ESPECTáCULOS › TEATRO ENTREVISTA AL AUTOR HUGO MIDON, QUE ESTRENA SU OBRA “DERECHOS TORCIDOS”
“Esta vez hablo de lo más básico”
Hace 35 años que Hugo Midón es firma registrada en materia de teatro infantil. Su nueva obra apunta a reflexionar, a su manera, sobre los derechos más elementales de los que son privados los niños.
Por Emanuel Respighi
Desde hace 35 años, Hugo Midón viene haciendo más entretenida la infancia de varias generaciones de chicos a través de numerosos espectáculos infantiles, siempre proclives a acaparar con igual atención a adultos y niños. Desde el recordado La vuelta manzana, pasando por El imaginario, Cantando sobre la mesa, Narices, Vivitos y coleando, Stan y Oliver, La familia Fernández y Huesito Caracú, hasta su versión en ópera de Hansel y Gretel, Midón dejó su huella creando mundos fantásticos, pero que jamás descuidaban del todo la realidad. “Aún me encuentro con gente de todas las edades que me piden que reponga Narices o Vivitos y coleando”, explica el escritor y director teatral a Página/12. “Pero –continúa– como mis obras siempre tuvieron un contexto social determinado, no creo que sea correcto reponerlas ahora porque cumplo una cifra redonda dentro del género. Me inspira más hacer cosas nuevas.” Y la novedad, esta vez, se llama Derechos torcidos, la obra infantil que desde este fin de semana se presenta en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza (Corrientes 1660), los sábados y domingos a las 15 y 17. “El problema es que no repetirse después de 35 años se torna cada vez más difícil”, dispara, consciente de su trabajo.
Derechos torcidos trata sobre los derechos de los niños establecidos en la Constitución Nacional y de cómo esos derechos que los amparan se ven debilitados por las condiciones socio-económicas en las que vive buena parte de los argentinos. Con música de Carlos Gianni, el histórico arreglador musical de Midón, la obra cuenta la historia de un grupo de chicos que viven en una casa comunitaria, liderada por Pocho Machaca (Oski Guzmán), donde encontraron un lugar y el afecto necesario para poder desarrollarse con mayor plenitud. “Con Derechos torcidos me di cuenta de que yo había desarrollado muchos derechos del niño sin quererlo, o no, en obras anteriores. El tema de la identidad, por ejemplo, que siempre fue un tema que me interesó apoyar: que los chicos sean ellos y no otros. Porque muchas veces pasa que los adultos transfieren sus propias expectativas en los niños.”
–¿Qué otros temas aborda la obra?
–También aparecen el tema de la alimentación, de la protección, de la escuela, la salud... Son distintos cuadros donde se desarrollan los derechos de los niños, pero siempre al servicio de que pasen cosas interesantes. Yo no bajo línea de nada. Nunca lo hice. En todo caso, bajo línea de una manera muy difusa, muy amplia, no con el dedo en alto con respecto a lo que hay que hacer. Muchos espectáculos dan el mensaje absurdo de que “los niños tienen que amarse unos a los otros”. Yo nunca digo esas cosas porque me dan vergüenza. O la nueva de que los chicos son “mágicos”... No son mágicos, son como nosotros, seres humanos. No hay que pedirles a los chicos que sean tan buenos. Son rencorosos, son inteligentes, son boludos, son celosos, son torpes... son todo lo que somos nosotros.
–Pero si bien en sus espectáculos nunca bajó línea, sus obras siempre se destacaron por comprometerse con la coyuntura social. Vivitos y coleando o Narices estaban teñidas por la realidad existente al momento de su estreno.
–Sí, me gusta partir de la realidad concreta para volar un poco. Siempre mis mundos fantásticos tienen un anclaje en la realidad. Tiene mucho que ver con mi infancia. Yo no tenía mucho acceso a los juguetes, por lo que nosotros hacíamos los juguetes con lo que había. Los famosos skate los hacíamos con una tabla y rulemanes. Todo se hacía así: siempre fui de hacer mucho con poco. Creo que ésa es una característica latinoamericana, porque somos países en estado continuo de pobreza. En Narices era muy evidente que se trataba de un tiempo de apertura democrática.
–¿Y esa lógica la trasladó al teatro?
–Es la lógica que siguen muchos espectáculos míos. La lógica de arreglarse con lo que tenés y contar todo a partir de lo que hay. Nunca me gustó evadirme mucho de la realidad. Siempre me gustó hacer espectáculos que de acuerdo con las edades de los espectadores puedan tener muchas lecturas diferentes. Que el de 10 años la vea de una manera, el de 2 de otra, el de 35 de otra forma. Me interesa que lo que pase en el escenario sea lo suficientemente amplio para interesar, por distintos motivos, a todas esas edades que conforman el público de espectáculos infantiles. No hay flores para adultos y flores para niños, sino que simplemente hay flores. Cada uno la ve a su manera, pero la flor es la misma. Yo hago espectáculos para todo público, tocando temas que alguno podría llegar a decir que son de adultos, pero que son temas esenciales de las personas. Hay temas que no tienen edad. El tema de la necesidad de afecto persigue al humano desde que nace hasta que muere. En mis obras hablo de mis necesidades, que no son otras que las de todo el mundo.
–¿Cree que esta apertura ideológica y temática es lo que lo mantiene vigente como uno de los referentes del género?
–Tuve continuidad, que no es fácil. Y también coherencia, en el sentido de que fui fiel a mí mismo. Es decir: no me debo a mi público sino a mí mismo. Siendo coherente en mi búsqueda me siento siempre vivo, porque estoy hablando de mí. Nunca intento repetir fórmulas o éxitos. Voy por donde se me antoja. Tuve la suerte de que en mi primera obra me fue bien, lo que me dio confianza en mí mismo. Tuve la oportunidad de estar al lado de los chicos, de los cuales uno aprende un montón de cosas. Prácticamente todo lo relacionado con el teatro que hice lo he aprendido de los chicos, siempre estuve interactuando con ellos. No existe una escuela de formación de teatro para chicos. Yo me formé poniendo la oreja y mirando. Fue un aprendizaje. Antes era mucho más cerrado que ahora. Después me fui abriendo cada vez más. Siento que a los chicos les puedo hablar de cualquier tema.
–Como de sus derechos, que por lo general no se cumplen...
–Esta obra me llegó a través de un librito que recibí, que era un compilado de los derechos del niño comentados por Graciela Montes. Y leyéndolo me di cuenta de que los derechos de los niños son muy básicos, tan básicos que casi no se entiende cómo pueden estar tan cercenados en la sociedad actual. Porque la pobreza de un adulto conmueve, pero el abandono de un chico, la hambruna de un nene, la enfermedad de un chico le parte el alma a cualquier ser humano. Y a través de esa lectura me sensibilicé con la temática, que habitualmente uno conoce porque los ve todos los días en la calle, pero que me impactó para ponerme a pensar en llevarlo al teatro.
–Antes de este texto que llegó a sus manos, ¿nunca se le había cruzado la idea de hacer una obra con los derechos del niño?
–Ahí me empezó a dar vueltas. Y cuando algo me empieza a dar vuelta en la cabeza, sé que es un tema del que tenemos que hablar. El año pasado no había hecho espectáculos para chicos, porque quería descansar un poco para ver cómo seguir. Después de 35 años en teatro infantil, siempre hubo cosas que hacer, que probar, que investigar. Siempre tuve un estímulo artístico con respecto a mejorar ciertas cosas técnicas y de producción. Y ahora esas condiciones están dadas para hacer una obra infantil. Antes teníamos que pelear por tener los mismos camarines que los actores de teatro para adultos, ahora por suerte eso ya se logró, después de mucho esfuerzo. Hasta que desde hace unos años el teatro infantil se transformó en un buen negocio para las salas, porque los días de semana se trabaja mucho con las escuelas y los fines de semana con las salidas familiares. Las cosas se transformaron y hoy por hoy podemos exigir luces, camarines, escenografía. Ahora sí hacemos los espectáculos que queremos.
–Pero las condiciones de las obras infantiles no mejoraron porque se reconoció al género sino por una ecuación puramente comercial...
–El lugar que ahora se les da a los infantiles es resultado de que el género se transformó en un negocio. El reconocimiento artístico o social del teatro infantil no existe. Si Barney no vende, no existe. Porque son empresas comerciales las que manejan los espectáculos infantiles. La TV o el teatro, antes que nada, son empresas comerciales, no artísticas. El fin primario es facturar a partir de lo artístico.
–¿Cómo percibe los derechos de los niños en la sociedad actual? ¿Cuáles cree que están más cercenados?
–En las familias que están en la pobreza, que son casi la mitad de las argentinas, hay un desprendimiento preocupante de los chicos, porque no los pueden bancar económicamente. Es desesperante. Desprenderte de tu hijo y hacer que él se desprenda del núcleo familiar es durísimo. Los lugares de los chicos, en general, siempre fueron de cuarta. Los adultos no les piden opinión a los chicos. Los chicos ven la realidad con mayor claridad que como la vemos los adultos. Muchas cuestiones que son complejas para nosotros, para los chicos son más sencillas. Los chicos tienen una lógica implacable, lo veo en el trato diario. El sentido de lo justo y lo injusto está mejor desarrollado en los chicos.
–O sea que, en algún sentido, para usted estar rodeado de chicos es un aprendizaje constante...
–Creo que una de las cosas que me favorecieron para hacer teatro para los chicos fue haber tenido una continuidad y un interés en escucharlos, en tener diálogo con ellos. Hablando con los chicos se aprende mucho, tienen una visión muy sintética y muy esencial de las cosas. Los adultos, a diferencia de los chicos, van perdiendo esencialidad. Regresar a lo esencial de la vida es una buena manera de intentar mejorar las cosas. Y los chicos reaccionan desde la esencialidad del ser humano. Algo que los adultos pareciéramos haber olvidado hace mucho tiempo.