ESPECTáCULOS › TEATRO FERNANDO PEÑA Y SOFIA GALA PROTAGONIZAN EN MAR DEL PLATA YO CHANCHO Y GLAMOROSO
“Tenía ganas de burlarme de la televisión”
Por primera vez juntos en una entrevista, Fernando Peña y Sofía Gala hablan de la obra con la que debutaron en Mar del Plata. “Nadie nos va a entender, pero no importa”, dicen.
Por Julian Gorodischer,
desde Mar del Plata
La última cruzada de Fernando Peña es contra la TV: hasta hacer caer ese último mito de progreso y glamour, hasta terminar con esa jerarquía “estúpida” –dice– que da la fama y la pasarela. Y eligió decirlo, actuarlo, producirlo en Mar del Plata, paraíso de veraneo masivo, aquí donde las playas se hacinan de cholulos, aquí mismo donde las estrellas refundan una “contra-Mar-del-Plata” al sur del faro, con playas de moda y sin sombrillas. En el gran balneario argentino, él cantará su diatriba sin fin, una chorrera que no calcula cómo agradar ni atraer más público, una arenga que no se detiene encima o debajo del escenario. Y dice con una sonrisa (porque está de buen humor): “El cobarde argentino promedio veranea en Mar del Plata. Viene un cómodo que no quiere pensar ni comprometerse con nada, uno que me conoce sólo por verme en TV y tiene miedo de que yo le escupa, le acabe en la cara, con raras fantasías de placer y dolor”.
A ese espectador dedica su última aventura: Yo chancho y glamoroso (que se estrenó el jueves en La Subasta). Junto a Sofía Gala construyen la epopeya de un reality hogareño: una familia (pareja gay e hijos) funda un canal en el sótano de su casa y extrema los golpes bajos para obtener más rating. De fondo, la voz en off de un Truman o un Gran Hermano los felicita y les pide más impacto (el desnudo de Fernando, el de Sofía, el crimen, el incesto, la referencia a Moria, la masturbación de Fernando en escena). Sofía, que lo admira como hipnotizada, se deja hacer, acepta cada “locura de Fer”: la continua alusión a su mamá vedette (en la trama), el desnudo con agregado de “una concha gigante”, el llanto sobre su padre muerto, el sexo con un hermano. Más, más y más, hasta perder por completo el aire edulcorado de Los Roldán, de acuerdo con las pretensiones del provocador: generar la mueca de espanto o el comentario “me levanto y me voy”. Sólo Alberto Ure, en los ’90, había descubierto esa corriente de energía que aparece cuando desembarca un “televisivo” en el teatro, con puestas de Noche de Reyes, de William Shakespeare (con Carolina Papaleo y Gino Renni), o de Don Juan con Iván González. En la misma escuela, Peña separa a Sofía de la comedia masiva en Telefé y la mete en esta familia de ficción que demuele los postulados de la era reality con uno más rendidor: ¡La mentira en vivo!
Peña repite a la platea, en invocación directa: ¡Son unos hijos de puta! Refriega el defecto criollo allí donde sólo hay paseantes evasivos que alternan una noche con Peña y otra con Corona, o una más con Alcón (que acaba de estrenar El gran regreso) para lavar algunas culpas. A esos que esperan el desfile de Roberto Flores o La Mega (sus hits radiales), Peña ofrece la obra concientizadora. Aunque esté presente la moraleja social (¡tanta tevé nos enloquece!), la crítica de medios (¡la tele sólo piensa en dinero!) y el continuado de clichés paródicos (¡la tele es boba, mala, agresiva, deshumanizada!), Peña detesta hablar de moralidad. “No es para abrir conciencias –dice–. ¡Yo me divierto!”
–Pero le gusta “cantar verdades”.
Fernando Peña: –Lo que hago es burlarme de la televisión y de la sociedad que piensa que es moderna. En realidad, ni los gays están listos para adoptar, ni quieren asumir ese compromiso. Los pinto a través de un actor acabado, y de un puto que se lo coge por plata. Ellos están en la pobreza total y un perverso les propone montar un canal clandestino. Es un retrato doblemente patético: de la tele y de los homosexuales que piden la legalización del matrimonio. Hay que luchar por ser diferente, no igual a todos.
–¿La cruzada “anti TV” empezó en Domínico, cuando escandalizó a Repetto queriendo cortarse con un vidrio?
F.P.: –A la televisión le falta lo que yo le impuse: ¡relajarse! La gente está harta de que le mientan, y por eso Nico no va más. Porque su nariz de plástico, su inseguridad, su ida a España hablan de un tipo que piensa que entendió la vida por andar en moto. Yo lo puse en problemas, quería demostrar cómo podía incomodarlo, pero no sólo a Nico, también a Adrián Suar.
–Y la idea es cantar la diatriba en la ciudad cholula...
F.P.: –Acá en Mar del Plata nadie lo va a entender; yo me lo doy a mí mismo. Con lo único que me quedo del público es con plata. Después si les gustó o no, me importa, pero no me afecta. Es un absurdo, una tragicomedia, totalmente desprolija adrede, y tengo miedo de que la gente no lo capte: la mentalidad es tan pequeña acá.
Sofía Gala: –Pero más que una crítica a la tele, ésta es una mirada más: se habla de una TV chancha y glamorosa, de un medio supercomercial en el que todo es amarillo, bizarro. Es el entretenimiento mayor y una sabe con qué se está metiendo.
–¿Por qué protagonizar junto a Sofía?
F.P.: –Sofía y yo somos dos exponentes mediáticos muy importantes. Y lo primero que hacemos es una crítica fuerte a la cámara oculta: me hago el Ferriols y me desmayo, alguien se pregunta si cago plata. Mi personaje le paga a un camarógrafo de Telefé para que se lo coja y adoptan dos hijos: así se constituye la familia.
S.G.: –Fer tiene la mentalidad muy abierta, y todo se fue dando en forma bastante natural. Juampi (Juan Pablo Mirabelli, el novio de Peña y actor de la obra) es como mi hermano. Se habló, se decidió, no fue algo empresarial. ¿Qué ven en mí? Yo conozco mucho la tele, y además me vieron actuando y les gustó. Lo adoro, lo admiro, lo aprecio.
–¿Y cómo ingresa la ciudad a la escena?
F.P.: –Si Mar del Plata no tuviera tele no sería Mar del Plata: son dos emblemas de lo masivo. Por TV uno puede ver cuántos turistas van llegando cada hora, y no estaría la ciudad llena si no fuera por ese estímulo. Es chancha y glamorosa, con sus playas auspiciadas que son un asco, sus cócteles: la gran estupidez del verano. ¿Más autenticidad? En mi casa.
S.G.: –Es la locura de Mardel en verano, de la que me mantengo al margen. Nunca iría maquillada a una playa, es un asco: se perdió algo simple como ir a la playa despeinada, llena de arena, con cara de cansada. Eso era lo que a mí me divertía; lo nuevo no es para mí.
–¿Una ciudad que se debate entre la Bristol y el parador?
F.P.: –Me escapo a mis playitas escondidas, y no me afecta mucho la geografía en la que estoy. Lo que me molesta es el gris: si voy a la Bristol es para emocionarme, a recordar cuando era chiquito. No voy a hacerme el bizarro, ni “de zurdito” para ver la freakeada. Voy a recordar cuando era “rica” y vivía con mi papá.
–¿Melancólico?
F.P.: –Yo, básicamente, estoy harto. Y estoy a punto de matarme, aunque nadie me crea. Y la prueba final va a ser cuando me mate, y van a comprobar que era cierto. Estoy “harta”, harta de mí misma, todo el tiempo, y no es por momentos, es una sensación continua. ¡Paguen y vengan a verlo en el teatro!