ESPECTáCULOS › OJO AL ZOOM, EL NUEVO ESPECTACULO DE MARGARITA BALI
Bailando sobre un fondo virtual
En el Alvear, la notable coreógrafa combina danza con recursos informáticos y audiovisuales de última tecnología.
Por AnalIa Melgar
El matrimonio no es fácil. La unión del cuerpo vivo del bailarín conviviendo con una pantalla plana sobre la que se proyecta una filmación puede acabar en divorcio. La creadora argentina Margarita Bali se anima a oficiar la ceremonia por la que la danza y el video se funden en una misma obra. Presenta Ojo al zoom, su nuevo trabajo, en el Teatro Alvear (Corrientes 1659), hasta mañana a las 21, y como parte del Festival Danza Contemporánea Buenos Aires brindará una función gratuita el martes 14 a las 20.30. Ojo al zoom es un dúo integrado por Joan Karlen, bailarina estadounidense, docente de la University of Wisconsin en Stevens Point, y por el argentino Edgardo Mercado, quien transitó por varias compañías y es habitual integrante de los trabajos de Bali. Esta enorme producción visual, sonora y kinética llega a estrenarse en Buenos Aires después de haber conseguido fondos en Estados Unidos y, en Argentina, por parte de la Fundación Antorchas y la Universidad de Morón. Pero se hizo esperar: las primeras funciones fueron en la University of Wisconsin en mayo de 2003. Un año después se anunció su presentación en el Teatro Alvear, que debió cancelarse: Karlen había sufrido una lastimadura en un tendón que le impedía bailar. Ahora sí, es posible ver la nueva propuesta de Margarita Bali, referente de la danza contemporánea argentina, maestra de maestros, siempre activa e innovadora.
Margarita Bali es, junto a Susana Tambutti, fundadora del emblemático grupo Nucleodanza. También realizó creaciones para el Ballet Contemporáneo de Teatro San Martín y el Dance Theatre Seattle de EE.UU. Sinónimo de videodanza en nuestro país y en los concursos internacionales, trabaja en esa área cerrada del arte hace más de dos décadas, explotando las posibilidades de encuentro entre la cámara y el cuerpo, en casi cincuenta obras. En Agua (1997) y en Arena (1998), por ejemplo, el movimiento no preexiste a la filmación, sino que nace a la par de la cinta y sólo se construye para ser registrado con la lente. A la inversa, Planos de contacto (2000) es originalmente una coreografía para escenario, luego capturada por la cámara. Ojo al zoom es una opción que combina las dos anteriores e implica una inversión de tiempo, dinero y esfuerzo dobles. Hubo un antecedente en Ave de ciudad, que se vio en el Festival de Danza Contemporánea de 1998, donde las dos intérpretes interactuaban con las imágenes proyectadas como escenografía virtual. Pero en el caso de Ojo al zoom, una parafernalia de recursos tecnológicos complejiza el producto.
Dos espacios, dos materiales, dos concepciones habitan simultáneamente Ojo al zoom: el escenario donde los dos bailarines se desplazan, y la pared blanca al foro que se impregna con las reproducciones lanzadas por el proyector. Mientras Karlen y Mercado componen una pareja con sus encuentros y sus sinsabores, detrás sobrevienen las escenas imborrables del 20 de diciembre de 2001, recordando la vergüenza delarruista con la policía montada en Plaza de Mayo, saqueos a mansalva, cacerolazos y el iluso leit motiv de “que se vayan todos”. La coreografía continúa y aparecen inconfundibles las tropas de Bush en territorio iraquí y las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. En la vorágine del collage, se insertan escenas filmadas en Florida, la glorieta circular de Barrancas de Belgrano, el viaducto Carranza y en Plaza de Mayo. Durante varios minutos, el cuerpo de Karlen coexiste en presencia física y en la filmación, un recurso de multiplicación empleado a menudo por el videodanza.
Sin embargo, la complejidad en los juegos de edición y de superposición supera todo lo preexistente, gracias a los recursos que el mundo de la computación provee. Software de última tecnología da lugar a una creación interactiva entre bailarines y operadores, no sólo en lo visual sino también en el aspecto sonoro: Karlen hace percusión sobre una mesa y, mediante micrófonos, los golpes secos se amplifican y modifican hasta convertirse en eco omnipresente. También, la utilización del programa Isadora permite la edición de video en tiempo real y produce un efecto de extrañeza y sorpresa. Por su parte, el Photoshop/Gyromouse da lugar a uno de los momentos más dulces de Ojo al zoom. En medio del caos de balas y estallidos, la pareja protagónica tiene un momento de intimidad de tono infantil. Desde el foco de la computadora, el vestido de la bailarina se impregna de lunares y moños. Poco a poco, los tiernos enamorados quedan encerrados en el diseño de una casa, con chimenea, árbol, ventana. Este intervalo de ingenuidad otorga un respiro frente a tanta realidad.
En efecto, Ojo al zoom pone a la cámara de video como testigo preferencial de la realidad en bruto, especialmente según el ojo de los principales canales de noticias. En cambio, la pareja vive en un interior donde el ritmo coreográfico y el escaso dramatismo quedan desvinculados del mundo de afuera. Como si el amor tuviera escudos para refugiarse de la violencia cotidiana. Como si la danza fuera el bunker de la pobreza y el terror. Como si el arte no tuviera que ver con la vida. Aun si la búsqueda de Ojo al zoom es poner en contacto el exterior con la subjetividad de los individuos, la coreografía, la interpretación y el vestuario lo desmienten. En el maridaje de baile y video, uno de los cónyuges queda opacado. La hermana pobre de las artes, la danza, no tiene la potencia de las imágenes a las que humildemente acompaña. Las secuencias de pasos en el piso y en una silla se debilitan frente al flujo incansable de colores, formas y recuerdos dolorosos de la historia apenas reciente, intensificado por la compilación musical de Jorge Luis Sad. Con todo, Ojo al zoom no suelta al público que queda atrapado en la marea de estímulos de este espectáculo integral con proyección internacional.