ESPECTáCULOS › “ADIOS QUERIDA LUNA”, FERNANDO SPINER

Problemas de espacio

 Por Horacio Bernades

Adiós querida Luna pudo haberse titulado Argentinos en el espacio y hubiera sonado tan fuera de lugar como Judíos en el espacio, la película de Gabriel Licht-man que se presentó el mes pasado en el Bafici. Sobre ese desfase entre el infinito y la argentinidad (entendida como máxima expresión de lo folklórico) bascula Adiós querida Luna, segunda película de Fernando Spiner luego de La sonámbula. El irremediable desacople entre el universo de los viajes espaciales y el lo atamo’con alambre es la flor y nata de Gravedad, obra teatral de Sergio Bizzio sobre la que se basa la película. Ese desajuste crónico produce los momentos más divertidos de Adiós querida Luna. Pero es también lo que le hace, ay, que la película se termine casi antes de haber empezado.
En un futuro indeterminado, la vida sobre la Tierra peligra. Con esa propensión a la invención que va de Viro al diseñador del colectivo y de éste al descubridor del dulce de leche, cierto científico argentino llega a la conclusión de que para salvar el planeta es necesario bombardear su satélite, destruyéndolo para siempre. Convencido de ponerse a la vanguardia de la humanidad, el gobierno nacional encomienda a tres astronautas ese ingrato cometido. Tan poco confiables como los anteriores, nuestros gobernantes de esa época se echan atrás a mitad del recorrido, de tal manera que el desdichado Comandante Delgado (Gabriel Goity) y los tripulantes Rodulfo (Alejandra Flechner) y Ulloa (Alejandro Urdapilleta) quedan orbitando para siempre. En medio del espacio infinito sobrevendrán los nervios, los problemas de convivencia, ciertos graves accidentes espaciales y hasta la intrusión de un vampiro interestelar llamado García, que es igualito a Horacio Fontova y lleva un sobretodo de piel de camello.
Una orgía de maquetas, fondos de computadora y gabinetes de aglomerado, la de Spiner es una película sobre lo berreta que tiene la virtud de no haber sido concebida como berretada. Encuadrada y fotografiada con sumo cuidado, con música adecuadamente cafona y sobre todo muy bien actuada, los problemas de Adiós querida Luna pasan por otro lado. Cargando con el lastre teatral de un decorado casi exclusivo y cuatro únicos actores, la película está pensada como sketch, antes que como historia a narrar a lo largo de 100 minutos. Sin hilo conductor que las aglutine, las distintas subtramas (la relación de Ulloa con su esposa Normita, el carácter solitario de Delgado, el amor loco de Rodulfo por Ulloa, García como condensación de deseos y terrores) quedan boyando en el espacio, como la propia nave. Y los mismos chistes –sostenidos sobre esa cohabitación imposible entre lo argentino básico y lo tecno– que al comienzo se festejan, llegado un punto cansan, se repiten y finalmente terminan denunciándose como el único equipaje que le queda a esta cápsula vaciada.

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