ESPECTáCULOS › TODD SOLONDZY EL VALOR REVULSIVO “STORYTELLING”
Cuando la ferocidad no tiene límites
El director de “Felicidad” carga otra vez contra la hipocresía y el conformismo de la clase media suburbana de los Estados Unidos, a partir de situaciones expuestas con un grado de desnudez que las puede hacer tan graciosas como intolerables.
Por Luciano Monteagudo
Suele decirse que Todd Solondz es el gran provocador del cine independiente estadounidense. Tal vez lo sea, pero esa definición parece insuficiente. Si hay algo que el director de Mi vida es mi vida y Felicidad ha logrado eludir en estos films, siempre vitriólicos y corrosivos, es el encasillamiento fácil, la lectura unívoca, que permita reducir su cine a una determinada etiqueta. El propio Solondz declaró más de una vez que caracterizaría a sus películas como comedias, “pero comedias muy tristes y dolorosas”. A su vez, entiende que el rechazo que su cine es capaz producir en cierto sector del público proviene no tanto de los temas que trata sino en todo caso del hecho de que él, como director, puede tener su propio punto de vista moral sobre lo que está contando, pero no da ninguna pista, ninguna señal de qué es lo que el espectador debe pensar o sentir frente a ese mecanismo narrativo. De eso se trata precisamente Storytelling: de confrontar al espectador no sólo con algunos asuntos que suelen ser tabú, particularmente en el cine estadounidense –racismo, discriminación física y sexual, explotación social– sino también con la manera de abordarlos. En el cine de Solondz no hay manual de instrucciones ni hoja de ruta, sólo un puñado situaciones tomadas de la observación de las costumbres de la vida suburbana norteamericana y expuestas con un grado de desnudez que las puede hacer tan graciosas como intolerables.
La estructura de Storytelling también es inusual: a la manera de un artista plástico, Solondz ha concebido una suerte de díptico, dos cuadros que se pueden “leer” uno al lado del otro y que se complementan mutuamente aún sin tener la necesidad de compartir situaciones o personajes. El primer episodio del díptico, y también el más breve, se titula “Fiction” y es de una ferocidad sin atenuantes. La acción transcurre en un campus universitario y gira alrededor de un curso de narrativa, que preside Mr. Scott (Robert Wisdom), un profesor tan admirado como temido por sus alumnos. Scott es un hombre negro imponente, autor de una novela que le valió el Pulitzer, pero que no ha podido evitar tener que ganarse la vida dando clase a chicas y muchachos blancos de clase media, a quienes evidentemente desprecia. Entre ellos están Vi (Selma Blair) y su novio Marcus (Leo Fitzpatrick), que sufre de parálisis cerebral, lo que lo lleva a intentar manipular los sentimientos de ella y del resto del curso, sin demasiado éxito, por cierto. Una noche, Vi se deja seducir por el profesor y accede a una práctica sexual humillante, que ella exorcizará en la clase siguiente leyendo un cuento que narra ese encuentro. Sus compañeros acusan al cuento de “falso” y “grotesco”. De nada servirá el descargo de Vi, que afirma que todo lo que ella narra sucedió realmente. Como le dice el profesor: “Que esté basado en hechos reales no exime al autor de la responsabilidad de la ficción”.
Esta frase es la que da pie al segundo episodio. Como si Solondz se estuviera refiriendo también a sí mismo y a su propio film, la parte siguiente de Storytelling se titula “Non Fiction” y aborda una cuestión similar, pero desde otro ángulo. ¿Dónde termina la realidad y comienza la ficción? En un documental, ¿cuál es el punto en el que un cineasta se dejade interesar por su objeto de estudio y lo convierte en materia de explotación? ¿Y si el personaje se deja explotar a conciencia con tal de ganar algo de fama? Todas estas preguntas están latentes en la parábola del documentalista (Paul Giamatti) y el documentado (Mark Webber), un adolescente tan falto de imaginación como de voluntad y que parece representar a millones de congéneres y sus familias. Bajo la guadaña impiadosa de Solondz van cayendo los valores de la clase media, del sistema educativo y hasta la estética vacía de una película como Belleza americana, de cuya impostura Storytelling se mofa abiertamente. Tal como lo ratifica la última escena de su película, pareciera que para Solondz nada debe quedar en pie de esa vida suburbana hipócrita y conformista, a la que sus films y muy particularmente Storytelling le oponen una extraña, siempre revulsiva fuerza de demolición.