ESPECTáCULOS › “ROBOTS” RETROFUTURISTAS
Un mundo hecho de tuercas y hojalata
La nueva película de los realizadores de La era del hielo es un gigantesco juguete mecánico, con moraleja incluida.
Por Martín Pérez
El futuro ya no es lo que era. O, mejor dicho, sigue siendo el mismo futuro que fue entonces. Porque si algo recuerda el atractivo mundo plagado de robots de Chris Wedge y Carlos Saldanha, es ese cromado del año dos mil, pero imaginado desde no menos de cincuenta años atrás. Con una estética retrofuturista que recuerda ese mundo del mañana con el que soñaba una generación estadounidense que aún no tenía rock, pero empezaba a olvidar la Segunda Guerra Mundial a fuerza de Buicks y lavavajillas, Robots cuenta una saga que viene casi de la misma época y el mismo lugar: la fantasía de la movilidad ascendente perfecta, un New Deal en el que no hace falta tener (o ser) un último modelo para triunfar en la vida. Y que justamente habla de una vida en la que lo importante no es hacer dinero sino pensar en el bien común. Pero que sólo dura hasta que llegan los paladines de la productividad y las ganancias extraordinarias. Y entonces es cuando el lema “podés brillar, no importa de qué estés hecho” dejará paso al “para qué ser vos cuando podés ser nuevo”.
Con un inevitable guiño hacia El mago de hoz y una reverencia hacia Metrópolis, Robots es la nueva película animada de Blue Sky, un estudio que es el Pixar de la costa Este norteamericana, los responsables de La era del hielo, su primer largometraje. Aquella vez, Wedge y compañía cometieron el error de vender su película a través de una neurótica y simpática ardilla, que apenas si aparecía en una trama de perezosos, elefantes y dientes de sable excesivamente deudora de un compilado de historias Disney, con lo que la promoción terminaba resultando más interesante que el film. No es el caso de Robots, una película en que aquella ardilla son todos los protagonistas de la película: cromados, relucientes, llenos de curvas e incluso de herrumbres que resultan más que simpáticas y, aún más importante, también funcionales a su trama.
La historia de Robots es un clásico, la del joven de pueblo que viaja a la gran ciudad a probar suerte, y en la que terminará realizando grandes proezas. En este caso el joven es un robot inventor, que sueña con presentar sus invenciones al gran inventor, el robot más venerado de los robots, que atiende al público en la capital. Pero cuando el joven robot llega ante las puertas de la empresa de su ídolo, descubre que las mismas están cerradas. Y no sólo eso, también que el que quiera sobrevivir en la ciudad deberá tener dinero para renovarse o será tirado a la basura.
Con esa trama como base, Robots es en sus mejores momentos un enorme juguete mecánico, con el que es posible hacer cualquier cosa. Tanto la presentación del pueblo del protagonista, como la de la gran ciudad, es una sucesión de imperdibles escenas que resumen las posibilidades de semejantes escenografías. Y el transporte público entendido como un enorme flipper es una escena extremadamente larga, pero que podría durar toda la película y nadie se quejaría. Porque cuando llega la hora de seguir su trama, los protagonistas de Robots sólo pueden decir frases huecas. O, en el mejor de los casos, prestadas. Pero cuando están librados a su suerte animada, es fascinante ver todo lo que son capaces de hacer, o de deshacer, algo que practica muy bien el robot con la voz de Robin Williams.
Simpáticos por donde se los mire, incluso en su faceta más malvada –que recuerda levemente a los personajes de Nightmare Before Christmas, de Tim Burton, ¡y con música de Tom Waits!–, los protagonistas de Robots son mucho más interesantes que su trama y es allí donde se notan claramente las diferencias entre Pixar y Blue Sky. Porque la factoría de John Lassiter sigue pensando que el todo debe ser más que la suma de sus partes. Mientras que el Hollywood del nuevo siglo sabe que es mucho más fácil filmar, armar y –lo más importante– vender todas esas partes por separado.