ESPECTáCULOS › CLAUDIO GOTBETER HABLA DE SU OBRA LA SUFRIDERA
“La incertidumbre me sirve”
El autor, actor y director asegura que “la desmesura me condujo al humor”, un humor que se filtra en los personajes de esta obra que indaga en el conocido pesimismo argentino.
Por Hilda Cabrera
Elegir libremente su lugar en el mundo y, “a pesar de los bajones”, no abandonar aquello que considera su oficio son propósitos que el autor, intérprete y director de teatro Claudio Gotbeter viene plasmando desde hace tiempo. Logró incluso que algunas de sus piezas fueran estrenadas en el exterior: en Chile, Uruguay y Colombia se montaron Los irreverentes y La prudencia, que en Buenos Aires protagonizaron el mismo Gotbeter, Fernando Noy y María Urdapilleta, y en Avignon un elenco francés. El autor dice no pegarse a ningún circuito y aun así se abre camino. Algunos de sus textos fueron editados por Mondragón y La prudencia se está traduciendo en Alemania. Esta vez presenta otro trabajo, La sufridera, pieza que se ve únicamente los jueves a las 21.30, en La Casona de Beatriz Urtubey, de Corrientes 1975. Desde el título, sugiere temas que –según adelanta– nunca abandona. En otra puesta, El funámbulo, protagonizada por Lorenzo Quinteros, Pochi Duccase y Miriam Odorico, Gotbeter fue atrapado –apunta hoy– por “el teatro de la palabra”. En esa ocasión, el introvertido Natalio que componía Quinteros era “un señor complicado consigo mismo, capaz de postergar sus acciones hasta lo impensable”.
A Gotbeter le importa indagar sobre ese “no atreverse” y sobre el miedo, a la fatalidad tal vez. Ese temor se manifestaba también en los personajes de La prudencia, donde tres amigas se reunían para celebrar el Año Nuevo. El temor es universal, y el autor lo ejemplifica con la aceptación que tuvo aquella obra en Francia: “En la puesta de Avignon, el miedo era el que manifiestan algunos franceses ante los inmigrantes”. Incursionando en el cine, Gotbeter transformó últimamente una pieza de teatro en guión de una película que dirigió Gustavo Duccase. Se trata de la adaptación de El llorón, donde el protagonista es “alguien que golpea puertas, pero nadie abre”. Esa fragilidad es otro asunto retratado en La sufridera, cuyo elenco integran Cora Sánchez, Verónica Celery, Paula Severi, Mimí Baldani, Ayelén Pazos, Patricia Vasile y Jorge Schwanek, y lo completan René Morales y Tutti Santos (en escenografía y vestuario), y Julio Martínez en iluminación.
–¿Por qué cuando se reúnen dos o más personas surge esa competencia por mostrar que se es más víctima que los demás?
–No lo veo como competencia sino como un deseo de reservarse un espacio de dolor. Como dice uno de los personajes de La sufridera, “el sufrimiento es mío”. Pienso que es muy característico de los argentinos, y hasta motivo de inspiración en los porteños. Es cierto que nos pasa de todo: no minimizo los problemas ni digo que no hay que hablar ni discutir sobre éstos, pero por qué no pelear desde un lugar de menor padecimiento. Alguna experiencia tengo, porque trabajé varios años en programas de Salud Pública con chicos de la calle, y ahí supe de la impotencia que produce ver tanta miseria. En La prudencia, los personajes estaban decididos a mostrar quién estaba peor y aquí lo mucho que sufren. En mis obras insisto en unos pocos asuntos, pero enfocándolos desde distintos ángulos y con humor. Soy un lector fanático de Dostoievski, en cuyos textos observo que, a pesar de la condición de víctimas de sus personajes y de una escritura desgarrada, mantiene una faceta humorística y persigue generalmente los mismos temas en diferentes textos.
–¿Cuáles, por ejemplo?
–Lo que más me moviliza de Dostoievski es su ligadura con el desamparo y con ese afiebrado deseo por descubrir qué ocurre en las profundidades de sus personajes. Imagino a Raskolnikov (de Crimen y castigo) siempre a punto de entregarse por un crimen que idea, ejecuta y por el que busca redimirse. Esa contradicción existencial y metafísica aparece también en Los hermanos Karamazov, con el discurso sobre la existencia de Dios y el de su refutación. Frente a escrituras y personajes como éstos, uno se pregunta si es que alguien tiene razón, o si acaso todos la tenemos.
–¿Cómo se plantea el humor negro?
–Si bien mi humor es cada vez más oscuro, admito que también es absolutamente infantil. Probablemente, porque mi intención no es tanto criticar una situación sino exorcizar contradicciones muy graves. Frente a problemas como el de la inseguridad social (retratado en La prudencia), mi pregunta va dirigida al que siente miedo. Por qué tanto miedo, por qué pensar que el otro es potencialmente su verdugo.
–¿Encuentra alguna respuesta?
–No, nunca, pero no puedo dejar de cuestionar eso de sentir miedo a todo, que a veces paraliza y otras impulsa a continuar. A mí, la incertidumbre me sirve: voy hacia el miedo; es mi motor y, extrañamente, en esa acción me tranquilizo.
–¿Cómo nació La sufridera?
–Empecé a escribirla hace ocho meses, en bares, como casi todas mis obras. A veces tengo una escena escrita y convoco a los actores para trabajar, pero no construyo a partir de improvisaciones. En general, finalizo la obra y después armo el elenco. En La sufridera aparecen seis mujeres enamoradas de un mismo varón. Mi intención era contar una historia de amor, pero me descarrilé y acabé describiendo sólo la zona de padecimiento del amor; ésa en la que uno se pregunta por qué sufre tanto en el amor. La desmesura me condujo al humor. Por eso digo que es una comedia negra. Me gusta exacerbar (no exagerar) el lenguaje para no poder escapar de la historia. Me inclino por el esperpento y no por la farsa, y padezco seriamente aquello de lo que me río.
–¿En este aspecto es semejante a Los irreverentes?
–Lo que subrayo en Los irreverentes (que interpretaron Claudia Lapacó y Fernando Noy en un ciclo de teatro leído) es la condición de antihéroes de la pareja protagonista. Tanto la mujer como el hombre quieren modificar todo lo conocido y se aventuran hasta el Eufrates para desafiar a los Jinetes del Apocalipsis. Obviamente, los Jinetes no aparecen. Como en La sufridera, juego con los fantasmas que nos rodean y los que guardamos en nuestro interior, y con los supuestos, que, cuando se los deja crecer, nos aplastan.
–¿La ficción exacerbada tiene algún punto en común con el exhibicionismo de los poderosos?
–Me interesa la realidad política y saber en qué andan los poderosos, aunque entiendo poco de ese mundo que, como muchos otros, padezco. Por eso me gustan libros como Las cloacas del Imperio, del periodista español Santiago Camacho. Dentro de la literatura me atraen los románticos franceses, como Gautier y también Villiers; los “poetas malditos” Rimbaud y Mallarmé, y Samuel Beckett y el filósofo Emile Cioran, a quien tildaron de pesimista. Es cierto que era lapidario, pero mostraba una desesperación genuina por hallar lo verdadero, por no mentirse ni tolerar al que miente.