ESPECTáCULOS › TELEVISION FLORENCIA DE LA V PREPARA EL PERFIL 2005 DE LAISA
“La gente me quiere casta”
Su criatura de Los Roldán seguirá sin concretar y promoverá la virginidad. ¿La única imagen que la televisión concibe de la travesti es asexual?
Por Julián Gorodischer
Florencia de la V se rebela al mandato de la militancia y dice: “No quiero dar ni un beso”. Cada vez más casta, retirada del amor y del sexo, dudosa de que alguna vez Laisa (su personaje en Los Roldán) haya tenido algo que ver con un tipo, prepara para la segunda temporada del programa más visto de 2004 un “regreso a la virginidad”. Con una enorme peluca rubia, repite un texto que le encanta en una escena: “Soñé que empezaba de nuevo, lejos de todo y de todos... era virgen de nuevo para vivir lejos de Uriarte. ¡Qué lindo sentir eso! (Se queda mirando el cielo). Limpia, sana, en paz conmigo misma...” Los guionistas (Adriana Lorenzón y Mario Schajris) la retiraron del amor y del sexo, vuelven a negarle el beso con Uriarte (Gabriel Goity) que se anuncia y nunca llega, y ahora mismo imaginan un retiro al convento, o el deleite en la soltería para escándalo de la travesti militante que se queja de esa negación del deseo. Es un arquetipo –dicen– adaptado al horario familiar (desde el lunes 14, en Canal 9). “Es edulcorada –acusa la travesti Lohana Berkins–, irreal y bajo represión sexual.” A Florencia le importa sólo el gusto popular.
–El personaje es así, y es lo que la gente quiere. No que Laisa esté con Uriarte, un tipo malo, sino que sea casta, pura... Yo no vendo sexo ni en el teatro de revista, lo mío pasa por otro lado. No pagan una entrada de Diferente para verme desnuda, sino para escuchar lo que voy a decir.
–¿Pero no le gustaría contar algo de realismo?
–Las travestis que protestan son nocturnas. Y es que las personas con sexualidad diferente tienden a armar guetos, a marginarse. No buscan insertarse en la sociedad, sino lo contrario. Ninguna quiere ser Laura Ingalls; todas quieren ser Moria Casán, les tira el puterío...
–Justo Moria...
–Es que fue el prototipo femenino en los ’80. Era muy buscada por las travestis argentinas: me acuerdo de cómo la imitaban en las comparsas de la zona sur, iban con ese mismo cuerpo, esas pelucas, el look de ella. Las travestis buscan el estereotipo. Si una se quiere insertar en la sociedad no puede andar de día como si estuviera en la comparsa. Una mujer puede ser muy femenina sin estar pintada, con una remerita blanca de algodón.
–Mujer, no travesti.
–Yo por suerte vivía en un barrio en el que había bastantes chicas: la Cacho, la tuerto Mario... Y estábamos incorporadas, como suele pasar en las clases más bajas. Donde vivía estaba bien visto, y las mujeres iban a peinarse con las travestis. Descubrí que me provocaba felicidad, pero no quería ni prostitución ni noche para mi vida. ¿Por qué no poder hacer otra cosa diferente? A mí de chica me decían muchas veces que siendo lo que era no iba a conseguir nada en la vida. Y una puede llegar a lo que quiera...
La travesti que reina no hace el amor en pantalla, ni recorre ámbitos trillados como Godoy Cruz o ahora el Rosedal, ni se asoma a la ventanilla del auto, ni convive hacinada en hoteles. La que es diva se llama a sí misma “muy mujer”, autoconvencida de que a su papel lo podría interpretar una chica en cualquier parte (de hecho lo hará una mujer en la versión mexicana, en 2005), segura de que el día que se calzó la pollera decidió que no sería prostituta. La que es estrella, con camarín propio, se asimila, y asegura que no está para “cantar verdades o buscar una tribuna pública”, sino para ser artista. Pero la que mira del otro lado se enoja y la llama por su antiguo nombre: “No tenemos nada que ver con Florencia de la V”, protestaban las travestis del hotel Gondolyn, de Palermo, en función privada de Los Roldán 2004 junto a Página/12. Le pidieron que dijera algo sobre las corridas, patoteadas, las arrestadas por la maldita policía. Que aprovechara 30 puntos de rating para cambiar las cosas.
–Dicen que la caricatura las ofende...
–Cuando la gente tiene lengua, puede opinar lo que quiera. Y en la Argentina no me ven como una travesti. Me aceptaron más allá de mi sexualidad. Para la gente yo soy Florencia. Cuando vinieron a comprar Los Roldán de otros países, no podían encontrar la persona que lo pudiera hacer sin irse a la cabaretera barata. A mí me quieren hasta los chicos.
–Dicen que nunca reclama, no levanta una bandera...
–No es lo mío: yo nací para la actuación y mi trabajo es otro. Desde mi lugar hago mucho: es importante mi aparición para la sociedad argentina. Cambiamos bastante. Hay una apertura mental, tenemos infinidad de teatros, culturas, nos gusta cultivarnos...
La que lidera el elenco de “Los Roldán” tiene un costo a pagar y es no tocar a ninguno. Es la única que no pasa de la miradita, aunque haya menciones ocasionales en la ficción a un ex novio gomero con quien flirteaba en La Paternal. Florencia duda de que alguna vez Laisa haya concretado con él: le encanta que no le den escenas de revolcón ni besos, que la mantengan en esa heladerita cuya máxima osadía fue retravestirse de varón para ocultarle a la mamá de ficción (María Rosa Fugazot) su condición. “No soy un objeto sexual –sigue Florencia–, soy inocente, como si fuera una nena grande. Así me ve Gerardo (Sofovich), me considera como una mujer, y eso que su imagen anterior era de mataputos con esos putones patrios, tan tetones, rodeándolo. Conmigo empezó a cambiar. Y todo empezó jugando al Jenga...” La que se escapa de la comparsa, y se anima a disputarle el trono a la mismísima Moria (Florencia la excluyó de un triunvirato de divas argentas), sabe que, sin embargo, existe un talón vulnerable, allí donde la verdadera mujer ajena a las minorías, tambalea.
–Si antes pasaba inadvertida, ahora todo se amplifica. Me sacaron una foto directo a la bombacha, y bueno... Yo quedé agotada, asediada, con los medios todo el día en la puerta de casa. Decidí callar. Cualquier cosa que decía era un escándalo para alimentar a los paracaidistas.
Pero hay un punto ciego que suele aparecer en los reportajes o las presentaciones públicas (no esta vez). Son momentos en los que se sale del personaje de Laisa, y se expresa una compulsión a agarrar mangueras (como se la ve en varias fotos). O repite la palabra “putón” para referirse a las mujeres, como en la entrega de los premios MTV. O se embarca en duelos imposibles con Moria, con La Gata Noelia, con la Ritó, en guerras corridas del clásico entre vedettes: hay un ganador cantado, y siempre es Florencia. La “muy mujer” se vuelve pura travesti, medio guaranga, maldita, tan parecida al recuerdo de la Cacho o la tuerto Mario, corrida del mandato de la trama, desmarcada. En esos minutos, como en la entrega de MTV, Florencia es revolucionaria: introduce el monólogo como de pub gay en la cima del glamour, corta el aliento. Sale a las afueras, como si retomara algo del espíritu de la comparsa de infancia. Como si se rebelara al mandato de Sofovich, Tinelli, Telefé y Canal 9, que le insisten: Sos mujer. Ese rapto dura poco, y después Florencia se encierra como si estuviera arrepentida, vuelve al beso que no llega, a esta altura un fetiche, prefiere los planos cortos en pose paródica de las divas del teléfono blanco (se queda en pausa) y defiende el beneficio de vivir de día. Nunca tan mujer como será este año, recatada y familiera en la casita de la Coca Barraza (ver aparte), aunque siempre quede una salida por el vestuario para marcar fisuras. Así de asexuada, se diseña polleras cortísimas, cinturas de avispa, colgantes con cruces y escotes “muy a lo Madonna”. La travesti que triunfa es una chica como de melodrama, que cose, cocina y plancha, y siempre es propensa a recordar. Pero se guarda una de las suyas bajo la manga...
–Mi mamá era costurera, y cuando agarro la máquina me siento cerca de ella. Laisa tendrá este año una onda madonnesca, de los ’80, con esos colores, géneros, accesorios. Será casta, pero el vestuario... ¡Nada que ver!