, La invención de la soledad, El palacio de la luna, Leviatán y Mr. Vértigo, entre otras obras claves de la narrativa contemporánea en lengua inglesa. Para Auster conocer Buenos Aires es importante: uno de los personajes de su próxima novela El libro de las ilusiones, que se publicará en setiembre en Estados Unidos, es argentino. Se llama Héctor Mann y nació en 1900, en el seno de una familia judía inmigrante que vivía en Buenos Aires.
“A los 19 años, después de la Semana Trágica, una banda le da una golpiza al padre de Mann y éste le pide al hijo que viaje a los Estados Unidos. El personaje terminará en Hollywood, trabajando, dirigiendo y escribiendo películas mudas, con un bigotito negro y un traje blanco”, anticipó Auster. El autor de Mr. Vértigo repasó ayer, en una charla con la prensa, las cuestiones que pone en juego a la hora de escribir. “Yo escribo con el cuerpo al igual que con la cabeza y creo que los que leen con seriedad los libros, también lo hacen con el cuerpo. El lenguaje va creando significados mucho más allá del que aparece en el diccionario. Y supongo que eso es lo que separa la literatura del periodismo. El trabajo de un periodista es ser absolutamente claro y nada ambiguo. La narrativamente es justamente lo contrario, porque hay una polisemia de significados que emergen de la palabra”, dijo Auster.
Respecto al paralelismo existente entre El país de las últimas cosas (que se publicó en 1987) y la situación argentina, Auster reveló que recién en 1990, cuando conoció en Barcelona a la traductora del libro, se enteró de cómo resonaba el tema aquí. “El libro trata de todos los horrores que han vivido las culturas en el siglo XX. En 1994, esta novelita, terminó en las manos de un director de teatro en Sarajevo. Y me comentó que había leído ese libro solo, en una habitación casi sin luz, muerto de frío, con bombas que caían permanentemente, sujeto a todo tipo de depravación”, subrayó. “Además, me dijo que el libro contaba la historia de lo que estaba pasando, la historia del ahora. Se comprometió a tal punto con lo que leía que hizo la puesta en escena y la estrenó en Sarajevo durante la ocupación.”
Auster aclaró que nunca se vio a sí mismo como el gran escritor que concretaría “la gran novela americana”. “Después de Leviatán sentí que había un ciclo en mi obra que había terminado, el tono narrativo fue cambiando. En el último libro siento que estoy empezando un nuevo ciclo”, precisó. Pocos se atreverían a cuestionar el profundo impacto que generó el atentado a las Torres Gemelas en la vida cotidiana de los neoyorquinos. “Fue uno de los peores día de mi vida y para todos los que vivimos en Nueva York. No hablo de política, de guerra global, de terrorismo. Fueron 3000 personas muertas en el lugar donde ellas vivían. Este asesinato masivo fue muy personal e íntimo para todos los que vivimos en la ciudad. Los meses siguientes no pude hacer nada, no podía pensar ni escribir”, confesó el escritor, que recién hacia fin de 2001 pudo desprenderse, en parte, de la pesadilla del 11 de septiembre. Y recordó un artículo periodístico que escribió su esposa, Siri Husvedt: “Seis meses después,vivimos porque estamos vivos, uno sigue viviendo y esto es lo que hace la gente”.
En Pensé que mi padre era Dios, Auster seleccionó historias verdaderas que le enviaron los oyentes del programa de radio. “Durante dos años salía al aire una vez por mes, elegía cuatro o cinco historias y las difundía. Me encantaría que alguien empezara un proyecto similar en Argentina”, explicó. Con una anécdota estremecedora, Auster demostró por qué considera que la vida está hecha de contingencias. “A los 14 años estaba de campamento en una colonia de verano. En el bosque había una tormenta de rayos y el chico que estaba justamente al lado mío murió alcanzado por uno de los rayos. Si una experiencia como esta no te enseña algo, nunca en tu vida aprenderás nada”, señaló. Los personajes que desaparecen son una constante en la narrativa de Auster. En la habitación cerrada, Fashawe, un escritor que decide fugarse, le envía una carta de despedida a su mujer, en la que dice: “Escribir era una enfermedad que me aquejó durante mucho tiempo, pero ya me repuse de ella”. Auster confesó que no sabe de dónde le vienen esas obsesiones. “Sé que ciertas ideas me rondan la imaginación y me guste o no sigo regresando a ellas, pero no puedo explicar por qué.”