SOCIEDAD › EL FISICO Y LA ALIMENTACION, SEGUN LOS INGRESOS
El cuerpo ideal y la lucha de clases
Cada sector socioeconómico tiene su propia representación del cuerpo ideal, que se corresponde con sus hábitos alimentarios. A esa conclusión llegó Patricia Aguirre, una antropóloga que investigó por qué cada sector social come lo que come. Para los pobres, dice, los alimentos deben ser “rendidores”; para los sectores medios tienen que ser “ricos”, y para los de altos ingresos, esencialmente “light”.
Por Pedro Lipcovich
Desde Neuquén
“Está muy fuerte esa mina... tiene de dónde agarrarse”, dicen los hombres cuando la ven. Y de esta otra, dicen: “¿La gordita? No le gusta a nadie...”. En realidad, ambas mujeres pueden tener exactamente la misma contextura física. Sólo que la primera, y quienes la admiran, pertenecen al sector social de ingresos bajos; la segunda, en cambio, como quienes la desdeñan, pertenecen a sectores medios o altos. La antropóloga Patricia Aguirre estudió cómo cada sector socioeconómico tiene una determinada representación del cuerpo ideal, que a su vez se corresponde con determinadas elecciones de alimentación e, incluso, determinados hábitos en la “comensalidad”, es decir, cómo y con quién se come. Su investigación desemboca en una lúcida crítica a todo intento de imponer pautas de alimentación “sana” mediante la “educación” más o menos autoritaria de la población “carenciada”. Por el contrario, la dieta de los pobres resulta ser la respuesta más inteligente y adecuada que ese sector social supo darse ante la violencia alimentaria que padece desde hace más de 20 años.
La alimentación de cada grupo social refleja su particular manera de verse en el mundo, y así la investigación se entona de ironía al describir la inútil “dieta del pomelo” de la clase media o la santidad light de las clases altas en busca del cuerpo inmortal. Sin embargo, no deja de ser cierto que la alimentación de los sectores de bajos ingresos es deficitaria, que su “gordura de escasez” encubre la falta de micronutrientes esenciales. ¿Cómo resolver esto, si la educación alimentaria tropieza con tan grandes trabas culturales? Para la investigadora, la espada que cortaría este nudo se llama redistribución del ingreso.
Patricia Aguirre es investigadora en el Instituto de Altos Estudios Sociales (Idaes) de la Universidad de San Martín y presentó los resultados de su trabajo en el Congreso Internacional de Alimentación y Sociedad esta semana en Neuquén, donde dialogó con Página/12.
“Cada sector social tiene una concepción de qué cuerpo es el ideal, y en función de eso, no come cualquier cosa, sino el alimento que pueda transformarlo por dentro en función de las características de ese cuerpo ideal”, afirmó Aguirre y explicó que ese cuerpo ideal “es muy distinto para cada sector de ingresos”.
“Para los pobres, el ideal de cuerpo es fuerte. Y el ideal de alimento es rendidor.” En cambio, “para los sectores medios, el ideal de cuerpo es lindo, que equiparan con flaco. Y el ideal de alimento es rico. Esto los embarca, digamos, en una misión imposible, porque su alimento ‘rico’ es rico en grasas y azúcares y por lo tanto no conduce a un cuerpo flaco”, observó la investigadora.
“Entonces, los sectores medios hacen ‘dieta’. Su concepción de dieta es algo así como una isla de abstención en un mar de crema –graficó Aguirre–. Porque hacen dieta para seguir comiendo. ‘¡No me entra el pantalón y tengo una fiesta dentro de dos semanas: tengo que hacer dieta!’ Entonces hace, pongamos, la dieta del pomelo: come pomelo mañana, tarde y noche y baja 17 kilos en dos semanas. Pero después, en la fiesta, come hasta por las orejas: total, ya se puso el pantalón...”
“Es que –resume la antropóloga– en los sectores medios la dieta se vive como un período de abstención; tiene el valor de una negatividad, mientras que la positividad es comer rico.”
Por su parte, “las clases alta y media alta no buscan un cuerpo lindo sino sano, que equiparan con flaco. Cuerpo flaco, como el de los sectores medios, pero no por lindo sino por sano. Estos estratos sociales altos han dado en conformar una sociedad ‘lipófoba’, que huye de las grasas. Los preocupa el infarto o el accidente cerebrovascular. Ese cuerpo flaco es: sin colesterol”. “Entonces –continuó Aguirre–, para los sectores altos, la flacura se relaciona con la búsqueda de la salud, entendida en forma meritoria: al cuerpo sano se llega gracias al esfuerzo personal. No se trata de dietas, sino de un régimen de vida. La dieta es transitoria pero el régimen debe ser de por vida, para preservar la salud: porque este sujeto quiere vivir cien años y además lúcido.”
“En este proyecto de vida, los alimentos ideales son los light. Claro, son ‘ideales’ desde el punto de vista de las representaciones, no de una eficacia real: porque ellos consumen light pero consumen el doble –puntualiza la antropóloga–. Por ejemplo, se hizo una experiencia comparativa con leche en polvo descremada (que en rigor es semidescremada) y entera: al prepararla, para lograr el color de la leche fresca ponían más cucharadas de la descremada que de la entera, y así terminaban ingiriendo más grasas. Pero no importa, el principio de inclusión de la comida es: light; esto permite sentir que ‘estoy salvado’ de la muerte y la enfermedad.”
“No son mujeres”
Para los pobres, en cambio, el cuerpo no debe ser flaco. “Una experiencia que hicimos durante años fue presentar a personas de distintas clases sociales series de fotos de figuras conocidas, desde Susana Giménez a Araceli González, pasando por Gladys ‘la Bomba Tucumana’, y pedirles que las ordenaran en categorías: ‘gordo’, ‘muy gordo’, ‘flaco’, ‘muy flaco’ y ‘normal’. Para la gente de ingresos bajos, Susana Giménez o Gladys entran en: ‘normal’. Para la gente de ingresos altos, en cambio, esas mismas personas son ‘gordas’. Araceli González o Valeria Mazza son incluidas por los sectores altos y medios en: ‘normal’. Para los de ingresos bajos, en cambio, son ‘muy flacas’, es más, ‘¡No son mujeres!’, según comentaba un entrevistado.”
De todos modos, “hay que admitir que, estadísticamente, los cuerpos de Araceli o Valeria no están en la norma predominante; son cuerpos excepcionales, casi imposibles”, señaló Aguirre.
En cualquier caso, “el ideal de belleza en los sectores de ingresos bajos es una mujer de caderas redondeadas, que ‘está fuerte’. Son las chicas que bailan los sábados por la tele en los programas de bailanta: no son esmirriadas pero tampoco gordas: tienen tetas, culo, tienen ‘de qué agarrarse’”, precisó la antropóloga.
Por lo demás, “el ‘cuerpo fuerte’ de la gente de ingresos bajos se diferencia según el género: en el hombre, es un cuerpo activo, que se impone; es un cuerpo que domina su espacio y que domina al otro: ‘Yo te puedo...’, dice ese cuerpo. En la mujer, en cambio, el ‘cuerpo fuerte’ remite a la ‘mina que aguanta’, la que ‘pone pecho a la adversidad’, la que es capaz de resistir”.
Y esto encuentra sustento en el mercado laboral: “¿Cómo no van a querer un cuerpo fuerte los pobres si los trabajos que pueden tener son de mano de obra intensiva? Un estibador, un albañil, no pueden ser flaquitos, enclenques. Porque el empleador elegirá al de cuerpo ‘fuerte’. Y la mujer de este sector social trabajará como personal doméstico, donde la empleadora no elegirá a una chica esmirriada sino a una mujer con fuerza, resistente”, agregó Aguirre.
El ideal de cuerpo rige los hábitos alimentarios: “A ese cuerpo fuerte hay que nutrirlo con alimentos ‘rendidores’, y éstos son los que reúnen tres requisitos: ser baratos, gustar y ‘llenar’. Este término, ‘llenar’, referido a la comida, que es una mala palabra en el sector alto, representa algo sistemáticamente buscado en los de ingresos bajos”.
Alimentos que cumplen esos tres requisitos son “el pan, los fideos guiseros, las papas y las carnes grasas, esas de los cortes delanteros”.“Por supuesto –señaló la antropóloga–, los nutricionistas se quejan: ¡esta gente debería comer fruta y verdura! Pero no, no las comen, y no porque les falte ‘educación’, sino porque estos alimentos son proporcionalmente caros y porque no cumplen la segunda condición: no llenan; no te dejan ‘pipón’, saciado: y la madre, en este sector social, no puede soportar, ni psicológica ni prácticamente, que el chico a las dos horas le pida comer de nuevo. Entonces, no: ese cuerpo fuerte se alimenta con guisos y sopa de fideos. Comida de pobre.”
Pero, además, lo que se come está influido por con quién se come. “En la concepción de comensalidad que rige entre los pobres, la comida es algo que se comparte; en cambio, a medida que se sube en la escala social, se cierran las puertas de las casas”, observó Aguirre y contó su propia experiencia: “Cuando voy a casas a hacer entrevistas y el diálogo se extiende y llega el mediodía, en los sectores de ingresos bajos me invitan a comer. En los sectores medios y altos, en cambio, cuando se hacen las 12, las 12 y media, aparece cierta inquietud, cierto apuro, pero ni por asomo se les ocurre invitarme”.
Entonces, “para los sectores de ingresos bajos la idea es: ‘Todo el que está en mi casa puede compartir mi comida’. Y así resulta muy funcional la comida ‘de pobre’, porque se estira: a la olla siempre se le puede agregar un poco de agua, un poco de fideos”.
En cambio, “en la clase media, la comensalidad es familiar; el prototipo es aquel programa de tele, Los Campanelli, la familia unida. Ellos se ven a sí mismos como los adalides de la comensalidad familiar. Y se accede sólo por invitación”, advirtió Aguirre.
Y ya en las clases altas, “la comensalidad tiende a ser individual. Es que, si uno es artífice de su propia salud, la relación con la comida resulta individual. Se pierde el gesto de compartir la comida, y puede haber, incluso, una mesa familiar con cuatro comidas distintas: la de papá, que es sin colesterol; la de mamá, que come ensalada verde; la de la hija, que es macrobiótica y come arroz integral; la del hijo, que hace deporte de alta competición. Cada uno, de acuerdo con su trabajo personal”.
“Y, pongamos por caso, esa mujer de clase alta que comió su ensalada verde después de ir al gimnasio donde trabajó y sudó, cuando llega el momento del postre quizá desearía pedir un flan con dulce de leche... pero pide manzana asada: en esa constricción, en esa abstinencia, encuentra un valor moral. Y, parada en ese lugar moral, juzga el cuerpo del pobre. Porque ese ‘cuerpo fuerte’, en la visión del otro –puntualiza la investigadora– es un cuerpo gordo.”
Gordos de escasez
Más allá de cómo cada clase social se represente la cuestión, “hay que decir que, estadísticamente, el cuerpo del pobre es gordo de escasez: con aquellos alimentos ‘rendidores’ tapa la falta de micronutrientes: esto emerge en la falta de hierro de las embarazadas; en la pérdida de dientes, la cantidad de lisiados dentales por falta de calcio; en la cantidad de personas de baja talla, que no llegan a desarrollar su potencial genético de altura porque son desnutridos crónicos. Son gordos de escasez, no gordos de abundancia como los de la clase media”, precisó Aguirre.
Sin embargo, “el gordo pobre es estigmatizado, se lo juzga como aquello que no hay que ser, si no se quiere estar en el peor lugar de la escala social”. Pero “no es que los pobres ‘coman mal’ –aclaró la antropóloga–: comen según estrategias que desarrollaron para sobrevivir en la pobreza y que efectivamente los mantienen vivos, saciados y, aunque con deficiencias, nutridos. Y ellos no perciben esa ‘gordura’ como disfuncional. ¿Cómo le vas a decir a esa mujer de caderas generosas que ella está desnutrida? Desde el punto de vista de su entorno, es el cuerpo que hay que tener. Entonces, si la cuestión se plantea en términos de conductas individuales, no tiene salida y, sobre todo, se obtura el problema social que está en su base (ver nota aparte)”.