ESPECTáCULOS › JOHNNY DEPP EN LA PIEL DE JAMES M. BARRIE
Orígenes de Peter Pan
Descubriendo el país de Nunca Jamás rescata el encuentro del escritor con una joven viuda y sus cuatro hijos, que le cambiaron para siempre la vida personal y profesional.
Por Horacio Bernades
“Nunca Jamás” debe ser uno de los nombres más bellos y fatales que un país haya tenido nunca, junto con la república de Barataria y algún otro por el estilo. En la imaginación de James M. Barrie, creador de Peter Pan, Neverland representaba el territorio de los sueños, y también el imposible deseo de una infancia eterna. En tiempos en que a Michael Jackson –que posee su propia Neverland– se lo juzga por abuso infantil hubiera sido fácil darle al inventor de ese país inexistente un carácter mucho más perverso y enfermizo. Sin dejar de señalar los puntos oscuros de la ensoñación, Descubriendo el país de Nunca Jamás resiste esa tentación. Basada en una obra de teatro, esta minibiografía cinematográfica pinta a Barrie como alguien que se encontraba más cómodo en presencia de niños que de adultos. Pero no se desprende de ello que fuera una suerte de Michael Jackson de su época.
La época es la victoriana, por lo cual esta historia de un imaginador de mundos irreales adquiere necesariamente el carácter de una fábula sobre las bondades de la imaginación, frente a la represión de la época. Nada nuevo por ese lado. Como tampoco lo es la típica parábola que describe la película dirigida por Marc Forster (realizador de Monster’s Ball, conocida aquí como Cambio de vida), recorriendo el camino que lo lleva del fracaso al éxito. Cuando comienza el film, Barrie (Johnny Depp, una de las siete nominaciones al Oscar de la película) recibe las peores críticas del mundo por su más reciente estreno teatral. Con lo cual su carrera (y la de su productor, actuado por Dustin Hoffman, en uno de varios papeles episódicos asignados a grandes estrellas) parece a punto de hundirse en el polvo.
De allí lo rescata el encuentro casual con una viuda y sus cuatro hijos, que le cambiarán la vida para siempre. La vida personal y la profesional. Uno de los niños se llama, sí, Peter, y será el pan que alimente la imaginación de Barrie, abriéndole las llaves de Neverland. Casado con una mujer que en el film es hermosa (la rubia Radha Mitchell, gran actriz a quien pronto se verá en la última de Woody Allen) y adoptando prácticamente como familia sustituta a la que encabeza Sylvia Llewelyn Davies (Kate Winslet, tan maravillosa como siempre), podría suponerse que la vida sexual de Mr. Barrie fue digna de envidia. A no engañarse: más allá de haber dado progenie, el hombre parece no haber tenido vida sexual alguna. La película describe con freudiana precisión este desplazamiento de la libido, al pasar de un reproche de su esposa por la ausencia del hogar a Barrie, ridículamente disfrazado de piel roja, listo para jugar en el living con los cuatro párvulos.
No es que la sociedad victoriana mire con buenos ojos a este adulto que de la noche a la mañana se pone a vivir con una familia que no es la suya, y allí está la abuela de los niños (una avinagrada Julie Christie) para representar a una suerte de Reina Victoria de entrecasa. Todo cambiará a partir del momento en que este hombre grande que se resiste a crecer (literalmente, en la realidad: Barrie medía un metro y medio) se convierta en agente de vida para la viuda –afectada de una enfermedad incurable a los treinta y pico– y los niños, a punto de convertirse en huerfanitos. Terminaron todos muertos en la guerra o suicidándose. En lugar de mostrar eso, la película finaliza internándose en un Nunca Jamás que representa la muerte misma. Es el único momento del film en que resulta justificada la decisión de materializar lo imaginario, de modo craso y literal.
No ocurre lo mismo en toda la primera parte de Descubriendo el país... Allí, cada vez que Barrie inventa para los niños mundos inexistentes, éstos aparecen visualizados, contradiciendo la idea de que –como en otro afamado cuento para niños– lo esencial es invisible a los ojos. Curiosamente, es a partir del momento en que la película se decide por un género absolutamente demodé –el de “película para llorar”– cuando Descubriendo el país... cobra cuerpo, convicción y sentido, hasta ese momento estorbados por la inadecuada imaginería y la trillada oposición entre represión y creación. Tal vez por la inaudita capacidad de transmisión emocional de Mrs. Winslet, quizá porque Depp raramente dé una nota falsa, todas las escenas alrededor del lecho de enferma y el obsequio final de una representación privada de Peter Pan resultan genuinamente conmovedoras y ayudan a rescatar, in extremis, una película a la que le cuesta encontrar su propio Neverland.