ESPECTáCULOS › CINE ENTREVISTA CON LA DIRECTORA ELEONORE FAUCHER
“Ya no quedan artesanos”
La realizadora de La trama de la vida se rebela contra la industrialización y la pérdida de las identidades.
Por Horacio Bernades
Desde Paris
“No” debe ser la palabra más temida por los entrevistadores. “No” es una palabra que Eléonore Faucher repite con más frecuencia de lo que cualquier interlocutor quisiera. A un famoso se le puede tolerar que desdiga a quien lo entrevista, ya que es, se supone, parte de esos privilegios que la fama habilitaría a atribuirse. Más difícil es admitir que el contradictor sistemático sea un gurrumín (o gurrumina) que recién se inicia. Es verdad que, pasados los treinta y nacida en Nantes, nadie puede decir que Eléonore Faucher sea exactamente una gurrumina. Pero que se está iniciando, eso es seguro. Y con el pie derecho, por cierto.
Presentada en la sección Semana de la Crítica del último festival de Cannes, la ópera prima de mademoiselle Faucher, Brodeuses, ganó el premio mayor de esa importante muestra paralela. Nominada a los César y los European Film Awards 2005 en la categoría “Mejor Opera Prima”, poco más tarde Brodeuses se llevó el premio otorgado por la crítica francesa para ese mismo rubro. Y hace unos quince días, Faucher fue elegida Mejor Directora, en la sección La Mujer y el Cine del último Festival de Mar del Plata. Pero no es que Eléonore Faucher esté subida a ningún caballo. Todo lo contrario. En ella, la negativa no suena a capricho, sino a la más simple, ardorosa disidencia. Y a que el Manual de Etiqueta Periodística parece importarle poco, por suerte.
Al fin y al cabo, hay una coherencia total entre la honestidad brutal de la realizadora y el carácter irreductible de la protagonista de Brodeuses, que con el título La trama de la vida se estrenó el jueves pasado en Buenos Aires. Encarnada por la flamígera pelirroja Lola Naymark, a los diecisiete años Claire debe decidir si va a dar o no a luz a la bebé que no buscó. No le pide ayuda a nadie para tomar esa decisión. Como tampoco duda a la hora de dejar su empleo como cajera en un supermercado para iniciarse como bordadora. Que eso es lo que quiere decir brodeuse.
Como la región en la que transcurre, al pie de los fríos y escarpados Alpes, La trama de la vida es una película áspera, hecha de dura madera. Claro que cuando la madera se quema, da calor. Brodeuses también, tanto como los ardientes enfurruñamientos de su realizadora.
–Su película apareció en la programación de Cannes súbitamente, como de la nada. ¿Cómo llegó a ella?
–Mi primer acercamiento al cine fue en el liceo, que contaba con una especialización en cine y artes visuales. No tenía antecedentes familiares en la materia, el cine no era algo que les interesara a mis padres. Más tarde ingresé en una escuela de cine, donde filmé un primer corto en 35 mm. Era una comedia musical que tenía partes de animación y que tuvo un éxito inesperado cuando Canal Plus la difundió por televisión. Trabajé unos años como asistente de directores de fotografía en largometrajes, realicé un segundo corto, tuve una hija, me puse a escribir un guión, lo presenté a un concurso del Centre National de la Cinématographie (N. de la R.: la institución oficial que rige el cine francés) y me otorgaron un premio. Allí lo reescribí con ayuda de una coguionista y el resultado fue Brodeuses, que por suerte para mí fue elegida para la sección Semana de la Crítica, una de las más importantes de Cannes.
–¿Por qué, si usted es nativa de Nantes, La trama de la vida transcurre al pie de los Alpes?
–Por la sencilla razón de que en esa región me dieron un aporte económico para el rodaje, cosa que no sucedió con las autoridades de la región donde vivo (risas).
–El pueblo en el que transcurre la historia parece vivir al margen de la modernidad. Allí todavía es necesario ocultar un embarazo. Recuerda el primitivismo de ciertas películas, como La vida de Jesús o La Humanidad.
–Creo que no, en absoluto. Las películas que usted menciona no me gustan nada y si hay algo que intenté con La trama de la vida es diferenciarme de ellas. El director de las películas que usted nombra, Bruno Dumont, se regodea mostrando un estado de brutalidad casi primitiva, con rasgos de inhumanidad, mientras que en mi película se establece una fuerte comunicación humana. Sobre todo entre la protagonista y la persona que le enseña a bordar.
–¿Usted volcó en la película alguna experiencia personal?
–No. La idea básica surgió de algo muy concreto: un día estaba remendando una tela y me acordé de la caja de costura de mi abuela. Pensé entonces en esa clase de cosas que se transmiten de generación en generación, no siempre cosas importantes sino muchas veces detalles pequeños, nimiedades a las que uno mismo no les atribuye demasiada importancia. Pero que los mayores comunican a quienes les suceden. Allí se me ocurrió la relación que la protagonista establece en la película con una mujer mayor, a quien interpreta Ariane Ascaride (la protagonista de Marius y Jeanette, entre otras), que es una bordadora experimentada y termina enseñándole el oficio.
–Y que funciona también en buena medida como una suerte de madre sustituta, ya que la relación de Claire con sus padres se caracteriza por lo distante.
–Efectivamente. Claire es una chica muy independiente, y además su embarazo no deseado hace que evite aún más ver a sus padres. El padre prácticamente ni aparece en toda la película. La madre sí, pero la relación que Claire establece con ella es bastante defensiva.
–El bordado funciona, además, como una forma de comunicación alternativa entre Claire y su mentora.
–Sí, porque ambas callan cosas y entonces el bordar les sirve como un segundo lenguaje para comunicarse. Hay que tener en cuenta que Claire le oculta al mundo su embarazo y Mme. Melikian, el personaje que interpreta Ariane Ascaride, acaba de perder a su único hijo en un accidente. Por lo cual está muy conectada con ese dolor y también tiende a cerrarse frente al mundo. Así que por muy distintas que sean, las circunstancias tienden a igualarlas. Además comparten otra cosa, el bordado, que les permite comunicarse.
–Es llamativo que ambas practiquen una artesanía en desuso, como es el bordado a mano.
–Mme. Melikian es una sobreviviente que practica una forma de artesanía destinada a desaparecer. A esta altura del desarrollo tecnológico, el bordado manual e individual va siendo inevitablemente reemplazado por la hilandería a gran escala. Allí, como sucede en todos los rubros, la artesanía terminará cediendo su lugar a la fabricación impersonal y homogeneizada. En mi película yo quise revertir la tendencia dominante, haciendo que esa representante del pasado forme a una futura discípula.