ESPECTáCULOS › ENTREVISTA EXCLUSIVA A J. G. BALLARD
“La peor ideología es la que no cree en nada”
Pope de la ciencia ficción, observador de las conductas de la clase media, James Ballard analiza, en su primera entrevista con un medio argentino, los males de la época.
Por Sandra Chaher
Milenio negro, el último libro escrito por el inglés James Ballard, concluye la trilogía iniciada en 1994 con Noches de cocaína y seguida por Super Cannes en el 2000. Son textos que interpelan algunos de los fantasmas negros de la sociedad urbana actual: la violencia, el terrorismo, la adicción al trabajo, pero fundamentalmente la falta de sentido del mundo y las respuestas desesperadas de mujeres y hombres frente a un vacío insondable y desesperante.
En Noches de cocaína, el escenario eran las urbanizaciones para jubilados ricos de la Costa del Sol europea; en Super Cannes los grandes parques laborales, y en Milenio negro, los suburbios de las clases medias acomodadas de Londres. Espacios posibles de un futuro cercano, si no ya presente, en los que los personajes desarrollan patologías delirantes con las que pretenden sobrevivir en ámbitos extraños y hostiles. Son imágenes proféticas de un mundo que no es futuro ni presente pero que ya nos habita como pesadillas que desearíamos no tener.
Mientras tanto, quien se llama a sí mismo terrorista literario no pierde la esperanza de que algún tipo de revuelta sea posible, aunque se pregunta sarcástico dónde están las Bastillas a derribar. Desde su casa de Shepperton, cerca de Londres, Ballard responde vía fax –no usa Internet– a su primera entrevista con un medio argentino. Lo hace rápido –apenas un día demoran en llegar las respuestas– y con gentileza, agradeciendo el convite. Como si no fuera uno de los grandes de la ciencia ficción, como si no hubiera dejado su marca en generaciones de escritores y lectores, como si algunos de sus libros no hubieran sido hitos para el desarrollo del género. Casi como si no fuera J. G. Ballard.
–¿Qué aspectos tienen en común los tres libros que componen su última trilogía: Noches de cocaína, Super Cannes y Milenio negro?
–Las tres novelas se centran en la psicopatología que yace bajo la vida cotidiana actual, especialmente en esas estructuras sociales modernas (de unos 50 años a esta parte) como son las comunidades para personas jubiladas que existen en las zonas de playa, los grandes parques laborales y los barrios cerrados. La gente que habita y trabaja en estos lugares son fundamentalmente profesionales de clase media –médicos, maestros, contadores–. Es la gente que fundó la sociedad moderna. Pero las bases que ellos establecieron están empezando a resquebrajarse bajo varias formas de presión psicológica: el aburrimiento en Noches de cocaína, el exceso de trabajo en Super Cannes y la explotación en Milenio negro. Las clases medias están empezando a colapsar, como sucedió en la Alemania de Weimar antes de la llegada de Hitler. Yo sugiero que deben tomarse medidas drásticas.
–En los tres libros la energía que mueve a estas sociedades proviene de las actividades ilegales. ¿Cree que infringir la ley puede ser adictivo?
–Las medidas drásticas incluyen muchas actividades ilegales. Estas son muy peligrosas, pero uno puede hacer como que no las ve, de la misma forma que hacemos con la violencia física en el deporte –especialmente en el boxeo, el rugby y el fútbol– o con el comportamiento criminal de la gente que trabaja en las instituciones financieras. Quizás el crimen es el lubricante que hace funcionar las ruedas de la sociedad. Quizá la psicopatía energiza la imaginación. Quizá la violencia sin sentido es la última emoción.
–Tanto en Noches de cocaína como en Milenio negro hay personajes paralelos: Charles Prentice y David Markham por un lado; y Bobby Crawford y Richard Gould por otro. Crawford y Gould parecerían ser profetas alucinados que bordean la locura, mientras que Prentice y Markham serían los que se debaten entre los antiguos valores sociales y las tentaciones de un mundo que pierde la lógica y el sentido. ¿Prentice y Markham son representativos del dilema al que está expuesta la sociedad actual?
–Yo creo que “profetas alucinados” es una frase maravillosa. Me temo que la Era de la Razón está muriendo lentamente, y la irracionalidad está creciendo. Vemos esto en el atractivo que ejercen los sistemas no racionales, en el fundamentalismo religioso, especialmente en el Islam y el cristianismo de derecha norteamericano. También en los cultos marginales, la magia, y el atractivo que en general provocan las emociones. Bush y los neoconservadores norteamericanos se manejan completamente por sus emociones, de la misma forma que Tony Blair. Comienzan guerras por razones puramente emocionales, de la misma forma que hizo Hitler. Prentice y Markham están frente a decisiones que todos debemos tomar. Ahora sabemos que no somos criaturas racionales, sino que estamos manejados por extraños impulsos que reflejan nuestro pasado primitivo, cuando soñábamos a medias la realidad.
–¿Cree que las clases medias tienen alguna posibilidad de reciclarse o están condenadas a un conformismo insatisfecho?
–En todo el mundo las clases medias perdieron gran parte de su estatus y seguridad. La educación cada vez vale menos. Ellas manejaron el mundo desde la Revolución Francesa, pero su tiempo está terminando. Enormes sistemas computarizados de centrales bancarias deciden sobre el aumento de los intereses, el valor de las monedas, toman medidas contra la inflación y demás. En muchas formas, la clase media es el nuevo proletariado. Pero, ¿dónde están las Bastillas que deben ser arrasadas?
–¿Por qué es la clase media la protagonista de sus novelas? ¿Qué sucede en el resto de la sociedad en relación con la violencia?
–La crisis que enfrenta la clase media es la más seria de la actualidad, en todo el mundo, y tendrá efectos sobre el futuro de nuestro planeta. A diferencia de la clase trabajadora en los siglos anteriores, la clase media aún posee algún poder perturbador sobre la sociedad. La forma en que ella reaccione a la crisis será determinante para el futuro. Mi gran temor es que se hagan a un lado de la sociedad, como ya están haciendo con las comunidades cerradas, las instituciones privadas de salud y la educación. La única manera de traer a las clases medias de regreso a la sociedad será con espectáculos psicopáticos, de la misma manera que el Circo Romano mantenía a la población satisfecha.
–¿Qué lugar juegan los intelectuales? Ellos también pertenecen a las clases medias. ¿Cree usted que perdieron su capacidad crítica, como David Markham en Milenio negro?
–Los verdaderos intelectuales juegan un rol muy pequeño en la sociedad actual, confinados como están a los círculos universitarios. La ideología murió en la política, todos suscribimos al liberalismo de mercado. Hay muy pocos intelectuales trabajando en el cine; no tenemos grandes filósofos ni pensadores, nadie que pueda equipararse a los gigantes del siglo XIX o comienzos del XX –como Nietzsche, Freud o Jung–; no tenemos novelistas del nivel de Albert Camus, Orwell, o Aldous Huxley. Sin embargo, hay un gran número de gente altamente inteligente, mucha más de la que nunca vivió sobre la tierra, pero ellos tienen que aplicar su inteligencia en forma pragmática.
–A comienzos del siglo XIX se produjo en Gran Bretaña la revolución de los luditas, que destruyeron las máquinas de los nuevos capitalistas. Recién décadas después el hecho fue revisado como una revolución simbólica contra el capitalismo. El mismo tipo de revolución de la que usted habla en Milenio negro, pero en su libro llevada adelante por las clases medias y liderada por personas aisladas con fuertes problemáticas psicológicas. ¿Podría establecerse una comparación entre ambas?
–En cierta forma, sí. Los luditas rompieron las máquinas que ellos pensaban que los dejarían sin trabajo. El problema hoy es que nosotros no sabemos dónde están las máquinas. Ellas son mayormente computadoras ocultas por complejos sistemas de seguridad. Esta es una de las razones por las cuales la revolución de Milenio negro finalmente fracasa. Vivimos en un mundo en el que el enemigo es invisible, y hasta podemos ser nosotros mismos. El gran riesgo para la raza humana no es abrazar ideologías insanas o malvadas, sino no creer en nada. En Milenio negro, Richard Gould cree que el universo no tiene sentido y que sólo los actos sin sentido pueden responder al vacío moral del universo. Uno ve el mismo impulso en muchos asesinos ocasionales que abren fuego sobre las multitudes de los supermercados. Incluso uno podría decir que el ataque del 11 de septiembre en Nueva York fue un sinsentido. ¿Cuál era el objetivo de los secuestradores? Si hubo alguno, fue darles poder a los Estados Unidos y poner bajo amenaza al Islam.