ESPECTáCULOS › WOODY ALLEN Y “MATCH POINT”
“La impunidad casi siempre triunfa”
“La que es cínica es la realidad, no yo”, argumentó Allen en la rueda de prensa que siguió a su última película.
Por Luciano Monteagudo
Unas veces es en la Mostra de Venecia, otras en el Festival de San Sebastián, ocasionalmente en Toronto, pero esta vez Woody Allen decidió presentar su opus número 36 en Cannes, donde siempre es recibido con todos los honores, entre otras razones porque Francia sigue siendo el mejor mercado para sus films. Y esta vez Woody trajo una novedad absoluta: su primera película filmada y producida íntegramente en Europa, en Londres para ser precisos, con un elenco casi por completo británico. Se trata de Match Point, un cuento moral en el que Allen da un paso al costado como actor y en el que el humor es más bien oscuro, tirando a negro. Si hubiera que buscar algún equivalente en su obra, habría que retroceder hasta Crímenes y pecados (1990), como si se tratara de una variación sobre el mismo tema, pero visto desde otro ángulo. “Yo sin embargo no las veo tan parecidas”, dijo Woody cuando en la abarrotada conferencia de prensa que siguió a la proyección de su película –exhibida fuera de concurso– le preguntaron por los lazos que unen ambos films. “Crímenes y pecados estaba más marcada por la religión y tenía más humor, ésta, en cambio, es una película sobre la suerte, la ambición y la pasión. Pero eso no significa que yo esté en lo correcto, son ustedes los que están en mejores condiciones de decir con cuáles de mis películas está emparentada.”
Amable y bien dispuesto, pero bastante disperso por los flashes de los paparazzi, Woody además confesó estar “un poco duro de oído” y le tuvo que pedir a Henri Béhar, el histórico coordinador de las conferencias de prensa de Cannes, que le repitiera todas y cada una de las preguntas, por más que fueran formuladas micrófono en mano.
“Yo no soy cínico, la realidad es cínica, ese es el problema”, aclaró cuando lo interrogaron acerca de su nueva película, en la que un crimen no solo no recibe castigo sino que hasta es premiado socialmente. “Cada vez es más evidente que hay todo tipo de crímenes, en todo el mundo, injusticias cada vez más flagrantes, y la impunidad casi siempre triunfa. Lo que yo hice simplemente fue darle a esto una perspectiva y traté de ser lo más preciso posible.”
En Match Point, que parece inspirada por las novelas británicas de los siglos XVIII y XIX, en las que Jane Austen o William M. Thackeray daban cuenta de hasta qué punto las relaciones personales estaban signadas por intenciones de ascenso social, un joven irlandés, profesor de tenis (Jonathan Rhys Myers), llega al Londres de hoy y comienza, casi sin proponérselo, a trepar en la feria de vanidades de la ciudad. Haciendo uso de su modestia, seduce a una chica de la alta sociedad (Emily Mortimer) y a toda su familia, al mismo tiempo que mantiene un affaire cada vez más apasionado con una aspirante a actriz norteamericana, interpretada con auténtica bravura por Scarlett Johansson (la turista accidental de Perdidos en Tokio). Pero esa ambición –que, más que desmedida, parece acorde a los tiempos que corren– tendrá consecuencias trágicas, por las que nadie, sin embargo, tendrá nada que pagar.
“Como ustedes saben, la literatura rusa y Dostoievsky en particular fueron siempre para mí una influencia determinante. Pero a pesar de que hay en la película un par de citas de Crimen y castigo, ni se me ocurriría pensar que tiene algo que ver. La profundidad que es capaz de alcanzar una novela es imposible de lograr por el cine”, dijo Allen, que también negó otras inspiraciones, como las películas Extraños en un tren, de Alfred Hitchcock, o Una tragedia americana, basada en la novela de Theodor Dreiser. Ecos de esas fuentes, sin embargo, reverberan en Match Point, lo que hace de la película una de las más ambiciosas de Allen, sin por ello perder parte de la ligereza que es propia de su cine.
“Escribí esta película en Nueva York, pero descubrí que es cada vez más difícil para mí trabajar en los Estados Unidos”, confesó Allen. “Ahora los inversionistas quieren ser más que eso, quieren involucrarse en las películas y preguntan por el casting y por el guión y quieren ver las escenas rodadas durante el día. Pero yo no quiero que me digan a qué actores tengo que poner, ni les dejo leer el guión, ni les muestro los rushes. Sólo quiero que me den una gran bolsa marrón con la plata necesaria y yo a cambio les devuelvo una película. Parece que en mi país eso ya no es posible, por eso fui a Londres, donde nadie me preguntó nada y me dieron la plata para que yo hiciera lo que sé hacer. Los actores ingleses, además, son fantásticos, desde los protagonistas hasta el último extra. Debe ser algo genético, supongo. Y el clima me favorece: a mí nunca me gustó el sol y en Londres, incluso en verano, el cielo es gris y está fresco, por lo cual en julio pienso filmar allí otra película.”
Como si siempre hubiera vivido allí, Allen filma la capital británica con el mismo puntillismo con que hasta ahora había registrado Nueva York y aprovecha la novedad que le aportan a su cine la Tate Modern Gallery o la Royal Opera House (dicho sea de paso, también cambió la música: ahora los comentarios sonoros ya no están a cargo del jazz de la década del treinta sino de famosas arias de ópera –Verdi, Rossini y Donizetti– en las viejas y crepitantes versiones con ruido a púa del legendario Enrico Caruso).
Y como siempre en Allen, las mejores partes se las llevan las actrices, en este caso Scarlett Johanssen, que despliega una sensualidad trágica. “Escribo mejores papeles para actrices que para actores. Pero no siempre fue así, al principio escribía solo para mí, y era bastante aburrido. Y después conocí a Diane Keaton y empecé a escribir para ella. Y descubrí un mundo riquísimo, mucho más interesante que el de los hombres, que es más uniforme, marcado por el lugar que se supone tienen que ocupar en la sociedad. Las mujeres son al mismo tiempo más débiles y más fuertes, no temen expresar sus emociones. Por eso me gusta escribir para ellas”.
Quizá por esa incipiente sordera que mostró ante la prensa, un periodista notó a Allen más viejo de lo que delatan sus documentos (en diciembre cumple 70 años) y quiso saber si iba a seguir filmando y actuando. “Claro, si no me muero de angustia. Yo soy como un paciente de una clínica mental. Mientras estoy entretenido, estoy bien, pero cuando se acaba el trabajo me derrumbo, por eso siempre filmo una película detrás de otra. Si el público ve mis películas, mucho mejor, pero si no también me sirven, porque no las hago por la plata, sino para sentirme bien.”